Recomendación

Empujo, abrazo y beso

Empujo, abrazo y beso Hace unos años monté una copisteria con una amiga, Susana. Yo tenía en mente una heladeria, así que un dí...

martes, 6 de agosto de 2024

Curiosidades Felinas +18

 

Curiosidades felinas

Las vacaciones de verano dan para pensar mucho, para hacer mucho, para no hacer nada en ese mucho. De hecho, lo único que hacía era no hacer nada, salvo estar con mi gato, hablando con mi gato y asomarme a la terraza con mi gato.

Donde podía observar con anhelo y mucha gana como la piscina de mi vecino siempre estaba llena de agua clara, mientras él se paseaba con su gata por el jardín y se tumbaba en la hamaca durante horas, leyendo algún libro mientras a la sombra se relajaba.

Me había acostumbrado en lo que llevaba de verano a esta rutina con él. No sabía ni su nombre, siempre hablábamos a través de la distancia, si nos encontrábamos en nuestras puertas, nos sonreíamos, pero apenas llevaba un par de meses aquí y teníamos esa costumbre vecinal.

Vivo en una urbanización de casas, donde pese a nuestras cortas distancias todos estamos lo suficiente unidos para saber y ver que hace cada uno en sus zonas al aire libre. Yo me encapriché de la casa de la piscina, quizás por mi anhelo de querer báñame en este sofocante verano que me estaba dejando totalmente derretida, y en el que las duchas cada vez eran más intensas. Apenas acababa de salir de la bañera, cuando enseguida el sudor volvía a embadurnarme. Necesitaba una piscina con urgencia.

El chico de la piscina apenas había entablado contacto con ninguno de los vecinos de la zona, y en el grupo vecinal tampoco solía hablar salvo cuando yo comentaba alguna cosa sobre fallo de redes. Por lo que, se puede decir, la única persona con la que tenía algún tipo de trato, era yo.

No fueron pocas las veces, desde que empezó el verano, en las que me pillaba en la terrada con mi gato y un libro en el regazo, mirando en su dirección, sorprendiéndome con una sonrisa.

Minutos posteriores aprovechaba para dejar su libro, quitarse las gafas de sol y zambullirse en el agua.

Y… soy humana, estoy soltera y las hormonas en verano sabemos que bailan claqué, por lo que mi boca se abría de una forma sutil pero evidente cada vez que mis ojos lo observaban meterse en el agua, nadar, salir, y mirarme con una sonrisa.

Podría tener mi edad, unos treintaypocos, quizás alguno más, pero me quedaba embelesada y lo último en lo que mi cabeza pensaba era en su fecha de nacimiento.

El nacimiento que sí le miraba era aquel que ascendía de la parte baja del abdomen, ese vello oscuro que subía y subía hasta llegar a su pecho, mojado, fuerte. Necesitaba otra ducha después de la ducha.

Selby, no puedes seguir mirándolo así, te va a denunciar por acoso. Me dije a mí misma.

Pero no podía dejar de mirarle. El bañador de pantalón se le pegaba totalmente al cuerpo y se le marcaba todo. TODO. T O D O. Y mis ojos iban y venían de su cara a su bañador imaginado toda clase de guarrerías sin control bajo la mirada juzgadora de mi gato, que se ponía a mi lado intrigado por mi reciente obsesión insana de poner la cara pegada a la red.

Podía percibir como sonreía con sordina cada vez que me pillaba con los ojos mirándolo. Su gata, una persa blanca muy señorial, se ponía tumbada en el sol a resplandecer su pelaje mientras su dueño iba a lo suyo.

Mi gato, sin embargo, sentía cierto interés por el estado tan excitado de su humana. Me ronroneaba, me restregaba la cabeza, pensando el pobre mío que me ocurría algo. Pero no, cariño, tu humana estaba más en celo que cuando a ti te cortaron las pelotillas.

Me acomodé la terraza para estar el mayor tiempo posible en ella, incluso puse una manguera con la que, a falta de piscina, me remojaba mientras tomaba el sol o me ponía bajo la sombrilla para leer. Un día, que me asomé y él aún no estaba, decidí quitarme la parte de arriba para tomar el sol sin marca. Me quedé medio dormida bocarriba con un libro en la cara. Cuando abrí los ojos vi a mi vecino mirándome, mientras se pasaba la mano por encima del bañador y sonreía con picardía. Se me endurecieron los pezones al instante y todo el calor de golpe se acomodó en mi cara. Me tapé con el bikini lo más rápido que pude y me metí en casa.

Volví a salir después de comer y el estaba, como era habitual, tomando el sol con sus gafas oscuras. Mi gato se pegó a la red y maulló a su gata, haciendo que él girase la cabeza en mi dirección y me viese.

Sonrió. Sonreí como una gilipollas y me dediqué a bañarme bajo la manguera, pero con el bikini puesto, obviamente.

Volvió a meterse en la piscina, haciendo uso de su sensualidad para ponerme como una moto y dejarme embobada mirando. El pelo se le pegaba a la cara y se lo apartaba con demasiada clase como para no mirarlo más detenidamente. El bañador empapado parecía ceder y que en cualquier momento se le iba a bajar, y ahí estaba yo, salivando, rezando varios ave marías para que se le cayese.

Estuvimos así un par de semanas. Hasta que un día en lugar de salir durante el día me dio por salir de noche a la terraza a leer en el kobo y disfrutar un poco de la brisa calenturienta que corría. Mi sorpresa fue enorme cuando lo vi en el agua haciendo un movimiento con la mano que claramente era una paja.

Me quedé estática unos segundos, incapaz de reaccionar mientras el bloqueo me incapacitaba para otra cosa que no fuese sentir un calor naciente en la parte baja de mi vientre, que se empezaba a propagar por los muslos. Se percató de mi presencia al sentirse observado y paró, sonrió y salió de la piscina para dejarme clara la idea de que estaba notablemente empalmado y que sí, se estaba pajeando en el agua.

Ni corto ni perezoso se tumbó en la hamaca y, desde mi distancia, podía ver como su erección seguía activa y él no dejaba ni de mirarme ni de sonreír. Incluso optó por pasarse la mano varias veces por ella, agarrándola y apretándola con su mano por encima del bañador.

Tragué saliva, nerviosa, avergonzada, excitada. Y me di la vuelta.

Los días posteriores seguíamos igual, sonrisas, miradas, y saludos a distancia. Pero con los días la confianza a distancia se fue… intensificando, y ambos teníamos una ligera facilidad para mojarnos mientras nos mirábamos y nos poníamos en posturas provocativas.

Una mañana llamó a mi puerta, cuando supe su nombre por primera vez. Jorge. Me comentó que con la única persona que tenía algo de contacto era conmigo y que tenía que salir un fin de semana entero por trabajo, que si podía hacerle el favor de vigilar a su gata y que, a cambio del favor, podría usar la piscina. Acepté sin pensarlo.

Después de hablar con él y saber que su gata estaba tan castrada como el mío, decidí llevarme a mi gato a su casa y me fui allí esos dos días, a sabiendas de que él estaba al tanto de mi pequeña ocupación. Hablábamos por whatsapp a cada rato para saber como se encontraba Meisy, su gata, y le mandaba fotos para que estuviera lo más tranquilo posible.

Disfruté lo indescriptible en esa piscina, y me echaba unas buenas siestas en la hamaca bajo la sombrilla, mientras el sol caía.

Cerré los ojos el domingo y me dejé llevar por el gustito del calor y el silencio que inundaba toda la terraza. Sólo se escuchaban los pájaros, las chicharras y el ronroneo de Dopinder, mi gato, y Meisy.

Me siento observada y abro los ojos para encontrarlo delante de mí, en bañador, mojado, y mirándome fijamente mientras sonríe con los ojos ahora en mis pechos. Me había quitado el bikini por comodidad y ahora él sonreía, con una erección en sus pantalones mientras me observaba tensarme.

Se puso de rodillas, me abrió las piernas y empezó a besarme los muslos despacio sin dejar de ejercer contacto visual, subiendo, lentamente, con sus manos por mis muslos, mis caderas, mi estómago, hasta llegar a mis pechos y agarrarlos. Gemí cuando sus dedos pellizcaron mis pezones erguidos, suspiré cuando sentí la calidez de su lengua en el centro de mi placer, relamiendo, poco a poco, con una parsimonia insufrible, recorriendo todo mi coño deleitándose en hacerlo despacio.

Me arqueé, agarrando su cabeza con mis manos mientras presionaba mi pelvis contra su cara, haciendo que profundizase con su lengua en mi interior, succionándome, chupándome, lamiéndome lentamente en una agradable tortura placentera que, aumentó considerablemente, cuando introdujo uno de sus dedos en mi interior.

Entraba y salía sin dejar de acompasar esas arremetidas con su lengua y su boca abarcando todo mi sexo empapado. Su otra mano bailaba entre mis pechos y mi muslo, que lo puse alrededor de su cuello para evitar su escapatoria.

Subía y bajaba con su boca sobre mí, haciéndome llegar a lo más alto hasta que a un suspiro de alcanzar el orgasmo me desperté con la mano en las bragas. Pero con la atenta mirada de Jorge y una sonrisa clara en su cara.

Había tenido un sueño erótico con él. En su jardín. En su hamaca. Me había tocado con el oral de mis sueños y para colmo, ahí estaba él, mirándome, totalmente vestido y sonriendo, pero… con una erección en sus pantalones. ¿Cuánto rato llevaba ahí viéndome tocarme en sueños con una teta fuera? Porque parecía muy gustoso con lo que había visto.

-        No te esperaba tan pronto. – Dije incorporándome con la poca dignidad que me quedaba ya hoy.

-        Te comenté por el chat que venía de camino, pero no respondías. – Carraspeó divertido. – Veo que estabas teniendo un sueño de lo más placentero.

De repente la idea de tirarme a la piscina con el flotador, de cabeza, era muy suculenta, pero tenía que ser adulta y pensar rápido una respuesta que mantuviera la poca dignidad que me quedaba. Me habían pillado con el carrito del helado, sí. Estas cosas pasan.

Pero es que sólo me pasa a mí, y ahí estaba el problema.

-        Llevo unos días durmiendo muy mal y con la tranquilidad que había aquí no he podido evitar dormirme.

-        Casi te corres. – Me suelta de golpe con total confianza. – Me da pena haberte despertado.

No podía articular palabra, me estaba comiendo la vergüenza, y es que no sabía qué responder a esto.

-        A ver… que igual te estabas imaginando lo que no es, Jorge. – Intenté una táctica de escape poco efectiva.

-        Te he visto con la mano en las bragas del bikini, un pecho fuera y salivando con la boca abierta mientras gemías. No es que me deje mucho margen a la imaginación.

-        Somos adultos y… - ¿Qué le digo? ¿Qué soñaba que me comía el coño? Me quiero morir. ¿Por qué la tierra no se abre cuando más lo necesito?

-        No te preocupes mujer. Sí sé que no hace mucho me observabas haciendo lo mismo desde tu terraza. – Me dijo con total tranquilidad. – Son momentos de relajación donde aflora la necesidad.

-        … Ya… - La cosa definitivamente podía empeorar mi vergüenza. No sólo era una salida, ahora también mirona. – Yo siento mucho…

-        No lo sientas. A mí me ha parecido divertido el espectáculo. – Miró hacia abajo y miré con él.

-        Ya veo… - De repente me había vuelto retrasada y no podía articular una frase coherente. – Meisy se ha portado muy bien.

-        He visto que estaba muy tranquila al llegar, hecha un ovillo junto a tu gato. Aunque sin duda la que más ha disfrutado de la piscina has sido tú, ¿verdad? – Mal por ese camino, porque intenté desviar la atención a la gata y no funcionó. – Ahora que hay confianza puedes venir siempre que quieras, te agradezco mucho el favor que me has hecho, y ellos se llevan bien.

Me estaba invitando oficialmente a la piscina, lo cual era mi sueño, pero por una razón de, llamémosle vergüenza, quería irme a mi casa a llorar abrazada a Dopinder.

Le agradecí el ofrecimiento y le dije que volvería, pero pese a su insistencia de pedir algo y cenar, me fui a mi casa a intentar rebuscar en el armario una dignidad nueva que ponerme.

Por la noche salí a la terraza con mi gato y me tumbé en la tumbona que tenía para leer, y con el libro en mi regazo me quedé mirando hasta su jardín, viéndolo aparecer en bañador. El cual se quitó al darse cuenta que yo le estaba observando.

Valiente hijo de puta, esto era provocación directa.

Me estaba poniendo mala. Un frote de muslos por aquí, un labio mordisqueado por allá, los pezones tersos a través de la tela de la camiseta… cuando menos lo esperé tenía la mano dentro de las bragas acariciándome la humedad entre mis piernas. Total, era de noche, estaba oscuro, ¡cómo me iba a ver!

Ilusa.

Siempre te ven, tienen una especie de infrarrojos para la masturbación. Es un hombre, Selby, siempre te verá.

Pero yo estaba viendo ante mí a un tío de 1,85 metiéndose en el agua con el pelo pegado en su piel, chorreando como lo estaba haciendo yo, y clavar los ojos en mí mientras nadaba sonriendo. Saliendo de la piscina con una erección monumental que ni corto ni perezoso, se agarró con la mano al llegar a la hamaca.

La puso mirando hacia a mí, antes de tumbarse en su plenitud y para que le viese bien empezó a masturbarse mientras no apartaba los ojos de mi terraza.

Yo sólo podía pensar en el sueño tan placentero que me había regalado y entre verle e imaginarle no se me ocurrió otra cosa que ponerme de pie y quitarme las bragas en un contoneo sutil pero innecesario.

Abrí las piernas con la tumbona mirando hacia él y me empecé a acariciar la entrepierna, subiendo los dedos a mi boca, impregnándolos en mi saliva y volviendo a mi sexo, acariciando despacio con la boca entre abierta, sacando con mi mano libre mis pechos subiendo mi camiseta. Ya no había vuelta atrás ni vergüenza, era una provocación mutua y suculenta que nos apetecía y excitaba a ambos.

Sin dejar de acariciarse con la mano, lo vi coger el móvil con la otra y al instante me llegó una notificación. Era él.

Jorge:

¿Te gusta lo que ves? Porque yo no puedo dejar de mirarte y de pensar en ti desde que te vi en mi jardín dándote placer.

Selby:

Me gusta todo lo que veo y todo lo que he soñado esta tarde mientras estabas en mi cabeza.

Jorge:

Te espero en mi casa. Ya.

No respondí. Paré en seco lo que estaba haciendo y me fui hasta su puerta, que me esperaba entre abierta.

Apareció por el umbral y me llevó al jardín, me sentó en la hamaca y como si, hubiese indagado en mi cabeza y hubiese andado despierto en mis sueños, me bajó las bragas, abrió mis piernas y se puso entre ellas.

Me olió mientras sentía su respiración en mis muslos, con sus dedos clavándose en mi carne, subiendo con sus labios pegados a mi piel mientras mi respiración agitada me anticipaba por encima de mis posibilidades lo que ansiaba mi cuerpo. Quería su boca, y la quería ya.

Pero se apartó, no sin antes pasarme la mano abarcando todo mi coño para soltarme, y dejarme indefensa ante su necesidad.

Fue hasta mi camiseta y me la sacó por la cabeza dejando mis pechos al aire, él estaba totalmente desnudo mientras que a mí apenas me cubría una minifalda enroscada en la cintura.

Semidesnuda y expuesta para él me acarició la cabeza y puso a la altura de mi cara su erección, rozándome la boca mientras sus dedos se entremezclaban con mi pelo y me agarraba mordiéndose los labios con deseo.

Quería metérmela en la boca, lo sé, pero esperaba algún tipo de “invitación”, a lo cual curiosa como cual felino, la agarré y la puse en mis labios, rozándola por ellos mientras sacaba la lengua y posaba su polla sobre la misma.

Emitió un gemido ronco cuando miró, visualizando lo que iba hacer.

La introduje en mi boca lentamente, rozándole con los labios lo posible ejerciendo la presión justa para que notásemos como entraba en mi interior. Aguantaba la respiración por la necesidad imperiosa de clavarla con fuerza en mi garganta.

-        Quiero… quiero que te toques – Le miré cuando su polla tocó el fin de mi garganta. – Pero no se te ocurra correrte… eso déjamelo a mí.

Sacaba y metía su miembro en mi boca, llevando el compás con sus manos sobre mi cabeza, mientras yo se la comía y le pajeaba a su vez con la mano. Subía y bajaba la fina piel que le cubría, envolviendo con mis labios, rozándole con mi lengua, jugando con mi mano desde su polla a sus huevos arrancándole gemidos de gozo.

-        Joder… - Parecía sumido en un sueño tan onírico como el que tuve yo con él, sólo que este era real. – Quédate ahí. – Se le escapó un gruñido mientras presionaba mi cabeza contra él unos segundos cortándome la respiración, saltando mis lágrimas. – Así, traga toda.

Me apartó, se puso de rodillas entre mis piernas y me observó, de la cara a los pechos y de ellos a mi coño, donde jugaba con mis dedos despacio.

-        Ábretelo con los dedos. -  Y simplemente obedecía cada una de sus palabras como una orden ilícita.  – Acaríciate mientras te observo.

Y lo hice, me pasé los dedos desde la entrada a mi clítoris, moviendo en círculos despacio, sintiendo como me embriagaba el placer y el deseo, ansiando más. Queriéndolo a él.

Mi respiración se aceleraba con mis caricias, él seguía acariciándose despacio la polla mientras no apartaba los ojos de todo cuanto yo hacía, y con un manotazo de repente, apartó mi mano y hundió su cara entre mis muslos.

Gemí, sobresaltada, cuando su boca me acogió con fuerza y lujuria, lamiendo toda mi humedad hasta entonces, resbalando su lengua por mi sexo, de abajo hasta arriba y vuelta a repetir, parándose en el cúmulo de nervios que me daba tantísimo placer. Cogiéndolo con los labios, succionando, aleteando con la punta de su lengua tras meter un par de dedos en mi resbaladiza y estrecha entrada.

Me penetró fácilmente, entrando y saliendo con ellos de mi interior sin dejar de prestar atención con su lengua.

Llevó mis pechos a mi boca, diciéndome sólo con ese gesto que quería que me los lamiese para él mientras se divertía entre mis piernas.

Haciendo caso a todo él, aproveché el tamaño de mis tetas para ponerlas contra mi boca y lamer despacio hasta pillar mis pezones con los dientes.

Podía morir ahí mismo que sería entre el más tremendo de los placeres.

No dejó de prestar atención a mi sexo ni un solo segundo, pero se limitaba a aflojar el ritmo cuando notaba mi tensión acumularse en la parte baja de mi vientre, queriendo alargar lo posible mi orgasmo y obligándome a la necesidad de alcanzarlo con desesperación.

No podía soportarlo más, necesitaba correrme. Agarré su cabeza contra mi coño y restregué mi cara buscando alivio en la fricción, y se dio cuenta al instante de lo que pretendía, pues me facilitó el trabajo, y dijo contra mi coño quiero que te corras en mi boca.

Fue suficiente escucharlo junto a sus atenciones para coger y dejarme ir al fin, liberando un orgasmo reprimido entre gemidos, pellizcando mis pezones casi sin darme apenas cuenta, mientras no dejaba de lamer y follarme con los dedos hasta dejar toda mi humedad en su cara.

Me relajé unos minutos después, cuando mi ritmo cardiaco se estabilizó tras el orgasmo, pero no penséis que él dejó de acariciarme. Seguía muy lentamente pasando los dedos por toda la plenitud de mi sexo.

Me cogió en brazos y me llevó hasta la mesa que había bajo el techado, donde tenía un condón esperándonos, y me puso contra ella, de espaldas a él. Se puso el preservativo y me dio un azote de advertencia para que abriese las piernas y me inclinase para darle acceso.

Hice caso, obediente, y sentí como se posicionaba entre mis muslos, agarrando mis nalgas con una mano y con la otra llevando la punta de su polla hasta la entrada empapada de mi coño.

Entró tan jodidamente lento que era tortuoso. Intenté empujar mi cuerpo hacia atrás para facilitar más profundidad, pero con una risa maliciosa en mi oído me presionó contra el filo de la mesa obligándome a sentir la plenitud de su polla con lentitud, calma, tensión y necesidad. Disfrutaba claramente llevándome al límite de las ganas.

Se me hizo eterno y placentero hasta que al fin la tuve en mi interior toda ella, llenándome por completo, y creyendo que iba a seguir su ritmo de tortura con lentitud, me sorprendió dándome una estocada tras salir, profunda, dura, salvaje. Otra. Saliendo y volviendo a entrar de golpe, arrancándome gemidos de placer y sorpresa, lloriqueando entre jadeos por más. Necesitaba más, mucho más, quería que me follase sin control con todas sus fuerzas.

Pero él disfrutaba de mi tormento, y lo hacía así, a su ritmo, sabiendo que me desesperaba.

-        Dímelo y lo haré. – Susurró nuevamente en mi oído con su cuerpo pegado al mío. – Quiero escuchártelo.

-        Joder, fóllame sin control. – Logré decir perdida en el mar del deseo y el ansia.

Y así lo hizo, entonces sí se liberó sus ganas de mí y me empezó a follar de forma salvaje y ruda agarrándome, sabiendo que me dejaría sus dedos marcados en mi piel durante días.

Con una mano en mi cadera y con otra en mi cuello apretando, salía y entraba de mi cuerpo sintiendo ambos como sudábamos al unísono, entre jadeos, gemidos, respiraciones mezcladas, sonando de fondo el choque de nuestros cuerpos con cada embestida. Llegando a lo más hondo de mí, con su boca en mi oreja, sus dientes por mi cuello, con su mano en la garganta, me tenía totalmente prisionera contra la mesa dispuesto hacer conmigo lo que le diese la gana, que era algo que ambos ansiábamos.

-        Tócate mientras te abro. – Me dijo entre jadeos.

Y obedecí como la buena chica que era. Mientras me embestía con rudeza una y otra vez y me cortaba cada vez más un poquito más la respiración, me estimulaba el clítoris con mi mano, trazando pequeños círculos que me estaban llevando a la cima.

-        Eso es… córrete con mi polla dentro de ti.

Y así lo hice. Mi cuerpo se tensó en su plenitud, acumulando el deseo y las ganas, hasta que no pude soportar más su bombeo y mis caricias y me estrellé de lleno en el orgasmo.

La presión de mi vagina apretándole con mis espasmos orgásmicos fueron suficiente para que él se dejase llevar y se corriese apretándome cuando podía contra él, con sus manos en dichas zonas, cadera y garganta, mezclándose nuestros gemidos, aminorando el ritmo los dos hasta que poco a poco, nos dejamos caer y nos quedamos quietos unos segundos.

Echó la cabeza en mi cuello y me beso dulcemente todo él mientras salía de mi interior y me acariciaba despacio el culo.

Pensé que nunca hay que subestimar la curiosidad felina que me llevó a observarlo desde mi terraza. ¿O era él quién me observaba a mí?

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario