En cuarentena
Crecemos a la sombra de los mayores siendo niños, sin
entender sus palabras, sus consejos, sus avisos, sus advertencias. Oímos una y
otra vez que todo se acaba, pero nunca, si crecemos con las mismas personas,
somos conscientes de que en algún momento se irán. Hasta que empezamos a perder
gente cercana, amigos, mascotas, compañeros, amantes… sabemos que al igual que
un yogur, la vida tiene caducidad y por consiguiente el trato con la gente.
Nadie estará a tu lado eternamente, da igual el vínculo que
tengas con ella, todos se van o la vida te los arrebata. Pero sin duda el hecho
de que alguien te jure que siempre estará ahí es el indicativo de que, más aún,
desaparecerá.
Al igual que el yogur, con ciertas personas, sabemos que
nuestra relación tendrá un fin, una fecha de caducidad. Pero de mismo modo que
con ese alimento, seguimos arrastrándolo con nosotros aún pasado de fecha. “Por
qué no pasa nada”.
Pero sí pasa.
Te sienta mal, te fuerzas a creer, te daña por dentro, te
atormenta el “no tenía que haberlo hecho” y te revuelve tu interior. Y las
mayores cicatrices, al igual que las indigestiones, te lo hace algo que te
gusta, que te encanta, que te apasiona y no te cansa.
Sabes que tiene fecha para terminar. Sabes que no puedes
comerlo después, y aun así lo haces, sabiendo el resultado… ¿Es que eres gilipollas?
No. Somos humanos. No aprendemos del error aun teniendo la certeza de lo que
pasará. Y sigues. Y te alimentas de ello porque te gusta, aun sabiendo que te
sentará mal porque no hay otro alimento como ese y de ese sabor que te llene.
Como con las personas.
Pero un día eres consciente, tienes un momento de lucidez.
La adicción y el ansía, al igual que la droga que tanto te engancha, te hace
ver que no te hace bien. Y tras caer con la misma piedra una y otra vez decides
mirar al suelo, y estar pendiente de las que puedan venir para esquivar.
Aprendes a dejar ir al igual que aprendiste a dejarte llevar. Entiendes que no
tienes que cambiar tu, que simplemente hay cosas que no deben ser y el tiempo y
el destino pone cada cosa en su sitio y espacio. Sobretodo a las personas. Así
que estar tirando de una cuerda tu sola cuando hay alguien mirando no te aporta
nada. Si esa persona quisiera la cuerda también tiraría. Y nuevamente aprendes
a dejar ir lo que un día por azar vino hasta a ti.
La gente desconcierta.
Parece que vivimos en un videojuego RPG y en nuestro camino
vamos conociendo a infinidad de personas a las que, a veces sin saberlo, le
hacemos un favor y después seguimos cada uno con nuestro camino. O lo que es lo
mismo la gente te utiliza para su beneficio y cuando no le interesas te
abandonan, se despegan. Pero no de una manera bonita o poética, sino cruel y
dañina.
Llevo años escuchando que no dejo entrar a nadie en mi vida.
Y aun así escarban en el muro de fuera hasta que llegan a dentro, y una vez entran
se dedican a romperte desde ahí. Como un caballo de Troya. Y no aprendemos.
Pero queda parte del consuelo de que todo termina, antes o después. Pero aun
tienes que pasar el duelo. No sin antes hacer lo que debes, aunque duela, como
es dar lo que recibes, hasta que llega un punto donde dicha relación muere por
su propio pie. Y lo sabías. Y lo avisabas. Pero al igual que en momentos apocalípticos,
nadie te cree.
Es como una maceta que regabas todos los días y dejas de
hacerlo. Se va marchitando poco a poco, y después no importa el agua que le
eches, las hojas ya están secas, pueden salir otras, pero lo que ha muerto no
se regenera. Y eso me pasó con mi último novio, razón por la que oír la palabra
tío me hacía huir, esconderme, evitar y no querer asomar la cabeza tras la
cobertura.
Y así fue como me encerré en casa, incluso antes de la
cuarentena, decidí quedarme tan ricamente aislada del mundo y de la vida, en
todos sus aspectos, mis únicas compañías era mi gato, el cual me ignoraba,
haciéndome recordar que debía empezar a ser como él. Aceptar cariño sólo cuando
yo realmente lo quisiera, aceptar la mano cuando yo realmente la necesitara, y
aceptar la compañía cuando realmente mi cuerpo tuviera deficiencia de ella. Y
mi compañero de piso, con el que llevaba un mes compartiendo todo.
Así que aquella tarde, una semana después de esto, en la que
estábamos hasta los cojones de la clausura sometida por el gobierno, decidimos
desmadrarnos un poco. Sin visitas, sin salidas, nos estábamos volviendo locos.
Buscamos en la despensa las bebidas alcohólicas que quedaban
de las últimas navidades que tuve en compañía (benditas navidades), y con los
restos de todo hicimos una mezcla un tanto curiosa. Y asquerosa. Empezamos a
mirar por twitter tweets con determinada palabra propia de la pandemia y cuando
leíamos una, chupito de mezclas.
Al cabo de media hora yo no podía ni mantener una palabra
cuerda ni una conversación civilizada.
Me levanté, me abrí la cremallera de la chaqueta de pelo
azul que llevaba y me quedé en camiseta de interior, que transparentaba mi
sujetador negro.
Él se quitó la parte de arriba de la ropa y se quedó sólo con
el pantalón del pijama.
Más tweets. Chupito. Entre las risas y las situaciones que
poníamos tan surrealistas terminamos bebiéndonos parte del alcohol que quedaba.
Llegando a jugar un poco más allá, quitando una prenda de ropa cada X tweets
con dicha palabra, hasta que nos encontramos en ropa interior.
Como sigo siendo humana, y por mucho que me apañe yo solita
como haría un gato, necesito compañía en determinadas ocasiones. Porque ya
había terminado por conocer todas las páginas porno de Twitter, me sabía todos
los gifs de memoria. Empezaba a encontrarme sin material y aún quedaba una
semana de aislamiento.
Cogí un hielo de la cubitera con los labios, le empujé contra
el suelo y me puse sobre él, sentada encima. Acerqué el cubito a su boca y apoyando
mi peso en las manos sostenía mi cuerpo para evitar pegar mi cara con la suya.
Abrió la boca y cogió el hielo, rozando levemente sus labios
con los míos. Sentía como entre sus piernas crecía parte de él, al estar en
contacto conmigo, tan ligera de ropa. Me removí, a propósito, como si fuera sin
querer haciendo algo de fricción y tensándolo más. Hasta que al final me agarró
del culo y me apretó contra él. “Bueno bueno… ¿qué haces?” le dije sonriendo. A
lo que su respuesta fue darme la vuelta y ponerme bajo él, dominando la
situación en un segundo y colocándose entre mis piernas sin posibilidad alguna
de moverme. Y sorprendentemente, no quería hacerlo. Al igual que mi gato, ahora
quería cariño, contacto humano, por lo que acerqué mi mano hasta su boca y rocé
con la yema de los dedos sus labios, metiendo un dedo en ella, deleitándome en
como chupaba mientras me observaba. Su boca fría, por el hielo, aun goteando
agua de haberse derretido.
Agarró mi barbilla y acercó su boca, besándome, notando la
humedad y la frialdad en su beso, inundando mi boca hasta el fondo con su
lengua. Brusco, fuerte, posesivo, frío, agrío por el sabor del alcohol que
habíamos tomado, con ese amargor propio de el. Me encendí. Y cuando yo me
enciendo soy difícil de apagar, cosa que me trae malas decisiones, la verdad
sea dicha.
Cerré mis piernas alrededor de su cintura, proporcionando
contacto extremo a mi cuerpo, mientras sus manos viajaban a mis pechos y los
amasaba por encima del sujetador. Presionándolas mientras se restregaba
conmigo, aun con ropa interior en nosotros. Tiró de mis tirantes hacia abajo,
pero sin llegar a sacar mis tetas de mi sujetador. Apretó, subiéndolas hasta mi
garganta y las acercó a mi boca, observando como sacaba la lengua y recorría
mis pechos con ella. Tiró de él y las dejó libres, volviéndolas a subir hasta
mi boca, donde su lengua y la mía recorría mi piel y mis pezones, hasta
juntarse ambas y comernos la boca.
Durante un largo beso aprovechó para pellizcarme, apretar mi
pezón entre sus dedos y hacerme unas placenteras cosquillas que poco a poco me
iban humedeciendo. Podía sentir prácticamente como la tela empapada de mis
bragas se pegaba a mi coño, que estando recién depilado marcaba tanto mi rajita
en mis bragas que se percató hasta sin tocar. Pero no tardó, metió un dedo en
mi boca, y lo bajó por mi barbilla, mi cuello, mi pecho, mi vientre, hasta
llegar a mi sexo y apretarlo contra mí moviendo sutilmente el dedo por encima
de la tela hasta hacerme suspirar.
Callaba mis suspiros con su boca. Metió la mano en mis
bragas y empezó a acariciarme con la yema de sus dedos despacio, tanto que me
desesperaba, apenas unos roces con sus dedos haciendo que levantara mis caderas
para buscar su mano mientras la otra la tenía sobre mi cuello presionando para
que no me moviera.
Se quedó mirándome durante unos segundos sonriendo,
disfrutando del espectáculo de ver cómo me excitaba cada vez más en su cara
ante su contacto. Sin prisa, el ego y lo que no es el ego, le crecía verme ahí
sometida al placer.
Se apartó.
Acercó su boca hasta mis tetas, las juntó con sus manos y
acercó su cara, perdiendo su boca en mis pechos, devorando, jugando, lamiendo,
deleitándose con ellos sin perder un segundo la atención de mi cara.
Mis manos recorrían su espalda, pasando las yemas de los
dedos y dejando un camino marcado levemente por mis uñas que ansiaba clavar en
él. Dios como me estaba poniendo. Quizás la cuarentena después de todo no había
sido tan mala idea.
Se apartó para coger otro cubito y con el en la boca lo rozó
por mis labios, lo pasó por mi barbilla, dejando un rastro húmedo conforme
bajaba por mi cuero, rozándolo en mis pezones haciendo que se endurecieran
mucho más, tan erguidos que dolía, y siguió bajando, quedando cada vez menos
helo en el cubito llegó hasta mi coño y lo dejó ahí, haciéndome sentir una
mezcla de placer, escalofrío y excitación de saber que mi propia calor corporal
lo estaba derritiendo.
Mientras tanto volvió a subir hasta mi boca, me besó y bajó
con ella por mis pechos hasta mi barriga, jugueteando con mi ombligo, mientras
agarraba la cintura de mis bragas y tiraba hacía abajo para despojarme de
ellas. Agarró mis muslos y los abrió, centrando su visión en mi coño empapado y
relamiéndose los labios mientras subía la vista hacía a mí, apretando las manos
en mi piel y acercándose poco a poco hasta mi entrepierna para hundir su cara
en él, sacar la lengua y dar un lametón de abajo arriba, cogerme con sus labios
y chuparme, haciéndome gemir mientras con una de sus manos agarraba un pecho y
apretaba. Sentía como el frío del hielo se iba con el roce de su lengua y sus
labios.
Agarré su cabeza con una mano mientras con la otra me
apretaba mi pecho libre, haciendo compañía a él. Agarrada a su pelo guiaba su
cabeza por mi coño con cada movimiento, follándole la boca mientras me hacía
arquearme de placer.
Y así fue como me dejé llevar, me apreté más contra él y
entre espasmos que me costaba contener y controlar me corrí en su boca.
Se apartó, se acercó hasta mi boca y me besó, llenándome de
su saliva y de mi misma. Le indiqué que se acercara hasta mi boca, y de
rodillas junto a mí se apegó, sintiendo su paquete en mis labios completamente
duro.
Tumbada y abierta de piernas completamente mojada, me centré
en lo que tenía en mi cara. Empecé a acariciar por encima de la ropa, rozando
con mi boca mientras le miraba y sonreía y le miraba a través de mis gafas.
Agarré la cinturilla de sus calzoncillos y tiré, pegándole
lo posible a mis labios, para que al liberar su erección se chocara con mi
boca.
Saqué la lengua y la pasé despacio, dando una lamida lenta,
delicada, excitante sobre su miembro duro que empezaba a palpitar con ganas de
meterse en mi boca.
Agarré sus huevos mientras con mis labios paseaba por su polla,
subiendo y bajando, sintiendo su mano en mis pechos. Envolví la punta con mi
lengua y la acobijé en mis labios empezando un movimiento lento de mete y saca
de mi boca. Su cara era un espectáculo visual que me estaba calentando por
segundo, y su otra mano libre acariciaba mi pelo y mi frente mientras me
follaba la boca, acelerando cada vez más el ritmo, recuperando el control que
me había ejercido unos minutos.
Así se apoyó en el suelo y ahora entraba hasta mi garganta
una y otra vez centrándose en su propio placer.
Observaba al mirar abajo como su polla se perdía entre mis
labios y como cada vez me costaba más respirar por tenerle en mi garganta.
Hasta que se apartó, llevó su polla a mis tetas y rozó la
punta por mis pezones, mojándome de mi saliva y su propia humedad,
endureciéndome hasta límites extremos, tanto como yo hacía con él.
Se levantó, fue a su habitación y apareció con un condón, me
lo entregó y tras abrirlo, se lo puse en la punta, acerqué mi boca y con mis
labios empecé a meterla en mi boca colocando el preservativo. Cuando llegué al
final me presionó la cabeza contra él y pude sentir como la clavaba en mi
garganta una vez más.
Me aparté, se colocó entre mis piernas y pegando su cuerpo
al mío todo lo posible, a puso en mi entrada. Me moví, se movió, y entre ambos
la colamos en mi interior con movimientos lentos. Sintiendo como me abría, me
adaptaba a él y empezábamos a follarnos mutuamente.
Su boca en mi cuello me estaba volviendo loca, mis manos
estaban dejando marcas en su espalda que tardarían unos días en irse, ambos nos
estábamos entregando por completo al placer y al sexo más puro que podíamos. Me
embestía fuerte, duro, con arremetidas briscas, secas, sin piedad ni cuidado
ninguno, sólo buscando el placer, mi placer y el suyo. Su pecho presionaba los
míos, mis piernas le apretaban más aún contra mi hasta el punto de hacer
fricción en mi clítoris mientras me follaba. Era un baile perfecto de
sensaciones, así que no es de extrañar que me volviera a correr con él en mi
interior cuando agarró mi cuello y acerco su boca a la mía, sintiendo nuestras
respiraciones en la boca del otro mientras me empalaba una y otra vez con un ritmo
tan frenético y pasional bajo sus palabras, que chocaban en mis labios “córrete
sobre mi polla”. Y mientras bebía mis gemidos con su boca me corrí, apretándole
con mi coño mientras clavaba las uñas en su brazo con el que me estaba
presionando la garganta y me mordía él mismo el labio inferior.
Salió de mí, se colocó nuevamente de rodillas y me volvió a
penetrar cogiéndome de los hombros fundiéndose conmigo por completo, acelerando
el ritmo, buscando correrse. Le cogí del cuello, acerqué mi boca a su oído y
entre quejidos le susurre “quiero que te corras en mi boca”. Se apartó de mí,
se quitó el condón y acercándola a mis labios la agarré, le pasé la lengua
rozándole la punta y empecé a pajearle pegada a mi boca, con esta abierta y la
lengua fuera, mientras le observaba.
Agarró mi pelo y miró hipnotizado como su semen caía por mi
lengua y resbalaba por mi barbilla hasta gotear en mis pechos. Yo pasaba la
lengua por mis labios, y mi otra mano por mis pechos restregando la corrida.
Él me miraba… su pecho subía y bajaba alterado, sonreía,
expresando en sus ojos el deseo y el morbo de la escena.
Quizás una cuarentena curaba todos los males, ¿no?. Duele…
pero cuando todo pasa empiezas a entender.
Sobre la primera parte... no sé, descuadra un poco. Quieres poner énfasis en ese estado de melancolía y desesperanza, de enterrarte en sí misma... y de repente saltas con que se ha encerrado en casa ¡¡¡pero tienen un compañero de piso!!! Así, de buenas a primeras. Como que descuadra un poco con lo anterior. Tampoco pones qué relación tiene con el compañero y tal, sólo que se emborrachaban y se ponen al tema. Que no es que sea malo pero no sé, queda algo tibio y como forzado.
ResponderEliminarSobre la segunda parte, el "tema", pues fenomenal narrado, con el jueguecito previo y el final feliz ^^