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miércoles, 25 de junio de 2025

Monitor de verano +18 Part I

 

Monitor de verano

Los veranos son un poco método de tortura para mi salud y, cuando estás apuntada a la vida sana y saludable, con ejercicio de por medio, cuesta más aún de llevar.

Aquella mañana entré sin mucho entusiasmo en el gimnasio, esperando que se me hiciese lo más ameno posible el tiempo ahí. Sin embargo, vi varias cosas que me hicieron descartar esa idea por completo. Mi monitor estaba de vacaciones, me habían dicho, y vendría un reemplazo al que no conocía de nada.

Soy una persona muy minuciosa con mis entrenamientos, pero más aún a la hora de conocer gente, ya que suelo evitar socializar, y cuando coincido con alguien para mantener cualquier tipo de vínculo, ya no me imagino cambiar a otra persona.

Me fui a los vestuarios y dejé mis cosas en la taquilla, volví hasta recepción para decirles que estaba lista, que me presentasen al nuevo monitor, y Álvaro me llevó hasta él.

La primera impresión fue todo lo buena que podía ser viniendo de un magnate del deporte. Moreno, alto, ojos oscuros, barba bien cuidada, brazos fuertes, una buena apariencia por… vale, ha quedado claro que el nuevo monitor era todo lo que una podía soñar, pero no aquí, donde me viese con los pelos bufados tras sudar como una cerda oliendo a cuadra.

Se presentó como Jorge, con una sonrisa que ponía más picardía en su cara, y yo no podía evitar sonreír como si hubiese dormido con una percha en la boca, asintiendo a todo, que sí. Me podría estar diciendo que me iba a tener 3 horas saltando a la comba, que ahí estaba yo, asintiendo satisfecha.

Las hormonas son muy malas, y mi fase lútea estaba llamando a mi puerta a manporros.

Como he comentado, el calor me afectaba de más, por lo que necesitaba bastante impulso para hacer mi entrenamiento diario. Se lo hice saber, y así vino conmigo intentando ayudarme en lo posible.

Le explique que hacía con Juanma, mi monitor habitual, para que él tuviese una idea de todo lo que hacía yo y no cargarme de más.

Una parte de mí, la más enferma debo decir, veía todo un poco sexual con él. Era incapaz de mirarle como a un monitor sin pensar en varias preguntas que me rondaban por la cabeza cuando lo veía moverse con soltura por el gimnasio, cuando sus músculos se tensaban bajo la camiseta que le marcaba, sus muslos seguían un camino que me hacían mirar un poquito más arriba, y su mandíbula se tensaba cuando cargaba más peso del que yo podía coger para enseñarme su técnica.

Sí, en eso pensaba precisamente yo, en su técnica. Pero creo que él y yo teníamos un concepto diferente de la técnica en cuestión.

Que me estoy yendo por las ramas, pero ahí estaba yo, sentada en la press de pecho para ponerme más tersa de la parte delantera, cuando él se acercó y se quedó mirando asintiendo.

Más tarde volvió, cuando estaba ejercitando abriendo y cerrando las piernas. Aquel día, di por concluido el entrenamiento bastante pronto porque iba a desfallecer a 40º a la sombra.

Me metí en los vestuarios y me di una ducha, saliendo con ropa limpia y liviana del gimnasio.

Los siguientes cuatro días fui bastante animada, porque sí, la idea de ver a Jorge era un plus extra de energía y entusiasmo, para qué mentir. Pero estaba cansada de mis entrenamientos y quería que fuese él el que me pusiese otro tipo de ejercicios.

Se lo comenté la tarde de antes por whassapp, porque sí, se lo di más pronto que tarde por si tenía “alguna duda”. Me había preparado una tabla de ejercicios que iba a poner a punto el quinto día, el viernes.

Después de calentar un poco como era lo habitual, me propuso hacer unos ejercicios con las pesas tumbada en el suelo. Agradecí enormemente que el gimnasio estuviese vacío a esas horas y que sólo estuviésemos él y yo y una clase que había encerrada haciendo algo con una música psicodélica.

Me tumbé en el suelo como él me había explicado y agarré con cuidado, pensando que eso era más pesado de lo normal para mí, pero confiando en su consejo.

Con su ayuda en todo momento, empecé la serie de ejercicios que él me propuso, pero cuando llegué a la segunda serie los brazos no me respondían, yo no podía con mi alma, parecía una perra jadeando y me notaba los bíceps como gelatina.

Para mi sorpresa se puso entre mi cuerpo, quedando debajo de él en medio de sus piernas y se agachó, para agarrar mis manos y ayudarme a continuar la serie de pesas subiendo los brazos, teniéndolo muy cerca, a él y a su cuerpo, casi rozándome los pechos.

-        Venga, uno más. – Pero yo no podía dejar de mirar su cuerpo encima de mí. - ¿Lo ves? Ya lo tienes.

Lo que tenía era un calentón como un demonio de verlo sobre mi cuerpo, marcando los músculos, rozándome y empezando a sudar.

Una parte de mí quería meter la cara debajo de su camiseta y recorrerlo, la otra parte me estaba diciendo que controlase las hormonas porque terminaríamos mal, que era lo común conmigo.

-        Dios, no puedo más… - Dije haciendo fuerza con las pesas hasta arriba con sus manos en mis muñecas.

-        Sí, sí que puedes, ¡venga!

En algún momento del intento perdí la fuerza y dejé caer mis brazos, agarrando él bien mis muñecas para que no me diesen en la cara, por lo que terminó acercando su cara mucho a la mía y me puse nerviosa. Y cachonda, para qué negarlo.

Cogí aire, inflando mi pecho hasta rozarle, haciendo que por unos instantes me mirase el top, que, en esa postura, por la gravedad, y el tamaño, dejaba salir un poco de carne de ambos pechos.

Sonrió lo suficiente como para darme cuenta, y se fijó en el rastro de sudor que llegaba hasta mi canalillo y hacía que mi ropa se pegase a mí.

Al sentirme expuesta de esa manera me tensé, mis pezones se endurecieron y él sonrió sin ocultarlo.

Llevó mis brazos por encima de mi cabeza para dejar las pesas en el suelo y por inercia mi pecho se elevó, mi respiración se aceleró y me agité, relamiéndome los labios por impulso, ante la sequedad que me estaba dando.

Se arrodilló encima de mí, despacio, casi pidiendo permiso mientras lo hacía, barajando la posibilidad de que yo me fuese a quejar, cosa que no pensaba hacer. Y noté como, a medida que teníamos contacto, se iba endureciendo, notándose su miembro erecto por debajo de la tela de los pantalones cortos y su respiración se hacía más profunda.

Yo seguía con los brazos extendidos y con sus manos posadas en mis muñecas. Me arqueé levemente dándole aprobación e incitándole un poco a que pensase igual que yo.

Solté las pesas y el recorrió mis bazos con sus manos, ¡y qué manos!, hasta llegar a la altura de mi boca. Pasó un pulgar por mis labios mientras nos mirábamos, y los abrí, atrapando su dedo, rozándole con la lengua.

Se mordió el labio, se tensó, y noté las venas de su cuello hincharse. Me cogió la mandíbula, se acercó hasta a mí y a escasos centímetros de mi boca puso la suya, sintiendo su aliento en mis labios, mirándome a los ojos esperando mi aprobación.

-        Deberías quitarte el top. – Me susurró en los labios, apartándose para mirar mis pechos que sobresalían y se marcaban bajo la tela. – Casi no te sujeta nada, y sólo te da calor.

-        O puedes ayudarme tú, que eres mi monitor.

Aquello bastó para que pegase su boca a la mía y me recorriese con su lengua, pegando leves mordisquitos en los labios, succionando el labio inferior mientras me volvía a devorar con ansia una y otra vez.

Notaba su miembro duro en mi barriga, amenazando con perforar la tela de sus pantalones, hasta que llevé mis manos a la cintura de su tela y tiré para dejar libre su erección. Miró, sorprendido, esperando cual sería mi siguiente paso.

Levanté un poco mi top por abajo y metí su polla entre mis tetas, ante su cara de sorpresa.

-        Si no me lo quitas tú, voy a tener que incitarte un poco… - Agarré mis pechos, presionando su masculinidad con ellos, y cuando le miré a los ojos con soltura casi le supliqué. – Fóllame las tetas.

Un sonido ronco de su garganta se escapó, acompañando los latidos que aumentaron en su polla.

Empezó un movimiento suave, apoyándose en el pecho mientras se frotaba conmigo, viendo salir la punta de su erección y llegando hasta mi boca, que le esperaba abierta, con la lengua fuera para lamerlo como recompensa.

Me agarró del pelo, tirando de mí para que me acercase más, quería que mi lengua le recorriese mejor, y obediente cedí a su control, mirándole a través de mis gafas con una expresión de autentica lujuria. Porque le deseaba, deseaba darle placer, quería ver hasta donde podía llegar y donde podía terminar.

Sus embestidas entre mis pechos fueron aumentando, cada vez más profundidad, más presión, cada vez más dura, casi podía notar las venas de su polla pegadas en mi piel. Sentía como su erección estaba al borde del colapso y de explotar en mis pechos, por lo que me frené, saqué mis tetas del top, como él me había pedido, y me agarré las tetas con las manos sin poder cubrirlas enteras para masturbarle con ellas.

Su cara tenía la expresión del placer pintada, y su boca entre abierta jadeaba, dejando salir aquellos quejidos roncos que me estaban excitando y humedeciendo entre las piernas.

Aceleró el ritmo, agarrando mi cabeza con ambas manos mientras se movía, arriba y abajo, hasta que noté como se tensaba, me apretaba con fuerza y estallaba entre mis pechos llevándome gran parte en la cara y la lengua, que la tenía fuera. Me relamí mientras no dejaba de mirarme a los ojos, y me soltó la cabeza apoyándose en el suelo con las manos, totalmente fatigado.

Su pecho subía y bajaba por el frenesí y el sudor impregnaba su cuello, que deseé morder.

Se apartó y me dio la mano, para ayudarme a levantarme, y me dirigí al baño sacándome el top por la cabeza.

Se nos había olvidado a ambos por completo que había clases con gente, y que podrían salir en cualquier momento y sorprendernos.

Una vez en la puerta del baño me asomé, le miré y le incité a que viniese conmigo.

Cerré la puerta tras de mí cuando entró, tiré el top al suelo y eché el pestillo de la puerta, me quité las mallas con las braguitas y me quedé desnuda, caminando hacia la ducha. Abrí el grifo y se quedó mirando, esperando mi invitación.

Mientras el agua caía sobre mi cara me abrí de piernas y llevé una mano a mis pechos, bajando hasta el interior de mis piernas. Mirándole y con la lengua fuera relamiendo el agua que caía en mis labios, comencé a masturbarme delante de él, y comprobé tras su pantalón, que su polla estaba de nuevo lista para mí.

Dio un paso hacia delante para venir hasta a mí y le dije que no con la cabeza, y con la otra mano señalé a lo que estaba haciendo. Quería que me viera tocarme. Gemí, lo bastante alto como para que sólo él me escuchase, y cerré los ojos retorciéndome de placer mientras introducía mis dedos dentro de mí, despacio, rozándome con la palma de la mano el clítoris, sintiendo temblor por mi cuerpo ante el placer de tocarme y verme exhibida con él. Sacaba mis dedos, me acariciaba, volvía a introducirlos, y volvía a sacarlos para llevármelos a la boca, y lamerme mientras él se acariciaba la polla por encima de los pantalones.

Entonces sí, le indiqué con un dedo que viniera y que se pusiera de rodillas, abrí las piernas y pasé una por su hombro, indicándole que quería su boca en mi coño y notar su lengua recorriéndome, jugando, entrando en mi humedad.

Agarré su pelo húmedo y lo apreté contra mí mientras su lengua subía y bajaba, se apartaba para darme lametones, me succionaba, me recorría, me metía un dedo acompañado de su lengua recogiendo mi esencia, y después añadía un dedo más.

Follándome con sus dedos acompañado de su boca, no pude soportarlo más y me dejé llevar, corriéndome en sus labios, mientras gemía mordiéndome el brazo para no alertar a los que había fuera.

Las piernas me temblaban y apretaba su cabeza contra mi intentando exprimir al máximo su roce. Se apartó cuando supo que ya no podía más y había dado todo el placer que su boca tenía en ese momento, y me miró desde abajo, con mis tetas en medio, totalmente mojadas.

Se había metido con la ropa, se la quitó dispuesto a ducharse conmigo, pero yo quería más, pero eso es algo que continuó al día siguiente. Y si quieres saber que pasó, tendrás que esperar al próximo entrenamiento, ya que alguien llamó a la puerta y tuvimos que cambiar de planes.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Acompáñame esta noche +18

 

Acompáñame esta noche

Era tarde. Habíamos bebido de más y cuando miré el reloj los números me bailaban sin ser consciente de manera clara la hora que era.

La mezcla de alcohol golpeteaba en mi cabeza y en mi estómago, casi no me podía sostener en pie y empezaba a sentir el cansancio en mis piernas.

Me quería ir a casa, pero no estaba en condiciones para conducir, por lo que llamé un taxi intentando arrastrar lo menos posible las palabras con mi lengua, por la pesadez de la bebida.

Daniel vio mi torpeza intentando hablar con el taxista, repitiendo por encima del volumen de la música más de una vez las palabras casi incompletas, y acudió en mi ayuda. Agarrándome del brazo y llevándome hasta uno de los bancos del local, me ayudó a sentarme y se puso a mi lado con un vaso de agua.

Debo reconocer que el alcohol me envalentona, aumenta mis sentidos, aunque entorpezca mis acciones, y todo en mí se intensifica, empezando por mi carácter.

Me vuelvo melosa, mimosa, cariñosa y activa, desinhibiéndome por completo y comenzando a experimentar esa parte de mí que está más bien bajo control cuando estoy en mis plenas facultades cognitivas.

Puso la mano sobre mi muslo para intentar calmar mi golpeteo contra el suelo, y sentí una descarga eléctrica recorriéndome entera.

Me encaré con él, acercando mi cara a la suya y cogiendo su barbilla para acercarlo a mí, quedándonos fijamente mirándonos, a escasos centímetros el uno del otro.

-        Gracias. – Logré decir, sin saber entonces bajo mis efectos, que no me escuchaba, simplemente se fijaba en mis labios, con parte del labial rojo escarlata semicorrido y desaparecido en tantas copas como las que fui capaz de beber.

Sonrió, y yo con él, cuando solté su barbilla y le di unos golpecitos suaves en su muslo antes de coger el vaso de agua y bebérmelo con ganas por la sed. Pese a todo el líquido que había ingerido me sentía totalmente deshidratada.

Me ayudo a incorporarme, mis tacones me desestabilizaban, y me acompañó a la puerta a esperar el taxi un buen rato después.

Cuando el coche aparcó en la puerta, tiré de su brazo, indicando que me acompañase a casa.

Sonreía y se negaba, pero me colgué de su cuello con mis brazos y, muy cerca de su boca, le pedí que viniera conmigo, que no quería dormir sola. Casi rocé sus labios con mi boca, pidiendo su compañía, y él, algo más tenso y nervioso, pero un poco juguetón, cedió y me agarro del brazo para meterme en el asiento trasero del taxi.

Me sentía más segura con él, con uno de mis mejores amigos desde hacía muchos años, que sola en un taxi a plena noche y bebida.

Durante el camino volví a sentir esa descarga eléctrica mientras sus manos me sujetaban, y quizás por el alcohol, por los recuerdos, por el cariño, o por todo a su vez, me volví a enganchar de su cuello y gimoteé escondiendo mi cara en su cuello, donde olí su perfume, el olor que tan loca me volvía, el olor de un hombre, que es mi debilidad.

Estaba a su izquierda sentada, y eché mi pierna izquierda por encima de él y me moví lo suficientemente rápido para dejarlo sorprendido al verme montada encima de su cuerpo.

Noté su nerviosismo, que aceleraba el mío. Volví a gimotear en su cuello mientras me sentaba sobre él, totalmente pegada dejando reposar mi cuerpo sobre el suyo.

Instintivamente agarró mi cintura y me clavé más con él, sacando la cabeza y pegándome a su cara para mirarlo fijamente con la boca entre abierta, susurrando en su boca.

-        Dani… - Le pasé mis dedos por sus labios. – creo que estoy un poquito cachonda.

Pude notar levemente como su cuerpo reaccionó a mi confesión, notándolo entre mis piernas, latente, despertando, mientras tragaba saliva, notándolo en su garganta, y buscaba las palabras adecuadas.

-        Vaya por dios. – Dijo finalmente.

-        Y no quiero dormir solita… - Me restregué despacio contra su paquete que empezaba a mostrar dureza. – No quiero tener que tocarme hasta correrme… - cerró los ojos e inspiró profundamente. – Para después dormir sola.

-        Sue… - mi nombre en su boca me hizo volver a gimotear encima de él y me removí un poco, lo bastante para que mi falda se subiese. – Estás borracha.

-        Sí. – Reconocí mientras me reía y buscaba el filo de su camiseta bajo su barriga para meter la mano. – Pero también tengo ganas de follar… no sé dónde está el problema.

-        Que… - Cogió aire y cerró los ojos nuevamente, mientras con sus manos frenaba la mía que se había metido ya bajo la tela y le estaba acariciando el pecho. – somos amigos.

-        ¿Y? – Busqué con la otra mano el botón de su pantalón. – ¿hay alguna ley que lo prohíba?

-        El taxista… - Gimió levemente echando la cabeza hacia atrás – Nos está escuchando.

-        ¿Y me vas a rechazar delante de él? – Metí la mano bajo sus pantalones y acaricié la dureza que guardaba.

-        No te estoy… rechazando. – Agarró mis dos muñecas con sus manos. – Joder, para o…

-        ¿O? – Me incliné hacia adelante y pasé mi lengua juguetona por sus labios.

-        Que te voy a follar con público.

El taxista lo escuchó alto y claro porque carraspeó y dijo que habíamos llegado.

Me levanté de su regazo y saqué el dinero para pagarle. Me quedé mirando a Daniel, y me mordí el labio cuando agarré su mano y la puse en mi muslo, bajo mi falda.

-        Acompáñame… no quiero dormir sola hoy.

-        No es una buena idea.

-        Eso dímelo mañana cuando esté sobria.

Nos bajamos del coche y me recompuse la falda. Al llegar a la puerta y cerrar tras nosotros, me quité los tacones y subí descalza el corto tramo de 5 escaleras hasta mi piso.

Saqué la llave nerviosa, sin poder atinar en la cerradura, hasta que él la cogió y abrió por mí.

-        ¿Ves? Menos mal que me has acompañado.

-        Entra, anda.

Entramos en el piso y cerré la puerta tras él, dejé el bolso en el mueble del recibidor y tiré los tacones en el otro lado en el suelo. Me acerqué despacio hasta él, mientras me quitaba la chaqueta y la dejaba tras de mí.

Tragaba saliva mientras no podía dejar de mirarme y buscaba las palabras adecuadas para poder rechazarme, pero no lo consiguió. Me apegué a él y acaricié su paquete por encima de los pantalones, mientras me ponía de puntillas y me acercaba a su boca.

Mordisqueé su labio inferior, tirando suavemente con los dientes, solté y gemí.

-        Quiero follar. – Le confesé en la boca, por si aún no se había dado cuenta dado lo complicado que es que un hombre pille las indirectas.

-        Algo he notado… - acarició mi cabeza.

-        Y creo que tu también. – Metí la mano dentro de sus pantalones y abarqué con mi mano toda su erección, acogiéndola.

-        Llevas calentándome un buen rato, ¿qué esperas? – Sonrió acercándose a mi boca para besarme.

Pero me aparté.

-        No. – Me separé unos centímetros de él. – aquí. – Me señalé entre los muslos, dentro de la falda.

Me cogió y me puso de espalda a la pared y bajó por mi cuello, con la boca, entreteniéndose en mi escote, pasando la lengua mientras se agachaba hasta ponerse de rodillas.

Puso sus manos en mis muslos y ascendió con ellas arrastrando la falda hasta dejar mi piel al descubierto.

Acercó su boca y me dejó un camino húmedo de besos y succiones que me estaban haciendo poner los ojos en blanco, con mi mano aferrada a su cabeza y clavándolo contra mí. Ansiaba tenerlo entre mis piernas, en la parte que requería atención, necesidad, ganas y que se estaba empapando rápidamente.

Posó sus labios en mi sexo, por encima de la fina tela oscura de mi ropa interior y me mordisqueó suavemente hasta escucharme suplicar.

Apartó a un lado las braguitas y pasó su lengua de abajo a arriba, abriendo con sus dedos mis labios, recorriendo nuevamente con su lengua, despacio, deteniéndose, chupando, succionando, dando ligeros golpecitos que me estaban haciendo volverme loca.

Cuando abrí los ojos tras unos segundos para observarlo mientras me comía, nuestras miradas se cruzaron, y aquello me hizo volver a gemir, apretarlo más contra mí. Me mordí el labio cuando vi como llevaba uno de sus dedos a su boca y después a mi sexo, introduciéndolo despacio en mi interior, haciendo que me arqueara de placer, necesitando mucho más dentro de mí.

-        Más… - Pedí mientras con mi pierna apretaba su cuello contra mí. – Joder, más…

Metió dos dedos, follándome despacio mientras con su boca acompañaba y me devoraba. No frenaba en sus atenciones, y yo sólo ansiaba más y más.

Me abrí la camisa y saqué mis tetas del sujetador. Me las acariciaba mientras sentía sus manos y su boca entre mis piernas, mientras me acercaba al orgasmo, mientras me derretía bajo sus caricias.

Me llevé un pezón a la boca y sentí su jadeo en mi coño. Le gustaba verme así y me lo hizo saber moviendo más sus dedos, entrando y saliendo más rápido de mi cuerpo, y llevándome a las alturas con su lengua.

Mi cuerpo estaba a punto de colapsar, me sentía cada vez más cerca, con más presión y necesidad de liberarme, no podía más, y aquel impulso de su boca dándome un chupetón mientras me follaba duro con los dedos me hizo correrme en su boca, gemir como una posesa y sentir mis piernas a punto de doblegarse como gelatina.

Se puso en pie, se acercó a mi boca y me susurró con su barba aún brillante:

-        ¿Puedo comerte la boca ahora?

Me agarré a su cuello, pegué mis labios a los suyos y mis piernas las enrosqué alrededor de su cintura, guiándolo hasta el sofá.

En el borde le empujé, se sentó en medio y me puse a su lado de rodillas con la falda por la cintura y mis pechos libres.

Saqué con desesperación su polla de los pantalones y me la llevé a la boca, llegando hasta mi garganta.

Le sorprendió mi reacción, supongo que esperaba más delicadeza, pero ansiaba llenarme la boca con ella y tocar el fondo hasta ahogarme.

La saqué despacio, apretando mis labios a su alrededor para que notara el roce, y lamí, de abajo arriba, moviendo con mi mano su fina piel mientras lo envolvía con mi boca y por dentro mi lengua lo acariciaba.

Subía, bajaba, con mano y boca, deleitándome con su cara de placer y notando sus dedos aferrados a mi pelo, frenando las ganas intensas que tenía de clavarme la cabeza contra él para ahogarme con salvajismo. Me aparté, tiró de mi pelo para ver mi cara y ver como un hilo de saliva me conectaba con su polla, y volvió a guiarme para meterla hasta mi garganta dejándome unos segundos sin aire, llenando todo el recorrido con mi labial rojo, marcándole, follándome la boca él mismo cuando adquirió el control.

En algún momento de aquellos minutos de intensidad de mamada, decidió quitarme.

-        No podré… aguantar mucho más a este ritmo.

Me incorporé, me bajé las bragas y me senté sobre él, rocé mi coño con su polla, que luchaba por entrar en mi interior, tan húmedos, resbaladizos ambos, me apegué con él notándola palpitar en mi sexo.

Pegué las tetas a su cara y las agarró, mientras yo sujetaba su cabeza, y le guiaba para que se frotara con ellas. Acogía mis pezones con su boca, las estrujaba entre sus manos, ponía su cara en medio y me besaba, me lamía, se hundía en ellas recibiendo ambos el placer del contacto.

Sentí mis ojos en blanco en más de una ocasión ante aquella oleada de placer, una tras otra, por lo que levantando una pierna me levanté lo suficiente para meter la mano, sujetar su polla y llevarla a mi entrada para sentarme con ella dentro.

Gemimos los dos cuando entró en mí, y nos quedamos quietos un instante, notando sus palpitaciones en mi interior, rozándome con sus dientes mis tetas, y descendiendo sus manos hasta llegar a mi culo y mi cintura, donde me agarró, me clavó más con él, y empezó él a moverse, follándome conmigo encima.

Instintivamente me movía con él y sentía que iba a romperme por la mitad con su polla dentro de mí. Paró unos minutos después y seguí yo moviéndome sobre él, follándomelo yo, mientras sus manos y su cara se perdía en mis pechos.

Llevé mi mano hasta su cara y seguí subiendo y bajando mientras sujetaba su barbilla y gemía en su boca.

-        Estoy a punto de correrme… contigo… dentro de mí. – Echó la cabeza hacia atrás. – Quiero sentirte a ti haciéndolo.

Me agarró la cintura y elevó las caderas para unificar nuestros movimientos, sintiendo poco a poco como nos acercábamos, a punto, muy cerca, casi… hasta que me corrí con el roce de su cuerpo y su polla en mi interior, clavé mis uñas en su pecho y gemía pegada a su boca, lo cual fue una ayuda para que él también se dejase ir y estallara dentro de mí, clavando sus dedos en mi cintura.

Descendimos el ritmo, cada vez más despacio, hasta vaciarnos el uno al otro, mutuamente, lento, acogedor, íntimo… y nuestra respiración fue regulándose poco a poco mientras reposaba sobre él.

Me aparté despacio y me tiré en su pecho, sin saber cómo ni cuando me quedé dormida.

Iba a ser algo curioso la mañana siguiente.

martes, 6 de agosto de 2024

Curiosidades Felinas +18

 

Curiosidades felinas

Las vacaciones de verano dan para pensar mucho, para hacer mucho, para no hacer nada en ese mucho. De hecho, lo único que hacía era no hacer nada, salvo estar con mi gato, hablando con mi gato y asomarme a la terraza con mi gato.

Donde podía observar con anhelo y mucha gana como la piscina de mi vecino siempre estaba llena de agua clara, mientras él se paseaba con su gata por el jardín y se tumbaba en la hamaca durante horas, leyendo algún libro mientras a la sombra se relajaba.

Me había acostumbrado en lo que llevaba de verano a esta rutina con él. No sabía ni su nombre, siempre hablábamos a través de la distancia, si nos encontrábamos en nuestras puertas, nos sonreíamos, pero apenas llevaba un par de meses aquí y teníamos esa costumbre vecinal.

Vivo en una urbanización de casas, donde pese a nuestras cortas distancias todos estamos lo suficiente unidos para saber y ver que hace cada uno en sus zonas al aire libre. Yo me encapriché de la casa de la piscina, quizás por mi anhelo de querer báñame en este sofocante verano que me estaba dejando totalmente derretida, y en el que las duchas cada vez eran más intensas. Apenas acababa de salir de la bañera, cuando enseguida el sudor volvía a embadurnarme. Necesitaba una piscina con urgencia.

El chico de la piscina apenas había entablado contacto con ninguno de los vecinos de la zona, y en el grupo vecinal tampoco solía hablar salvo cuando yo comentaba alguna cosa sobre fallo de redes. Por lo que, se puede decir, la única persona con la que tenía algún tipo de trato, era yo.

No fueron pocas las veces, desde que empezó el verano, en las que me pillaba en la terrada con mi gato y un libro en el regazo, mirando en su dirección, sorprendiéndome con una sonrisa.

Minutos posteriores aprovechaba para dejar su libro, quitarse las gafas de sol y zambullirse en el agua.

Y… soy humana, estoy soltera y las hormonas en verano sabemos que bailan claqué, por lo que mi boca se abría de una forma sutil pero evidente cada vez que mis ojos lo observaban meterse en el agua, nadar, salir, y mirarme con una sonrisa.

Podría tener mi edad, unos treintaypocos, quizás alguno más, pero me quedaba embelesada y lo último en lo que mi cabeza pensaba era en su fecha de nacimiento.

El nacimiento que sí le miraba era aquel que ascendía de la parte baja del abdomen, ese vello oscuro que subía y subía hasta llegar a su pecho, mojado, fuerte. Necesitaba otra ducha después de la ducha.

Selby, no puedes seguir mirándolo así, te va a denunciar por acoso. Me dije a mí misma.

Pero no podía dejar de mirarle. El bañador de pantalón se le pegaba totalmente al cuerpo y se le marcaba todo. TODO. T O D O. Y mis ojos iban y venían de su cara a su bañador imaginado toda clase de guarrerías sin control bajo la mirada juzgadora de mi gato, que se ponía a mi lado intrigado por mi reciente obsesión insana de poner la cara pegada a la red.

Podía percibir como sonreía con sordina cada vez que me pillaba con los ojos mirándolo. Su gata, una persa blanca muy señorial, se ponía tumbada en el sol a resplandecer su pelaje mientras su dueño iba a lo suyo.

Mi gato, sin embargo, sentía cierto interés por el estado tan excitado de su humana. Me ronroneaba, me restregaba la cabeza, pensando el pobre mío que me ocurría algo. Pero no, cariño, tu humana estaba más en celo que cuando a ti te cortaron las pelotillas.

Me acomodé la terraza para estar el mayor tiempo posible en ella, incluso puse una manguera con la que, a falta de piscina, me remojaba mientras tomaba el sol o me ponía bajo la sombrilla para leer. Un día, que me asomé y él aún no estaba, decidí quitarme la parte de arriba para tomar el sol sin marca. Me quedé medio dormida bocarriba con un libro en la cara. Cuando abrí los ojos vi a mi vecino mirándome, mientras se pasaba la mano por encima del bañador y sonreía con picardía. Se me endurecieron los pezones al instante y todo el calor de golpe se acomodó en mi cara. Me tapé con el bikini lo más rápido que pude y me metí en casa.

Volví a salir después de comer y el estaba, como era habitual, tomando el sol con sus gafas oscuras. Mi gato se pegó a la red y maulló a su gata, haciendo que él girase la cabeza en mi dirección y me viese.

Sonrió. Sonreí como una gilipollas y me dediqué a bañarme bajo la manguera, pero con el bikini puesto, obviamente.

Volvió a meterse en la piscina, haciendo uso de su sensualidad para ponerme como una moto y dejarme embobada mirando. El pelo se le pegaba a la cara y se lo apartaba con demasiada clase como para no mirarlo más detenidamente. El bañador empapado parecía ceder y que en cualquier momento se le iba a bajar, y ahí estaba yo, salivando, rezando varios ave marías para que se le cayese.

Estuvimos así un par de semanas. Hasta que un día en lugar de salir durante el día me dio por salir de noche a la terraza a leer en el kobo y disfrutar un poco de la brisa calenturienta que corría. Mi sorpresa fue enorme cuando lo vi en el agua haciendo un movimiento con la mano que claramente era una paja.

Me quedé estática unos segundos, incapaz de reaccionar mientras el bloqueo me incapacitaba para otra cosa que no fuese sentir un calor naciente en la parte baja de mi vientre, que se empezaba a propagar por los muslos. Se percató de mi presencia al sentirse observado y paró, sonrió y salió de la piscina para dejarme clara la idea de que estaba notablemente empalmado y que sí, se estaba pajeando en el agua.

Ni corto ni perezoso se tumbó en la hamaca y, desde mi distancia, podía ver como su erección seguía activa y él no dejaba ni de mirarme ni de sonreír. Incluso optó por pasarse la mano varias veces por ella, agarrándola y apretándola con su mano por encima del bañador.

Tragué saliva, nerviosa, avergonzada, excitada. Y me di la vuelta.

Los días posteriores seguíamos igual, sonrisas, miradas, y saludos a distancia. Pero con los días la confianza a distancia se fue… intensificando, y ambos teníamos una ligera facilidad para mojarnos mientras nos mirábamos y nos poníamos en posturas provocativas.

Una mañana llamó a mi puerta, cuando supe su nombre por primera vez. Jorge. Me comentó que con la única persona que tenía algo de contacto era conmigo y que tenía que salir un fin de semana entero por trabajo, que si podía hacerle el favor de vigilar a su gata y que, a cambio del favor, podría usar la piscina. Acepté sin pensarlo.

Después de hablar con él y saber que su gata estaba tan castrada como el mío, decidí llevarme a mi gato a su casa y me fui allí esos dos días, a sabiendas de que él estaba al tanto de mi pequeña ocupación. Hablábamos por whatsapp a cada rato para saber como se encontraba Meisy, su gata, y le mandaba fotos para que estuviera lo más tranquilo posible.

Disfruté lo indescriptible en esa piscina, y me echaba unas buenas siestas en la hamaca bajo la sombrilla, mientras el sol caía.

Cerré los ojos el domingo y me dejé llevar por el gustito del calor y el silencio que inundaba toda la terraza. Sólo se escuchaban los pájaros, las chicharras y el ronroneo de Dopinder, mi gato, y Meisy.

Me siento observada y abro los ojos para encontrarlo delante de mí, en bañador, mojado, y mirándome fijamente mientras sonríe con los ojos ahora en mis pechos. Me había quitado el bikini por comodidad y ahora él sonreía, con una erección en sus pantalones mientras me observaba tensarme.

Se puso de rodillas, me abrió las piernas y empezó a besarme los muslos despacio sin dejar de ejercer contacto visual, subiendo, lentamente, con sus manos por mis muslos, mis caderas, mi estómago, hasta llegar a mis pechos y agarrarlos. Gemí cuando sus dedos pellizcaron mis pezones erguidos, suspiré cuando sentí la calidez de su lengua en el centro de mi placer, relamiendo, poco a poco, con una parsimonia insufrible, recorriendo todo mi coño deleitándose en hacerlo despacio.

Me arqueé, agarrando su cabeza con mis manos mientras presionaba mi pelvis contra su cara, haciendo que profundizase con su lengua en mi interior, succionándome, chupándome, lamiéndome lentamente en una agradable tortura placentera que, aumentó considerablemente, cuando introdujo uno de sus dedos en mi interior.

Entraba y salía sin dejar de acompasar esas arremetidas con su lengua y su boca abarcando todo mi sexo empapado. Su otra mano bailaba entre mis pechos y mi muslo, que lo puse alrededor de su cuello para evitar su escapatoria.

Subía y bajaba con su boca sobre mí, haciéndome llegar a lo más alto hasta que a un suspiro de alcanzar el orgasmo me desperté con la mano en las bragas. Pero con la atenta mirada de Jorge y una sonrisa clara en su cara.

Había tenido un sueño erótico con él. En su jardín. En su hamaca. Me había tocado con el oral de mis sueños y para colmo, ahí estaba él, mirándome, totalmente vestido y sonriendo, pero… con una erección en sus pantalones. ¿Cuánto rato llevaba ahí viéndome tocarme en sueños con una teta fuera? Porque parecía muy gustoso con lo que había visto.

-        No te esperaba tan pronto. – Dije incorporándome con la poca dignidad que me quedaba ya hoy.

-        Te comenté por el chat que venía de camino, pero no respondías. – Carraspeó divertido. – Veo que estabas teniendo un sueño de lo más placentero.

De repente la idea de tirarme a la piscina con el flotador, de cabeza, era muy suculenta, pero tenía que ser adulta y pensar rápido una respuesta que mantuviera la poca dignidad que me quedaba. Me habían pillado con el carrito del helado, sí. Estas cosas pasan.

Pero es que sólo me pasa a mí, y ahí estaba el problema.

-        Llevo unos días durmiendo muy mal y con la tranquilidad que había aquí no he podido evitar dormirme.

-        Casi te corres. – Me suelta de golpe con total confianza. – Me da pena haberte despertado.

No podía articular palabra, me estaba comiendo la vergüenza, y es que no sabía qué responder a esto.

-        A ver… que igual te estabas imaginando lo que no es, Jorge. – Intenté una táctica de escape poco efectiva.

-        Te he visto con la mano en las bragas del bikini, un pecho fuera y salivando con la boca abierta mientras gemías. No es que me deje mucho margen a la imaginación.

-        Somos adultos y… - ¿Qué le digo? ¿Qué soñaba que me comía el coño? Me quiero morir. ¿Por qué la tierra no se abre cuando más lo necesito?

-        No te preocupes mujer. Sí sé que no hace mucho me observabas haciendo lo mismo desde tu terraza. – Me dijo con total tranquilidad. – Son momentos de relajación donde aflora la necesidad.

-        … Ya… - La cosa definitivamente podía empeorar mi vergüenza. No sólo era una salida, ahora también mirona. – Yo siento mucho…

-        No lo sientas. A mí me ha parecido divertido el espectáculo. – Miró hacia abajo y miré con él.

-        Ya veo… - De repente me había vuelto retrasada y no podía articular una frase coherente. – Meisy se ha portado muy bien.

-        He visto que estaba muy tranquila al llegar, hecha un ovillo junto a tu gato. Aunque sin duda la que más ha disfrutado de la piscina has sido tú, ¿verdad? – Mal por ese camino, porque intenté desviar la atención a la gata y no funcionó. – Ahora que hay confianza puedes venir siempre que quieras, te agradezco mucho el favor que me has hecho, y ellos se llevan bien.

Me estaba invitando oficialmente a la piscina, lo cual era mi sueño, pero por una razón de, llamémosle vergüenza, quería irme a mi casa a llorar abrazada a Dopinder.

Le agradecí el ofrecimiento y le dije que volvería, pero pese a su insistencia de pedir algo y cenar, me fui a mi casa a intentar rebuscar en el armario una dignidad nueva que ponerme.

Por la noche salí a la terraza con mi gato y me tumbé en la tumbona que tenía para leer, y con el libro en mi regazo me quedé mirando hasta su jardín, viéndolo aparecer en bañador. El cual se quitó al darse cuenta que yo le estaba observando.

Valiente hijo de puta, esto era provocación directa.

Me estaba poniendo mala. Un frote de muslos por aquí, un labio mordisqueado por allá, los pezones tersos a través de la tela de la camiseta… cuando menos lo esperé tenía la mano dentro de las bragas acariciándome la humedad entre mis piernas. Total, era de noche, estaba oscuro, ¡cómo me iba a ver!

Ilusa.

Siempre te ven, tienen una especie de infrarrojos para la masturbación. Es un hombre, Selby, siempre te verá.

Pero yo estaba viendo ante mí a un tío de 1,85 metiéndose en el agua con el pelo pegado en su piel, chorreando como lo estaba haciendo yo, y clavar los ojos en mí mientras nadaba sonriendo. Saliendo de la piscina con una erección monumental que ni corto ni perezoso, se agarró con la mano al llegar a la hamaca.

La puso mirando hacia a mí, antes de tumbarse en su plenitud y para que le viese bien empezó a masturbarse mientras no apartaba los ojos de mi terraza.

Yo sólo podía pensar en el sueño tan placentero que me había regalado y entre verle e imaginarle no se me ocurrió otra cosa que ponerme de pie y quitarme las bragas en un contoneo sutil pero innecesario.

Abrí las piernas con la tumbona mirando hacia él y me empecé a acariciar la entrepierna, subiendo los dedos a mi boca, impregnándolos en mi saliva y volviendo a mi sexo, acariciando despacio con la boca entre abierta, sacando con mi mano libre mis pechos subiendo mi camiseta. Ya no había vuelta atrás ni vergüenza, era una provocación mutua y suculenta que nos apetecía y excitaba a ambos.

Sin dejar de acariciarse con la mano, lo vi coger el móvil con la otra y al instante me llegó una notificación. Era él.

Jorge:

¿Te gusta lo que ves? Porque yo no puedo dejar de mirarte y de pensar en ti desde que te vi en mi jardín dándote placer.

Selby:

Me gusta todo lo que veo y todo lo que he soñado esta tarde mientras estabas en mi cabeza.

Jorge:

Te espero en mi casa. Ya.

No respondí. Paré en seco lo que estaba haciendo y me fui hasta su puerta, que me esperaba entre abierta.

Apareció por el umbral y me llevó al jardín, me sentó en la hamaca y como si, hubiese indagado en mi cabeza y hubiese andado despierto en mis sueños, me bajó las bragas, abrió mis piernas y se puso entre ellas.

Me olió mientras sentía su respiración en mis muslos, con sus dedos clavándose en mi carne, subiendo con sus labios pegados a mi piel mientras mi respiración agitada me anticipaba por encima de mis posibilidades lo que ansiaba mi cuerpo. Quería su boca, y la quería ya.

Pero se apartó, no sin antes pasarme la mano abarcando todo mi coño para soltarme, y dejarme indefensa ante su necesidad.

Fue hasta mi camiseta y me la sacó por la cabeza dejando mis pechos al aire, él estaba totalmente desnudo mientras que a mí apenas me cubría una minifalda enroscada en la cintura.

Semidesnuda y expuesta para él me acarició la cabeza y puso a la altura de mi cara su erección, rozándome la boca mientras sus dedos se entremezclaban con mi pelo y me agarraba mordiéndose los labios con deseo.

Quería metérmela en la boca, lo sé, pero esperaba algún tipo de “invitación”, a lo cual curiosa como cual felino, la agarré y la puse en mis labios, rozándola por ellos mientras sacaba la lengua y posaba su polla sobre la misma.

Emitió un gemido ronco cuando miró, visualizando lo que iba hacer.

La introduje en mi boca lentamente, rozándole con los labios lo posible ejerciendo la presión justa para que notásemos como entraba en mi interior. Aguantaba la respiración por la necesidad imperiosa de clavarla con fuerza en mi garganta.

-        Quiero… quiero que te toques – Le miré cuando su polla tocó el fin de mi garganta. – Pero no se te ocurra correrte… eso déjamelo a mí.

Sacaba y metía su miembro en mi boca, llevando el compás con sus manos sobre mi cabeza, mientras yo se la comía y le pajeaba a su vez con la mano. Subía y bajaba la fina piel que le cubría, envolviendo con mis labios, rozándole con mi lengua, jugando con mi mano desde su polla a sus huevos arrancándole gemidos de gozo.

-        Joder… - Parecía sumido en un sueño tan onírico como el que tuve yo con él, sólo que este era real. – Quédate ahí. – Se le escapó un gruñido mientras presionaba mi cabeza contra él unos segundos cortándome la respiración, saltando mis lágrimas. – Así, traga toda.

Me apartó, se puso de rodillas entre mis piernas y me observó, de la cara a los pechos y de ellos a mi coño, donde jugaba con mis dedos despacio.

-        Ábretelo con los dedos. -  Y simplemente obedecía cada una de sus palabras como una orden ilícita.  – Acaríciate mientras te observo.

Y lo hice, me pasé los dedos desde la entrada a mi clítoris, moviendo en círculos despacio, sintiendo como me embriagaba el placer y el deseo, ansiando más. Queriéndolo a él.

Mi respiración se aceleraba con mis caricias, él seguía acariciándose despacio la polla mientras no apartaba los ojos de todo cuanto yo hacía, y con un manotazo de repente, apartó mi mano y hundió su cara entre mis muslos.

Gemí, sobresaltada, cuando su boca me acogió con fuerza y lujuria, lamiendo toda mi humedad hasta entonces, resbalando su lengua por mi sexo, de abajo hasta arriba y vuelta a repetir, parándose en el cúmulo de nervios que me daba tantísimo placer. Cogiéndolo con los labios, succionando, aleteando con la punta de su lengua tras meter un par de dedos en mi resbaladiza y estrecha entrada.

Me penetró fácilmente, entrando y saliendo con ellos de mi interior sin dejar de prestar atención con su lengua.

Llevó mis pechos a mi boca, diciéndome sólo con ese gesto que quería que me los lamiese para él mientras se divertía entre mis piernas.

Haciendo caso a todo él, aproveché el tamaño de mis tetas para ponerlas contra mi boca y lamer despacio hasta pillar mis pezones con los dientes.

Podía morir ahí mismo que sería entre el más tremendo de los placeres.

No dejó de prestar atención a mi sexo ni un solo segundo, pero se limitaba a aflojar el ritmo cuando notaba mi tensión acumularse en la parte baja de mi vientre, queriendo alargar lo posible mi orgasmo y obligándome a la necesidad de alcanzarlo con desesperación.

No podía soportarlo más, necesitaba correrme. Agarré su cabeza contra mi coño y restregué mi cara buscando alivio en la fricción, y se dio cuenta al instante de lo que pretendía, pues me facilitó el trabajo, y dijo contra mi coño quiero que te corras en mi boca.

Fue suficiente escucharlo junto a sus atenciones para coger y dejarme ir al fin, liberando un orgasmo reprimido entre gemidos, pellizcando mis pezones casi sin darme apenas cuenta, mientras no dejaba de lamer y follarme con los dedos hasta dejar toda mi humedad en su cara.

Me relajé unos minutos después, cuando mi ritmo cardiaco se estabilizó tras el orgasmo, pero no penséis que él dejó de acariciarme. Seguía muy lentamente pasando los dedos por toda la plenitud de mi sexo.

Me cogió en brazos y me llevó hasta la mesa que había bajo el techado, donde tenía un condón esperándonos, y me puso contra ella, de espaldas a él. Se puso el preservativo y me dio un azote de advertencia para que abriese las piernas y me inclinase para darle acceso.

Hice caso, obediente, y sentí como se posicionaba entre mis muslos, agarrando mis nalgas con una mano y con la otra llevando la punta de su polla hasta la entrada empapada de mi coño.

Entró tan jodidamente lento que era tortuoso. Intenté empujar mi cuerpo hacia atrás para facilitar más profundidad, pero con una risa maliciosa en mi oído me presionó contra el filo de la mesa obligándome a sentir la plenitud de su polla con lentitud, calma, tensión y necesidad. Disfrutaba claramente llevándome al límite de las ganas.

Se me hizo eterno y placentero hasta que al fin la tuve en mi interior toda ella, llenándome por completo, y creyendo que iba a seguir su ritmo de tortura con lentitud, me sorprendió dándome una estocada tras salir, profunda, dura, salvaje. Otra. Saliendo y volviendo a entrar de golpe, arrancándome gemidos de placer y sorpresa, lloriqueando entre jadeos por más. Necesitaba más, mucho más, quería que me follase sin control con todas sus fuerzas.

Pero él disfrutaba de mi tormento, y lo hacía así, a su ritmo, sabiendo que me desesperaba.

-        Dímelo y lo haré. – Susurró nuevamente en mi oído con su cuerpo pegado al mío. – Quiero escuchártelo.

-        Joder, fóllame sin control. – Logré decir perdida en el mar del deseo y el ansia.

Y así lo hizo, entonces sí se liberó sus ganas de mí y me empezó a follar de forma salvaje y ruda agarrándome, sabiendo que me dejaría sus dedos marcados en mi piel durante días.

Con una mano en mi cadera y con otra en mi cuello apretando, salía y entraba de mi cuerpo sintiendo ambos como sudábamos al unísono, entre jadeos, gemidos, respiraciones mezcladas, sonando de fondo el choque de nuestros cuerpos con cada embestida. Llegando a lo más hondo de mí, con su boca en mi oreja, sus dientes por mi cuello, con su mano en la garganta, me tenía totalmente prisionera contra la mesa dispuesto hacer conmigo lo que le diese la gana, que era algo que ambos ansiábamos.

-        Tócate mientras te abro. – Me dijo entre jadeos.

Y obedecí como la buena chica que era. Mientras me embestía con rudeza una y otra vez y me cortaba cada vez más un poquito más la respiración, me estimulaba el clítoris con mi mano, trazando pequeños círculos que me estaban llevando a la cima.

-        Eso es… córrete con mi polla dentro de ti.

Y así lo hice. Mi cuerpo se tensó en su plenitud, acumulando el deseo y las ganas, hasta que no pude soportar más su bombeo y mis caricias y me estrellé de lleno en el orgasmo.

La presión de mi vagina apretándole con mis espasmos orgásmicos fueron suficiente para que él se dejase llevar y se corriese apretándome cuando podía contra él, con sus manos en dichas zonas, cadera y garganta, mezclándose nuestros gemidos, aminorando el ritmo los dos hasta que poco a poco, nos dejamos caer y nos quedamos quietos unos segundos.

Echó la cabeza en mi cuello y me beso dulcemente todo él mientras salía de mi interior y me acariciaba despacio el culo.

Pensé que nunca hay que subestimar la curiosidad felina que me llevó a observarlo desde mi terraza. ¿O era él quién me observaba a mí?

 

 

 

martes, 19 de diciembre de 2023

Un bonito reencuentro +18

 

Los viajes son lo suficiente cansados como para querer dejarte una noche en coma.

Llegué por la tarde a la ciudad donde estaba mi familia, y me fui directa al bar de siempre donde esta vez, había un nuevo camarero que me resultó realmente simpático y agradable.

Le pedí un café, y entonces llegó una amiga con la que había quedado por teléfono un buen rato antes, y se sentó a mi lado.

  • -        Ron cola, Francis. – Dijo ella agarrando mi cara y dándome un sonoro beso. – Dichosos los ojos.
  • -        Te echaba de menos. – Le dije mientras bebía de mi taza.
  • -        ¿Qué haces tomando eso a estas horas? Necesitas un copazo.
  • -        No quiero inaugurar mi viaje con una borrachera.
  • -        Que poca confianza en ti misma. – Se dirigió al camarero. – Ponle un puerto un Larios con Berry.
  • -        ¡Que no!
  • -        ¡Que sí! – Sentenció ella dando un golpe de mano en la mesa. – Que llevamos meses sin vernos, joder, necesitamos celebrarlo.
  • -        Está bien – Suspiré. – Pero sólo una.

El camarero me sonrió y puso la copa, cargando un poquito más de la cuenta por lo que yo me percaté, bajo la insistencia de mi amiga diciendo que echase más.

Lo que se dijo en un principio de que fuese una, obviamente fue una utopía. Acabamos con una detrás de otra y llegó un punto donde yo ya empecé a sentir los efectos amorosos del alcohol.

Nuestras risas llenaban el local, las carcajadas cargadas de ganas y felicidad hacía que todo el que estaba nos mirase chismorreando. Salvo Francis.

Se apoyó en las sillas de ambas, estando él de pie, y comenzó a hablar con mi amiga, para después dirigirme una mirada cargada de sonrisa a mí.

Me levanté y fui al baño, con intención de irme a casa al volver de éste. Pero cuando fui a coger mi chaqueta y mi bolso, me encontré con otra copa recién puesta y la mano de Francis apretando mi hombro.

  • -        A esta invito yo, guapa.

Miré a mi amiga y sonreí, brindando con ella. Al terminar si que si que me fui a casa.

Entré dando tumbos y me tiré en la cama, sin pararme a ponerme ni el pijama, estaba tremendamente bebida como para intentar estar de pie quitándome la ropa.

Al día siguiente me desperté fresca como una lechuga y me pegué una ducha que me dejó mejor aún. Miré mi móvil donde tenía un mensaje de un número que no conocía dándome los buenos días.

Cuando pregunté me percaté que era Francis, al cual le había dado mi móvil mi amiga. Ya que le conocía y confiaba en él, por lo que no vi problema en ello.

Sin embargo, no le contesté. Llamé a mi amiga y quedamos en mi puerta a eso de las 16. Me recogió y nos fuimos a tomar café al mismo bar de la noche anterior.

Francis no había llegado aún, solía ir más tarde, me contó Olga. Así que estuvimos envuelta en chismes. Mayormente suyos. De mí sólo aprovechaba mi sequía para compadecerse por mí y mi deplorable vida sexual.

  • -        Pues anoche uno no paraba de hacerte ojitos.
  • -        Sí, tendría unas copas de más y no atinaba a pestañear.
  • -        Que sí, tonta, que te miraba mucho.
  • -        Tía, íbamos borrachas como una cuba, yo también miraría.
  • -        Que no, que me refiero a que le gustabas.
  • -        Sí, para invitarle a más.
  • -        Dios, es imposible hablar contigo.
  • -        Tu ves folleteo en todas las esquinas.
  • -        Te digo que ese quería tema contigo.

Quité importancia con una mano y me levanté al servicio. Al volver Francis ya estaba en la barra y con el delantal corto puesto.

  • -        Hombre la perdida en combate. Espero que no te molestase mi atrevimiento de pedir tu número y escribirte.
  • -        Nah, no te preocupes, es que no suelo mirar mucho, por eso no contesté.
  • -        Le di tu móvil porque me preguntó por ti esta mañana cuando vine a desayunar. – Dijo ella excusándose. – Francis piensa igual que yo.
  • -        ¿En qué?
  • -        Sobre el chico de anoche.
  • -        Y dale.
  • -        Conozco demasiado a mi clientela como para saber que el de anoche quería acompañarte a casa, cielo.
  • -        Que espere sentado.
  • -        Suele estar más de pie, y por ahí viene. – Dijo Francis mientras hacía un gesto con la cara y se daba la vuelta para coger una botella de licor.

Se puso a mi lado y pidió “lo de siempre” a Francis. Aparté la vista y miré a mi amiga que se estaba intentando morder la lengua para no soltarme nada.

El chico en cuestión me miraba una y otra vez, tras haber cogido su copa siguió haciéndolo.

Eran las 6 de la tarde, ¿Quién tenía ganas de beber a esa hora?

En ese momento de duda vi a Olga levantarse hasta la barra y pedir una copa de balón con ginebra y tónica.

Claro, me dije.

No soy una bebedora habitual, de hecho, no suelo hacerlo, más allá de un buen vino blanco. Pero cuando venía aquí siempre me arrastraban a los antros de perversión alcohólico.

Vino hacía nuestra mesa con dos copas en la mano, suspiré con los ojos en blanco.

  • -        Yo no quiero beber tan temprano, cuando sean las 22 estaré hecha un despojo.
  • -        Bebe, te hace falta.
  • -        Pues no, no me hace, pero trae ya que está ahí.
  • -        Nos han invitado… - Dijo bajito. – A cambio de…
  • -        ¿De?
  • -        De tu número.
  • -        Me vas a hacer cambiar de móvil, no puedes prostituir mi número por una bebida.
  • -        Ese chico es muy persuasivo. ¿Tu has visto que ojos?
  • -        Sí, pegados en la cara. – Alcé la copa y sonreí, ya que me fijé en el que nos estaba mirando.
  • -        Le gustas.
  • -        Me he dado cuenta.
  • -        Y es muy guapo.
  • -        También me he dado cuenta.
  • -        Pues te va hablar por teléfono.

Olga se encogió de hombros y bebió de su copa. Empezamos a hablar de cosas sin mucha importancia, recordando viejos tiempos, enfrascándose en sus fracasos amorosos, y cómo no, en los míos. Una copa detrás de otra. El chico se sentó a mi lado, en nuestra mesa, sin dejar de apartar sus ojos de mí pese hablar con mi amiga.

Yo tenía un subidón del alcohol, y las mejillas me ardían. Me tiraba indirectas lascivas que me hacían beber más rápido de la cuenta, y mi propio calor corporal me estaba embriagando. Empezaba a estar lo suficientemente borracha como para imaginar cosas obscenas con él chico del bar en los propios baños.

Mi excitación crecía, y encharcaba mis bragas de mi propia humedad y deseo. Apreté los muslos mientras me inclinaba un poquito más en la mesa dejando que el escote del jersey verde que llevaba, diera un buen plano de mis pechos calientes por la bebida en mi sangre.

Agarré mi copa en esa posición y pegué un trago, sintiendo como el calor que emanaba en mi garganta bajaba por ella y mi pecho. Me relamí los labios cuando los ojos verdes de Jesús se clavaban en mi boca. Mi pintalabios intacto, no marcaba ni el cristal, y seguía perfecto como cuando me lo puse antes de salir.

Su pelo moreno revuelto, junto a sus ojos verde y su espesa barba, lo hacían bastante atractivo, aunque no tanto como el hecho de su interés en mi desde que me vio el día anterior.

Pasé por alto que hiciera un día que lo conocía, Francis había dado una versión de ese chico a Olga y ella se fio de ambos, ya que de otro modo me hubiera puesto el freno. Sin embargo, me alentó a irme con él cuando se aproximaban las 10 de la noche, y ella se quedó con Francis.

Jesús me acompañó a casa y durante el camino me echó el brazo por el hombro de una manera territorial, que, dado el barrio, le agradecía. Llegamos a mi bloque, donde al abrir la puerta se colocó detrás de mí, sintiendo su calor en mi espalda en aquella noche fría de diciembre.

Le dije que pasara, cuando se quedó en el umbral esperando una invitación, me apoyé de espalda a la pared y él se puso delante de mí, apoyando su mano en la pared, quedando nuestros cuerpos a una distancia extremadamente cercana y peligrosa.

Nuestra respiración estaba agitada, y yo pasé una de mis manos por su cara, bajando hasta su pecho, acariciando su chaqueta.

Me mordí el labio inferior mientras mis ojos seguían descendiendo hasta su entrepierna. Me relamí viendo como mi pose y mi provocadora mirada le estaba haciendo entrar en calor.

Era demasiado contenido, demasiado silencio fingido y demasiada ignorancia para ambos que sabíamos de sobra lo que queríamos. Quiénes éramos.

Se acercó a mi cuello y aspiró mi olor, tragué saliva, con mis manos en su pecho, intentando mentalmente resistirme, pero me costaba al tener su olor embriagándome.

  • -        Déjame hacerlo… - Susurró en mi cuello.

Me estremecí, tragué saliva, e intenté desechar de mi cabeza todas las escenas que nos habíamos imaginado ambos. Era demasiado. Aquello estaba siendo una prueba de fuego.

  • -        Sólo esta vez. – Repitió.
  • -        Jesús… no sé si…
  • -        Déjate llevar.
  • -        ¿Estás seguro? – Gimoteé. – no creo que quieras…
  • -        ¿Crees que esto es no querer? – Cogió mi mano y la llevo a entre sus piernas. – Créeme que quiero… lo ansío.
  • -        Me odias…
  • -        ¿Ves odio ahora? – susurró en mi oído, mientras lo rozaba con sus labios.
  • -        Sé que me odias, me lo has hecho saber. Muchas veces.
  • -        Odio no poder volver a tenerte.

Se abalanzó a mi boca, me besó, presionando su cuerpo contra el mío, notando la dureza bajo sus pantalones, clavándomela en mi cuerpo. Metió sus dedos entre mi pelo, y apretó en un tirón volviendo el beso suave y frenético, profundo, intenso, gimoteando ambos bajo la necesidad, la presión entre nuestras piernas, las ansias de devorarnos y fundirnos.

Nos separamos unos segundos, que pareció un castigo eterno tanto tiempo separados, otra vez. Agarré su chaqueta, tiré de él para mí, reclamando su boca, lamiendo sus labios, mientras él entreabría para dejar paso a nuestras lenguas.

Me agarró los muslos, para cogerme a pulso y me abracé a su cuello. Con mi espalda pegada aún en la pared, teniendo su peso sobre mí.

  • -        ¿Vamos a casa? – Pude decir tras unos minutos besándonos.
  • -        Nada me gustaría más.

No dejé de sentir sus ojos clavados en mi cuerpo, pese a estar de espaldas yo mientras subíamos.

Me movía por instinto felino, acentuando mis movimientos de un lado a otro, contoneando mis curvas.

Me costó atinar con la llave dentro de la cerradura, entre el alcohol y lo difícil que me resultaba ordenar mis pensamientos, no me paré en pensar muy bien aquello de “la última en mi casa”.

El alcohol me soltaba, estaba soltera, necesitada y aquel chico me había caído demasiado bien desde que su sonrisa me cautivó en el bar.

Le pedí que se sentara en el sofá, tras dejar la chaqueta en la percha, mientras iba por la bebida, pero no me hizo caso. Me siguió hasta la cocina, lo sentí detrás de mí, pegado a escasos centímetros, sintiendo su respiración en mi cuello por el lado donde me aparté el pelo. Tragué saliva, nerviosa. Riéndome flojito, un poco cortada pero con una excitación latente entre mis piernas que mojaba mi ropa interior.

Mi pecho subió en un gran suspiro profundo que solté cuando su mano se puso sobre la mía para coger su copa.

-        Gracias. – Me dijo soltando su esplendida sonrisa.

-        Vamos al sofá.

Me cedió el paso hasta el salón, y volví a sentir sus ojos clavados en mi culo que ondeaba de un lado a otro con pasos cedidos pero torpes por el alcohol.

Nos sentamos y sus ojos se clavaron en mi pecho, sin disimulo alguno, me miró las tetas con lascivia mientras se relamía el licor de los labios. Dejó su copa más cerca de la mía, y puso su mano encima de mi muslo mientras se acercaba más a mi cara.

A escasos centímetros de mi cara sentí su respiración azotar mis labios, con sus ojos recorriéndome de arriba abajo. Miré de soslayo su entrepierna y no pude apartar los ojos de la erección que abultaba el pantalón.

Se dio cuenta de mi interés y cogió mi mano con la suya, poniéndola entre sus piernas, sobre su miembro duro.

Tragué saliva, con mis ojos vagando de sus ojos a nuestras manos. Comenzó a moverla, frotándose suavemente con mi mano, mientras mi respiración se agitaba y él disfrutaba con mi alteración.

Con su mano libre apartó el jersey por mi hombro y lo bajó, dejando mi clavícula al aire libre, donde posó sus labios y sacó su lengua, recorriéndome hasta el cuello, donde comenzó a besarme, notando su polla palpitar bajo mis dedos.

Lo sentía excitado, cachondo, casi tanto como yo, que notaba mis bragas molestarme, arderme mi entrepierna, sentía mi coño empaparse pidiendo atención.

Abrí las piernas para que su mano subiera por el interior de mis muslos, y posó su mano en mi sexo, la dejó ahí, arrancándome un gemido ahogado contra su boca.

Siguió subiendo su mano por mi cuerpo, hasta llegar a mis tetas, donde acogió una con su mano, apretando, masajeando, tirando del escote hacia abajo para dejar mis pechos al descubierto sólo con sujetador.

Me di cuenta entonces de que mi mano se encontraba huérfana en su erección, y me aparté un poco de él, me puse de rodillas entre sus piernas y le desabroché el pantalón mientras no dejaba de mirarle a los ojos relamiéndome los labios.

Acariciaba mi cabeza, aguantando los impulsos por agarrarme fuerte del pelo, mientras se mordía el labio y su cara era un libro abierto de erotismo y excitación.

Se puso de pie para bajarse los pantalones, y puse mi cara a la altura de su cintura, tiré de los pantalones hacia abajo, pasé mi cara por su ropa interior mientras suspiraba, con la boca entreabierta y me observaba desde ahí arriba, acariciando mi pelo y apretando mi cabeza contra él.

Tiré de su ropa interior y liberé su polla dura, que rozó mi boca, arrancando un gemido de su garganta. La agarré con la mano y le indiqué con mi otra mano en su muslo que se sentara.

Lo hizo y colocada entre sus piernas acerqué mi cara a su erección, llevándola a mi boca. Pasé la lengua de abajo arriba, enroscando mi lengua en la punta de su polla, envolviéndola con mis labios y apretando para acogerla en mi boca, bajando despacio, mientras él suspiraba y se inclinaba hacia adelante para subirme la falda hasta dejar mi culo al aire, con mis minúsculas bragas de encaje blancas.

Me dio un azote, apretó mi nalga, y me animó con su mano a seguir en mi travesía.

Cuando la noté presionando el fondo de mi garganta escuché su gemido ronco, sintiendo su mano en mi cabeza, apretando suavemente. Miré por encima de mis gafas para ver su cara, su expresión ansiosa y excitada, que me pedía a gritos en silencio que continuase. Necesitaba más de mí. De mis labios.

Continué un sutil baile con mis labios envolviendo su polla con mi boca, chupando, lamiendo, de arriba abajo, de abajo a arriba, despacio, hasta el fondo, volviendo a sacarla, rozándola por mi boca, mi mejilla, acariciando con la lengua de la base hasta la punta, volviendo a bajar, hasta llegar a sus testículos, lamiéndolos, chupándolos, metiéndolos en mi boca succionando mientras le masturbaba con la mano cerca de mi cara.

Me acariciaba, sin dejar de observarme con la boca entreabierta, y sentía la presión de sus dedos en mi pelo, conteniéndose por no apretar para no hundirme la cara por completo en él.

Quería llevarle al límite, volverlo loco de ganas, darle placer, y cuando lo tuve justo donde quería, paré, con una cara frustrada por respuesta de su parte.

Me levanté la falda y me monté a horcajadas encima de él, restregándome en un vaivén en su dura polla. Mis tetas fuera del jersey y del sujetador ya rozaban su cara, donde sacaba su lengua para alcanzarlas. Me agarró el culo para clavarme más en él, intensificando la fricción.

El movimiento de adelante y hacia atrás de mis caderas lo estaba enloqueciendo, y el placer que yo sentía me estaba alzando en una nube que me acogía, alejándome de la realidad. Yo gemía con la boca entre abierta, mientras el llevó su mano a mis pechos, agarrando uno, para pellizcar los pezones y llevarlos hasta su boca.

Succionaba uno mientras con la mano apretaba el otro. Mi respiración se aceleraba, y cada vez ansiaba más.

Se dio cuenta y aprovechó un descuido mío para apartarme de encima de él, levantarse y tumbarme sobre el sofá, abrió mis piernas y de rodillas en el suelo acercó su cabeza hasta el interior de mis muslos.

Me olió, pasando su nariz y su boca por mi coño, que tenía las braguitas empapadas y totalmente pegadas por la humedad, hundió su boca en ellas, y sus manos recorrieron el camino de mis piernas, eterno a mi parecer, hasta llegar a mis muslos. Cubrió de besos el trayecto y, con una de sus manos, acarició mi sexo despacio notando lo mojada que estaba.

Sonrió satisfecho cuando pasó un dedo y se empapó de mí, llevándolo posteriormente a su boca. Apartó mis bragas a un lado con la otra mano, y acercó la cara para pegar sus labios con los míos.

Me acogió con su boca, sacó su lengua y me recorrió haciéndome sentir espasmos de ansiedad deseosa por mi cuerpo. Suspiré, gimoteé, mientras notaba como sus dedos y su lengua se abrían paso en mi interior. Apartaba mis labios vaginales con sus dedos para darle rienda suelta a su lengua, que me recorría de abajo arriba, dedicando más atención al clítoris, mientras uno de sus dedos rozaba mi entrada, totalmente lubricada.

Entró en mí, y pocas arremetidas después introdujo el segundo dedo, follándome con ellos mientras su boca me devoraba. Yo me sentía enloquecer, y apretaba su cabeza todo cuanto podía contra mí, sin dejarle quitar la cabeza de mi coño.

Flotaba en una nube de éxtasis hasta que reconocí aquella sensación que me presionaba el estómago, que me secaba la boca de coger aire con tantas ganas y esa desesperación por liberarme, por lo que enrollé mis dedos en su pelo y tiré de el cuando mi orgasmo estalló en su cara.

Gemía sin control, retorciéndome bajo sus atenciones, y sentía mi cuerpo frágil como si fuera a desmayarme de la intensidad previa.

Se apartó de mí y yo le indiqué que se sentase, me coloqué encima de él de espaldas y me subí la falda, momento que aprovechó para ver mi culo en primer plano y arrancarme las bragas, rasgándolas. Cogí su polla y la llevé a mi entrada donde me la fui metiendo despacio, sabiendo que sus ojos estaban hechizados con ese movimiento y que los tenía clavados viendo como su polla desaparecía de su vista para introducirse en mi interior.

Cuando la noté llenándome por completo me senté sobre él. Aprovechó para agarrar mi culo y controlar el movimiento de sube y baja. Agarró mi pelo en una coleta y me tiraba con cada arremetida, queriendo controlar todos mis movimientos buscando su propio placer. Me azotaba clavando sus dedos en mi carne desnuda.

Yo llevé mi mano a mi sexo y tracé pequeños movimientos en circulo para estimular la parte más irascible de mi ser.

Él movía sus caderas, arremetiendo contra mí por mucho que fuese yo la que subía y bajaba. Y cada embestida de él me hacía notar su polla en mis riñones de tremenda profundidad.

Escuchaba su respiración agitada, como resoplaba y bufaba moviéndome a su antojo. Tiró de mí hacia atrás para tener acceso a mi cuello y me susurró un “te he echado de menos” en mi oído.

Aquello me catapultó al séptimo cielo otra vez, y con su mano ahora agarrándome los pechos y conmigo tocándome, me volví a dejar ir mientras él se tensaba y aceleraba el ritmo para notar como, tras apretarle la polla con mi coño, se corría dentro de mí con un gemido ronco en mi cuello, tirando tanto de mi pelo que sentía la tensión en mis sienes.

Ambos exhaustos nos quedamos inertes, incapaces de seguir con ese ritmo entre sudores y jadeos, pero me levanté, me puse de frente a él mientras sentía su semen chorrear de mi interior, y me volví a sentar a horcajadas sobre su miembro, aún duro, palpitando nuestros sexos, fundiéndonos en un beso intenso e íntimo, lleno de tantas cosas que nos había quedado por decir meses atrás.

Me abracé a su cuello, el me agarró por la cintura, y pegados estuvimos un buen rato fusionando nuestras lenguas mientras nuestra respiración volvía a normalizarse.

Poco después nos apartamos de mutuo acuerdo, y sonreímos en silencio.

  • -        No sé como le voy a explicar a Olga que ya nos conocíamos de antes.
  • -     Y mucho mejor de lo que ella cree… - Me respondió el sonriendo y abrazándome aún más fuerte. – No quiero volver a dejarte escapar.

Ya pensaría más tarde, como íbamos a hablar Olga y yo de este bonito reencuentro.