Los viajes son lo suficiente
cansados como para querer dejarte una noche en coma.
Llegué por la tarde a la
ciudad donde estaba mi familia, y me fui directa al bar de siempre donde esta
vez, había un nuevo camarero que me resultó realmente simpático y agradable.
Le pedí un café, y entonces
llegó una amiga con la que había quedado por teléfono un buen rato antes, y se
sentó a mi lado.
- -
Ron cola, Francis. – Dijo ella agarrando mi
cara y dándome un sonoro beso. – Dichosos los ojos.
- -
Te echaba de menos. – Le dije mientras bebía de
mi taza.
- -
¿Qué haces tomando eso a estas horas? Necesitas
un copazo.
- -
No quiero inaugurar mi viaje con una
borrachera.
- -
Que poca confianza en ti misma. – Se dirigió al
camarero. – Ponle un puerto un Larios con Berry.
- -
¡Que no!
- -
¡Que sí! – Sentenció ella dando un golpe de
mano en la mesa. – Que llevamos meses sin vernos, joder, necesitamos
celebrarlo.
- -
Está bien – Suspiré. – Pero sólo una.
El camarero me sonrió y puso
la copa, cargando un poquito más de la cuenta por lo que yo me percaté, bajo la
insistencia de mi amiga diciendo que echase más.
Lo que se dijo en un principio
de que fuese una, obviamente fue una utopía. Acabamos con una detrás de otra y
llegó un punto donde yo ya empecé a sentir los efectos amorosos del alcohol.
Nuestras risas llenaban el
local, las carcajadas cargadas de ganas y felicidad hacía que todo el que
estaba nos mirase chismorreando. Salvo Francis.
Se apoyó en las sillas de
ambas, estando él de pie, y comenzó a hablar con mi amiga, para después
dirigirme una mirada cargada de sonrisa a mí.
Me levanté y fui al baño, con
intención de irme a casa al volver de éste. Pero cuando fui a coger mi chaqueta
y mi bolso, me encontré con otra copa recién puesta y la mano de Francis
apretando mi hombro.
- -
A esta invito yo, guapa.
Miré a mi amiga y sonreí,
brindando con ella. Al terminar si que si que me fui a casa.
Entré dando tumbos y me tiré
en la cama, sin pararme a ponerme ni el pijama, estaba tremendamente bebida
como para intentar estar de pie quitándome la ropa.
Al día siguiente me desperté
fresca como una lechuga y me pegué una ducha que me dejó mejor aún. Miré mi
móvil donde tenía un mensaje de un número que no conocía dándome los buenos
días.
Cuando pregunté me percaté que
era Francis, al cual le había dado mi móvil mi amiga. Ya que le conocía y
confiaba en él, por lo que no vi problema en ello.
Sin embargo, no le contesté.
Llamé a mi amiga y quedamos en mi puerta a eso de las 16. Me recogió y nos
fuimos a tomar café al mismo bar de la noche anterior.
Francis no había llegado aún,
solía ir más tarde, me contó Olga. Así que estuvimos envuelta en chismes.
Mayormente suyos. De mí sólo aprovechaba mi sequía para compadecerse por mí y
mi deplorable vida sexual.
- -
Pues anoche uno no paraba de hacerte ojitos.
- -
Sí, tendría unas copas de más y no atinaba a
pestañear.
- -
Que sí, tonta, que te miraba mucho.
- -
Tía, íbamos borrachas como una cuba, yo también
miraría.
- -
Que no, que me refiero a que le gustabas.
- -
Sí, para invitarle a más.
- -
Dios, es imposible hablar contigo.
- -
Tu ves folleteo en todas las esquinas.
- -
Te digo que ese quería tema contigo.
Quité importancia con una mano
y me levanté al servicio. Al volver Francis ya estaba en la barra y con el
delantal corto puesto.
- -
Hombre la perdida en combate. Espero que no te
molestase mi atrevimiento de pedir tu número y escribirte.
- -
Nah, no te preocupes, es que no suelo mirar
mucho, por eso no contesté.
- -
Le di tu móvil porque me preguntó por ti esta
mañana cuando vine a desayunar. – Dijo ella excusándose. – Francis piensa igual
que yo.
- -
¿En qué?
- -
Sobre el chico de anoche.
- -
Y dale.
- -
Conozco demasiado a mi clientela como para
saber que el de anoche quería acompañarte a casa, cielo.
- -
Que espere sentado.
- -
Suele estar más de pie, y por ahí viene. – Dijo
Francis mientras hacía un gesto con la cara y se daba la vuelta para coger una
botella de licor.
Se puso a mi lado y pidió “lo
de siempre” a Francis. Aparté la vista y miré a mi amiga que se estaba
intentando morder la lengua para no soltarme nada.
El chico en cuestión me miraba
una y otra vez, tras haber cogido su copa siguió haciéndolo.
Eran las 6 de la tarde, ¿Quién
tenía ganas de beber a esa hora?
En ese momento de duda vi a
Olga levantarse hasta la barra y pedir una copa de balón con ginebra y tónica.
Claro, me dije.
No soy una bebedora habitual,
de hecho, no suelo hacerlo, más allá de un buen vino blanco. Pero cuando venía
aquí siempre me arrastraban a los antros de perversión alcohólico.
Vino hacía nuestra mesa con
dos copas en la mano, suspiré con los ojos en blanco.
- -
Yo no quiero beber tan temprano, cuando sean
las 22 estaré hecha un despojo.
- -
Bebe, te hace falta.
- -
Pues no, no me hace, pero trae ya que está ahí.
- -
Nos han invitado… - Dijo bajito. – A cambio de…
- -
¿De?
- -
De tu número.
- -
Me vas a hacer cambiar de móvil, no puedes
prostituir mi número por una bebida.
- -
Ese chico es muy persuasivo. ¿Tu has visto que
ojos?
- -
Sí, pegados en la cara. – Alcé la copa y
sonreí, ya que me fijé en el que nos estaba mirando.
- -
Le gustas.
- -
Me he dado cuenta.
- -
Y es muy guapo.
- -
También me he dado cuenta.
- -
Pues te va hablar por teléfono.
Olga se encogió de hombros y
bebió de su copa. Empezamos a hablar de cosas sin mucha importancia, recordando
viejos tiempos, enfrascándose en sus fracasos amorosos, y cómo no, en los míos.
Una copa detrás de otra. El chico se sentó a mi lado, en nuestra mesa, sin
dejar de apartar sus ojos de mí pese hablar con mi amiga.
Yo tenía un subidón del
alcohol, y las mejillas me ardían. Me tiraba indirectas lascivas que me hacían
beber más rápido de la cuenta, y mi propio calor corporal me estaba
embriagando. Empezaba a estar lo suficientemente borracha como para imaginar
cosas obscenas con él chico del bar en los propios baños.
Mi excitación crecía, y
encharcaba mis bragas de mi propia humedad y deseo. Apreté los muslos mientras
me inclinaba un poquito más en la mesa dejando que el escote del jersey verde
que llevaba, diera un buen plano de mis pechos calientes por la bebida en mi
sangre.
Agarré mi copa en esa posición
y pegué un trago, sintiendo como el calor que emanaba en mi garganta bajaba por
ella y mi pecho. Me relamí los labios cuando los ojos verdes de Jesús se
clavaban en mi boca. Mi pintalabios intacto, no marcaba ni el cristal, y seguía
perfecto como cuando me lo puse antes de salir.
Su pelo moreno revuelto, junto
a sus ojos verde y su espesa barba, lo hacían bastante atractivo, aunque no
tanto como el hecho de su interés en mi desde que me vio el día anterior.
Pasé por alto que hiciera un
día que lo conocía, Francis había dado una versión de ese chico a Olga y ella
se fio de ambos, ya que de otro modo me hubiera puesto el freno. Sin embargo,
me alentó a irme con él cuando se aproximaban las 10 de la noche, y ella se
quedó con Francis.
Jesús me acompañó a casa y
durante el camino me echó el brazo por el hombro de una manera territorial,
que, dado el barrio, le agradecía. Llegamos a mi bloque, donde al abrir la
puerta se colocó detrás de mí, sintiendo su calor en mi espalda en aquella
noche fría de diciembre.
Le dije que pasara, cuando se
quedó en el umbral esperando una invitación, me apoyé de espalda a la pared y él
se puso delante de mí, apoyando su mano en la pared, quedando nuestros cuerpos
a una distancia extremadamente cercana y peligrosa.
Nuestra respiración estaba
agitada, y yo pasé una de mis manos por su cara, bajando hasta su pecho, acariciando
su chaqueta.
Me mordí el labio inferior
mientras mis ojos seguían descendiendo hasta su entrepierna. Me relamí viendo
como mi pose y mi provocadora mirada le estaba haciendo entrar en calor.
Era demasiado contenido,
demasiado silencio fingido y demasiada ignorancia para ambos que sabíamos de
sobra lo que queríamos. Quiénes éramos.
Se acercó a mi cuello y aspiró
mi olor, tragué saliva, con mis manos en su pecho, intentando mentalmente
resistirme, pero me costaba al tener su olor embriagándome.
- -
Déjame hacerlo… - Susurró en mi cuello.
Me estremecí, tragué saliva, e
intenté desechar de mi cabeza todas las escenas que nos habíamos imaginado
ambos. Era demasiado. Aquello estaba siendo una prueba de fuego.
- -
Sólo esta vez. – Repitió.
- -
Jesús… no sé si…
- -
Déjate llevar.
- -
¿Estás seguro? – Gimoteé. – no creo que
quieras…
- -
¿Crees que esto es no querer? – Cogió mi mano y
la llevo a entre sus piernas. – Créeme que quiero… lo ansío.
- -
Me odias…
- -
¿Ves odio ahora? – susurró en mi oído, mientras
lo rozaba con sus labios.
- -
Sé que me odias, me lo has hecho saber. Muchas
veces.
- -
Odio no poder volver a tenerte.
Se abalanzó a mi boca, me
besó, presionando su cuerpo contra el mío, notando la dureza bajo sus
pantalones, clavándomela en mi cuerpo. Metió sus dedos entre mi pelo, y apretó
en un tirón volviendo el beso suave y frenético, profundo, intenso, gimoteando ambos
bajo la necesidad, la presión entre nuestras piernas, las ansias de devorarnos
y fundirnos.
Nos separamos unos segundos,
que pareció un castigo eterno tanto tiempo separados, otra vez. Agarré su
chaqueta, tiré de él para mí, reclamando su boca, lamiendo sus labios, mientras
él entreabría para dejar paso a nuestras lenguas.
Me agarró los muslos, para
cogerme a pulso y me abracé a su cuello. Con mi espalda pegada aún en la pared,
teniendo su peso sobre mí.
- -
¿Vamos a casa? – Pude decir tras unos minutos
besándonos.
- -
Nada me gustaría más.
No dejé de sentir sus ojos
clavados en mi cuerpo, pese a estar de espaldas yo mientras subíamos.
Me movía por instinto felino,
acentuando mis movimientos de un lado a otro, contoneando mis curvas.
Me costó atinar con la llave
dentro de la cerradura, entre el alcohol y lo difícil que me resultaba ordenar
mis pensamientos, no me paré en pensar muy bien aquello de “la última en mi
casa”.
El alcohol me soltaba, estaba
soltera, necesitada y aquel chico me había caído demasiado bien desde que su
sonrisa me cautivó en el bar.
Le pedí que se sentara en el
sofá, tras dejar la chaqueta en la percha, mientras iba por la bebida, pero no
me hizo caso. Me siguió hasta la cocina, lo sentí detrás de mí, pegado a
escasos centímetros, sintiendo su respiración en mi cuello por el lado donde me
aparté el pelo. Tragué saliva, nerviosa. Riéndome flojito, un poco cortada pero
con una excitación latente entre mis piernas que mojaba mi ropa interior.
Mi pecho subió en un gran
suspiro profundo que solté cuando su mano se puso sobre la mía para coger su
copa.
-
Gracias. – Me dijo soltando su esplendida
sonrisa.
-
Vamos al sofá.
Me cedió el paso hasta el
salón, y volví a sentir sus ojos clavados en mi culo que ondeaba de un lado a
otro con pasos cedidos pero torpes por el alcohol.
Nos sentamos y sus ojos se
clavaron en mi pecho, sin disimulo alguno, me miró las tetas con lascivia
mientras se relamía el licor de los labios. Dejó su copa más cerca de la mía, y
puso su mano encima de mi muslo mientras se acercaba más a mi cara.
A escasos centímetros de mi
cara sentí su respiración azotar mis labios, con sus ojos recorriéndome de
arriba abajo. Miré de soslayo su entrepierna y no pude apartar los ojos de la
erección que abultaba el pantalón.
Se dio cuenta de mi interés y
cogió mi mano con la suya, poniéndola entre sus piernas, sobre su miembro duro.
Tragué saliva, con mis ojos
vagando de sus ojos a nuestras manos. Comenzó a moverla, frotándose suavemente
con mi mano, mientras mi respiración se agitaba y él disfrutaba con mi
alteración.
Con su mano libre apartó el
jersey por mi hombro y lo bajó, dejando mi clavícula al aire libre, donde posó
sus labios y sacó su lengua, recorriéndome hasta el cuello, donde comenzó a
besarme, notando su polla palpitar bajo mis dedos.
Lo sentía excitado, cachondo,
casi tanto como yo, que notaba mis bragas molestarme, arderme mi entrepierna,
sentía mi coño empaparse pidiendo atención.
Abrí las piernas para que su
mano subiera por el interior de mis muslos, y posó su mano en mi sexo, la dejó
ahí, arrancándome un gemido ahogado contra su boca.
Siguió subiendo su mano por mi
cuerpo, hasta llegar a mis tetas, donde acogió una con su mano, apretando,
masajeando, tirando del escote hacia abajo para dejar mis pechos al descubierto
sólo con sujetador.
Me di cuenta entonces de que
mi mano se encontraba huérfana en su erección, y me aparté un poco de él, me
puse de rodillas entre sus piernas y le desabroché el pantalón mientras no
dejaba de mirarle a los ojos relamiéndome los labios.
Acariciaba mi cabeza,
aguantando los impulsos por agarrarme fuerte del pelo, mientras se mordía el
labio y su cara era un libro abierto de erotismo y excitación.
Se puso de pie para bajarse
los pantalones, y puse mi cara a la altura de su cintura, tiré de los
pantalones hacia abajo, pasé mi cara por su ropa interior mientras suspiraba,
con la boca entreabierta y me observaba desde ahí arriba, acariciando mi pelo y
apretando mi cabeza contra él.
Tiré de su ropa interior y
liberé su polla dura, que rozó mi boca, arrancando un gemido de su garganta. La
agarré con la mano y le indiqué con mi otra mano en su muslo que se sentara.
Lo hizo y colocada entre sus
piernas acerqué mi cara a su erección, llevándola a mi boca. Pasé la lengua de
abajo arriba, enroscando mi lengua en la punta de su polla, envolviéndola con
mis labios y apretando para acogerla en mi boca, bajando despacio, mientras él
suspiraba y se inclinaba hacia adelante para subirme la falda hasta dejar mi
culo al aire, con mis minúsculas bragas de encaje blancas.
Me dio un azote, apretó mi
nalga, y me animó con su mano a seguir en mi travesía.
Cuando la noté presionando el
fondo de mi garganta escuché su gemido ronco, sintiendo su mano en mi cabeza,
apretando suavemente. Miré por encima de mis gafas para ver su cara, su
expresión ansiosa y excitada, que me pedía a gritos en silencio que continuase.
Necesitaba más de mí. De mis labios.
Continué un sutil baile con
mis labios envolviendo su polla con mi boca, chupando, lamiendo, de arriba
abajo, de abajo a arriba, despacio, hasta el fondo, volviendo a sacarla,
rozándola por mi boca, mi mejilla, acariciando con la lengua de la base hasta la
punta, volviendo a bajar, hasta llegar a sus testículos, lamiéndolos,
chupándolos, metiéndolos en mi boca succionando mientras le masturbaba con la
mano cerca de mi cara.
Me acariciaba, sin dejar de
observarme con la boca entreabierta, y sentía la presión de sus dedos en mi
pelo, conteniéndose por no apretar para no hundirme la cara por completo en él.
Quería llevarle al límite,
volverlo loco de ganas, darle placer, y cuando lo tuve justo donde quería, paré,
con una cara frustrada por respuesta de su parte.
Me levanté la falda y me monté
a horcajadas encima de él, restregándome en un vaivén en su dura polla. Mis
tetas fuera del jersey y del sujetador ya rozaban su cara, donde sacaba su
lengua para alcanzarlas. Me agarró el culo para clavarme más en él,
intensificando la fricción.
El movimiento de adelante y
hacia atrás de mis caderas lo estaba enloqueciendo, y el placer que yo sentía
me estaba alzando en una nube que me acogía, alejándome de la realidad. Yo gemía
con la boca entre abierta, mientras el llevó su mano a mis pechos, agarrando
uno, para pellizcar los pezones y llevarlos hasta su boca.
Succionaba uno mientras con la
mano apretaba el otro. Mi respiración se aceleraba, y cada vez ansiaba más.
Se dio cuenta y aprovechó un
descuido mío para apartarme de encima de él, levantarse y tumbarme sobre el
sofá, abrió mis piernas y de rodillas en el suelo acercó su cabeza hasta el
interior de mis muslos.
Me olió, pasando su nariz y su
boca por mi coño, que tenía las braguitas empapadas y totalmente pegadas por la
humedad, hundió su boca en ellas, y sus manos recorrieron el camino de mis
piernas, eterno a mi parecer, hasta llegar a mis muslos. Cubrió de besos el
trayecto y, con una de sus manos, acarició mi sexo despacio notando lo mojada
que estaba.
Sonrió satisfecho cuando pasó
un dedo y se empapó de mí, llevándolo posteriormente a su boca. Apartó mis bragas
a un lado con la otra mano, y acercó la cara para pegar sus labios con los
míos.
Me acogió con su boca, sacó su
lengua y me recorrió haciéndome sentir espasmos de ansiedad deseosa por mi cuerpo.
Suspiré, gimoteé, mientras notaba como sus dedos y su lengua se abrían paso en
mi interior. Apartaba mis labios vaginales con sus dedos para darle rienda
suelta a su lengua, que me recorría de abajo arriba, dedicando más atención al clítoris,
mientras uno de sus dedos rozaba mi entrada, totalmente lubricada.
Entró en mí, y pocas
arremetidas después introdujo el segundo dedo, follándome con ellos mientras su
boca me devoraba. Yo me sentía enloquecer, y apretaba su cabeza todo cuanto
podía contra mí, sin dejarle quitar la cabeza de mi coño.
Flotaba en una nube de éxtasis
hasta que reconocí aquella sensación que me presionaba el estómago, que me
secaba la boca de coger aire con tantas ganas y esa desesperación por
liberarme, por lo que enrollé mis dedos en su pelo y tiré de el cuando mi
orgasmo estalló en su cara.
Gemía sin control, retorciéndome
bajo sus atenciones, y sentía mi cuerpo frágil como si fuera a desmayarme de la
intensidad previa.
Se apartó de mí y yo le indiqué
que se sentase, me coloqué encima de él de espaldas y me subí la falda, momento
que aprovechó para ver mi culo en primer plano y arrancarme las bragas, rasgándolas.
Cogí su polla y la llevé a mi entrada donde me la fui metiendo despacio,
sabiendo que sus ojos estaban hechizados con ese movimiento y que los tenía
clavados viendo como su polla desaparecía de su vista para introducirse en mi
interior.
Cuando la noté llenándome por
completo me senté sobre él. Aprovechó para agarrar mi culo y controlar el
movimiento de sube y baja. Agarró mi pelo en una coleta y me tiraba con cada
arremetida, queriendo controlar todos mis movimientos buscando su propio
placer. Me azotaba clavando sus dedos en mi carne desnuda.
Yo llevé mi mano a mi sexo y
tracé pequeños movimientos en circulo para estimular la parte más irascible de
mi ser.
Él movía sus caderas,
arremetiendo contra mí por mucho que fuese yo la que subía y bajaba. Y cada embestida
de él me hacía notar su polla en mis riñones de tremenda profundidad.
Escuchaba su respiración
agitada, como resoplaba y bufaba moviéndome a su antojo. Tiró de mí hacia atrás
para tener acceso a mi cuello y me susurró un “te he echado de menos” en mi
oído.
Aquello me catapultó al séptimo
cielo otra vez, y con su mano ahora agarrándome los pechos y conmigo tocándome,
me volví a dejar ir mientras él se tensaba y aceleraba el ritmo para notar
como, tras apretarle la polla con mi coño, se corría dentro de mí con un gemido
ronco en mi cuello, tirando tanto de mi pelo que sentía la tensión en mis
sienes.
Ambos exhaustos nos quedamos
inertes, incapaces de seguir con ese ritmo entre sudores y jadeos, pero me levanté,
me puse de frente a él mientras sentía su semen chorrear de mi interior, y me
volví a sentar a horcajadas sobre su miembro, aún duro, palpitando nuestros
sexos, fundiéndonos en un beso intenso e íntimo, lleno de tantas cosas que nos
había quedado por decir meses atrás.
Me abracé a su cuello, el me
agarró por la cintura, y pegados estuvimos un buen rato fusionando nuestras
lenguas mientras nuestra respiración volvía a normalizarse.
Poco después nos apartamos de
mutuo acuerdo, y sonreímos en silencio.
- -
No sé como le voy a explicar a Olga que ya nos
conocíamos de antes.
- - Y mucho mejor de lo que ella cree… - Me
respondió el sonriendo y abrazándome aún más fuerte. – No quiero volver a
dejarte escapar.
Ya pensaría más tarde, como íbamos
a hablar Olga y yo de este bonito reencuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario