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martes, 19 de diciembre de 2023

Un bonito reencuentro +18

 

Los viajes son lo suficiente cansados como para querer dejarte una noche en coma.

Llegué por la tarde a la ciudad donde estaba mi familia, y me fui directa al bar de siempre donde esta vez, había un nuevo camarero que me resultó realmente simpático y agradable.

Le pedí un café, y entonces llegó una amiga con la que había quedado por teléfono un buen rato antes, y se sentó a mi lado.

  • -        Ron cola, Francis. – Dijo ella agarrando mi cara y dándome un sonoro beso. – Dichosos los ojos.
  • -        Te echaba de menos. – Le dije mientras bebía de mi taza.
  • -        ¿Qué haces tomando eso a estas horas? Necesitas un copazo.
  • -        No quiero inaugurar mi viaje con una borrachera.
  • -        Que poca confianza en ti misma. – Se dirigió al camarero. – Ponle un puerto un Larios con Berry.
  • -        ¡Que no!
  • -        ¡Que sí! – Sentenció ella dando un golpe de mano en la mesa. – Que llevamos meses sin vernos, joder, necesitamos celebrarlo.
  • -        Está bien – Suspiré. – Pero sólo una.

El camarero me sonrió y puso la copa, cargando un poquito más de la cuenta por lo que yo me percaté, bajo la insistencia de mi amiga diciendo que echase más.

Lo que se dijo en un principio de que fuese una, obviamente fue una utopía. Acabamos con una detrás de otra y llegó un punto donde yo ya empecé a sentir los efectos amorosos del alcohol.

Nuestras risas llenaban el local, las carcajadas cargadas de ganas y felicidad hacía que todo el que estaba nos mirase chismorreando. Salvo Francis.

Se apoyó en las sillas de ambas, estando él de pie, y comenzó a hablar con mi amiga, para después dirigirme una mirada cargada de sonrisa a mí.

Me levanté y fui al baño, con intención de irme a casa al volver de éste. Pero cuando fui a coger mi chaqueta y mi bolso, me encontré con otra copa recién puesta y la mano de Francis apretando mi hombro.

  • -        A esta invito yo, guapa.

Miré a mi amiga y sonreí, brindando con ella. Al terminar si que si que me fui a casa.

Entré dando tumbos y me tiré en la cama, sin pararme a ponerme ni el pijama, estaba tremendamente bebida como para intentar estar de pie quitándome la ropa.

Al día siguiente me desperté fresca como una lechuga y me pegué una ducha que me dejó mejor aún. Miré mi móvil donde tenía un mensaje de un número que no conocía dándome los buenos días.

Cuando pregunté me percaté que era Francis, al cual le había dado mi móvil mi amiga. Ya que le conocía y confiaba en él, por lo que no vi problema en ello.

Sin embargo, no le contesté. Llamé a mi amiga y quedamos en mi puerta a eso de las 16. Me recogió y nos fuimos a tomar café al mismo bar de la noche anterior.

Francis no había llegado aún, solía ir más tarde, me contó Olga. Así que estuvimos envuelta en chismes. Mayormente suyos. De mí sólo aprovechaba mi sequía para compadecerse por mí y mi deplorable vida sexual.

  • -        Pues anoche uno no paraba de hacerte ojitos.
  • -        Sí, tendría unas copas de más y no atinaba a pestañear.
  • -        Que sí, tonta, que te miraba mucho.
  • -        Tía, íbamos borrachas como una cuba, yo también miraría.
  • -        Que no, que me refiero a que le gustabas.
  • -        Sí, para invitarle a más.
  • -        Dios, es imposible hablar contigo.
  • -        Tu ves folleteo en todas las esquinas.
  • -        Te digo que ese quería tema contigo.

Quité importancia con una mano y me levanté al servicio. Al volver Francis ya estaba en la barra y con el delantal corto puesto.

  • -        Hombre la perdida en combate. Espero que no te molestase mi atrevimiento de pedir tu número y escribirte.
  • -        Nah, no te preocupes, es que no suelo mirar mucho, por eso no contesté.
  • -        Le di tu móvil porque me preguntó por ti esta mañana cuando vine a desayunar. – Dijo ella excusándose. – Francis piensa igual que yo.
  • -        ¿En qué?
  • -        Sobre el chico de anoche.
  • -        Y dale.
  • -        Conozco demasiado a mi clientela como para saber que el de anoche quería acompañarte a casa, cielo.
  • -        Que espere sentado.
  • -        Suele estar más de pie, y por ahí viene. – Dijo Francis mientras hacía un gesto con la cara y se daba la vuelta para coger una botella de licor.

Se puso a mi lado y pidió “lo de siempre” a Francis. Aparté la vista y miré a mi amiga que se estaba intentando morder la lengua para no soltarme nada.

El chico en cuestión me miraba una y otra vez, tras haber cogido su copa siguió haciéndolo.

Eran las 6 de la tarde, ¿Quién tenía ganas de beber a esa hora?

En ese momento de duda vi a Olga levantarse hasta la barra y pedir una copa de balón con ginebra y tónica.

Claro, me dije.

No soy una bebedora habitual, de hecho, no suelo hacerlo, más allá de un buen vino blanco. Pero cuando venía aquí siempre me arrastraban a los antros de perversión alcohólico.

Vino hacía nuestra mesa con dos copas en la mano, suspiré con los ojos en blanco.

  • -        Yo no quiero beber tan temprano, cuando sean las 22 estaré hecha un despojo.
  • -        Bebe, te hace falta.
  • -        Pues no, no me hace, pero trae ya que está ahí.
  • -        Nos han invitado… - Dijo bajito. – A cambio de…
  • -        ¿De?
  • -        De tu número.
  • -        Me vas a hacer cambiar de móvil, no puedes prostituir mi número por una bebida.
  • -        Ese chico es muy persuasivo. ¿Tu has visto que ojos?
  • -        Sí, pegados en la cara. – Alcé la copa y sonreí, ya que me fijé en el que nos estaba mirando.
  • -        Le gustas.
  • -        Me he dado cuenta.
  • -        Y es muy guapo.
  • -        También me he dado cuenta.
  • -        Pues te va hablar por teléfono.

Olga se encogió de hombros y bebió de su copa. Empezamos a hablar de cosas sin mucha importancia, recordando viejos tiempos, enfrascándose en sus fracasos amorosos, y cómo no, en los míos. Una copa detrás de otra. El chico se sentó a mi lado, en nuestra mesa, sin dejar de apartar sus ojos de mí pese hablar con mi amiga.

Yo tenía un subidón del alcohol, y las mejillas me ardían. Me tiraba indirectas lascivas que me hacían beber más rápido de la cuenta, y mi propio calor corporal me estaba embriagando. Empezaba a estar lo suficientemente borracha como para imaginar cosas obscenas con él chico del bar en los propios baños.

Mi excitación crecía, y encharcaba mis bragas de mi propia humedad y deseo. Apreté los muslos mientras me inclinaba un poquito más en la mesa dejando que el escote del jersey verde que llevaba, diera un buen plano de mis pechos calientes por la bebida en mi sangre.

Agarré mi copa en esa posición y pegué un trago, sintiendo como el calor que emanaba en mi garganta bajaba por ella y mi pecho. Me relamí los labios cuando los ojos verdes de Jesús se clavaban en mi boca. Mi pintalabios intacto, no marcaba ni el cristal, y seguía perfecto como cuando me lo puse antes de salir.

Su pelo moreno revuelto, junto a sus ojos verde y su espesa barba, lo hacían bastante atractivo, aunque no tanto como el hecho de su interés en mi desde que me vio el día anterior.

Pasé por alto que hiciera un día que lo conocía, Francis había dado una versión de ese chico a Olga y ella se fio de ambos, ya que de otro modo me hubiera puesto el freno. Sin embargo, me alentó a irme con él cuando se aproximaban las 10 de la noche, y ella se quedó con Francis.

Jesús me acompañó a casa y durante el camino me echó el brazo por el hombro de una manera territorial, que, dado el barrio, le agradecía. Llegamos a mi bloque, donde al abrir la puerta se colocó detrás de mí, sintiendo su calor en mi espalda en aquella noche fría de diciembre.

Le dije que pasara, cuando se quedó en el umbral esperando una invitación, me apoyé de espalda a la pared y él se puso delante de mí, apoyando su mano en la pared, quedando nuestros cuerpos a una distancia extremadamente cercana y peligrosa.

Nuestra respiración estaba agitada, y yo pasé una de mis manos por su cara, bajando hasta su pecho, acariciando su chaqueta.

Me mordí el labio inferior mientras mis ojos seguían descendiendo hasta su entrepierna. Me relamí viendo como mi pose y mi provocadora mirada le estaba haciendo entrar en calor.

Era demasiado contenido, demasiado silencio fingido y demasiada ignorancia para ambos que sabíamos de sobra lo que queríamos. Quiénes éramos.

Se acercó a mi cuello y aspiró mi olor, tragué saliva, con mis manos en su pecho, intentando mentalmente resistirme, pero me costaba al tener su olor embriagándome.

  • -        Déjame hacerlo… - Susurró en mi cuello.

Me estremecí, tragué saliva, e intenté desechar de mi cabeza todas las escenas que nos habíamos imaginado ambos. Era demasiado. Aquello estaba siendo una prueba de fuego.

  • -        Sólo esta vez. – Repitió.
  • -        Jesús… no sé si…
  • -        Déjate llevar.
  • -        ¿Estás seguro? – Gimoteé. – no creo que quieras…
  • -        ¿Crees que esto es no querer? – Cogió mi mano y la llevo a entre sus piernas. – Créeme que quiero… lo ansío.
  • -        Me odias…
  • -        ¿Ves odio ahora? – susurró en mi oído, mientras lo rozaba con sus labios.
  • -        Sé que me odias, me lo has hecho saber. Muchas veces.
  • -        Odio no poder volver a tenerte.

Se abalanzó a mi boca, me besó, presionando su cuerpo contra el mío, notando la dureza bajo sus pantalones, clavándomela en mi cuerpo. Metió sus dedos entre mi pelo, y apretó en un tirón volviendo el beso suave y frenético, profundo, intenso, gimoteando ambos bajo la necesidad, la presión entre nuestras piernas, las ansias de devorarnos y fundirnos.

Nos separamos unos segundos, que pareció un castigo eterno tanto tiempo separados, otra vez. Agarré su chaqueta, tiré de él para mí, reclamando su boca, lamiendo sus labios, mientras él entreabría para dejar paso a nuestras lenguas.

Me agarró los muslos, para cogerme a pulso y me abracé a su cuello. Con mi espalda pegada aún en la pared, teniendo su peso sobre mí.

  • -        ¿Vamos a casa? – Pude decir tras unos minutos besándonos.
  • -        Nada me gustaría más.

No dejé de sentir sus ojos clavados en mi cuerpo, pese a estar de espaldas yo mientras subíamos.

Me movía por instinto felino, acentuando mis movimientos de un lado a otro, contoneando mis curvas.

Me costó atinar con la llave dentro de la cerradura, entre el alcohol y lo difícil que me resultaba ordenar mis pensamientos, no me paré en pensar muy bien aquello de “la última en mi casa”.

El alcohol me soltaba, estaba soltera, necesitada y aquel chico me había caído demasiado bien desde que su sonrisa me cautivó en el bar.

Le pedí que se sentara en el sofá, tras dejar la chaqueta en la percha, mientras iba por la bebida, pero no me hizo caso. Me siguió hasta la cocina, lo sentí detrás de mí, pegado a escasos centímetros, sintiendo su respiración en mi cuello por el lado donde me aparté el pelo. Tragué saliva, nerviosa. Riéndome flojito, un poco cortada pero con una excitación latente entre mis piernas que mojaba mi ropa interior.

Mi pecho subió en un gran suspiro profundo que solté cuando su mano se puso sobre la mía para coger su copa.

-        Gracias. – Me dijo soltando su esplendida sonrisa.

-        Vamos al sofá.

Me cedió el paso hasta el salón, y volví a sentir sus ojos clavados en mi culo que ondeaba de un lado a otro con pasos cedidos pero torpes por el alcohol.

Nos sentamos y sus ojos se clavaron en mi pecho, sin disimulo alguno, me miró las tetas con lascivia mientras se relamía el licor de los labios. Dejó su copa más cerca de la mía, y puso su mano encima de mi muslo mientras se acercaba más a mi cara.

A escasos centímetros de mi cara sentí su respiración azotar mis labios, con sus ojos recorriéndome de arriba abajo. Miré de soslayo su entrepierna y no pude apartar los ojos de la erección que abultaba el pantalón.

Se dio cuenta de mi interés y cogió mi mano con la suya, poniéndola entre sus piernas, sobre su miembro duro.

Tragué saliva, con mis ojos vagando de sus ojos a nuestras manos. Comenzó a moverla, frotándose suavemente con mi mano, mientras mi respiración se agitaba y él disfrutaba con mi alteración.

Con su mano libre apartó el jersey por mi hombro y lo bajó, dejando mi clavícula al aire libre, donde posó sus labios y sacó su lengua, recorriéndome hasta el cuello, donde comenzó a besarme, notando su polla palpitar bajo mis dedos.

Lo sentía excitado, cachondo, casi tanto como yo, que notaba mis bragas molestarme, arderme mi entrepierna, sentía mi coño empaparse pidiendo atención.

Abrí las piernas para que su mano subiera por el interior de mis muslos, y posó su mano en mi sexo, la dejó ahí, arrancándome un gemido ahogado contra su boca.

Siguió subiendo su mano por mi cuerpo, hasta llegar a mis tetas, donde acogió una con su mano, apretando, masajeando, tirando del escote hacia abajo para dejar mis pechos al descubierto sólo con sujetador.

Me di cuenta entonces de que mi mano se encontraba huérfana en su erección, y me aparté un poco de él, me puse de rodillas entre sus piernas y le desabroché el pantalón mientras no dejaba de mirarle a los ojos relamiéndome los labios.

Acariciaba mi cabeza, aguantando los impulsos por agarrarme fuerte del pelo, mientras se mordía el labio y su cara era un libro abierto de erotismo y excitación.

Se puso de pie para bajarse los pantalones, y puse mi cara a la altura de su cintura, tiré de los pantalones hacia abajo, pasé mi cara por su ropa interior mientras suspiraba, con la boca entreabierta y me observaba desde ahí arriba, acariciando mi pelo y apretando mi cabeza contra él.

Tiré de su ropa interior y liberé su polla dura, que rozó mi boca, arrancando un gemido de su garganta. La agarré con la mano y le indiqué con mi otra mano en su muslo que se sentara.

Lo hizo y colocada entre sus piernas acerqué mi cara a su erección, llevándola a mi boca. Pasé la lengua de abajo arriba, enroscando mi lengua en la punta de su polla, envolviéndola con mis labios y apretando para acogerla en mi boca, bajando despacio, mientras él suspiraba y se inclinaba hacia adelante para subirme la falda hasta dejar mi culo al aire, con mis minúsculas bragas de encaje blancas.

Me dio un azote, apretó mi nalga, y me animó con su mano a seguir en mi travesía.

Cuando la noté presionando el fondo de mi garganta escuché su gemido ronco, sintiendo su mano en mi cabeza, apretando suavemente. Miré por encima de mis gafas para ver su cara, su expresión ansiosa y excitada, que me pedía a gritos en silencio que continuase. Necesitaba más de mí. De mis labios.

Continué un sutil baile con mis labios envolviendo su polla con mi boca, chupando, lamiendo, de arriba abajo, de abajo a arriba, despacio, hasta el fondo, volviendo a sacarla, rozándola por mi boca, mi mejilla, acariciando con la lengua de la base hasta la punta, volviendo a bajar, hasta llegar a sus testículos, lamiéndolos, chupándolos, metiéndolos en mi boca succionando mientras le masturbaba con la mano cerca de mi cara.

Me acariciaba, sin dejar de observarme con la boca entreabierta, y sentía la presión de sus dedos en mi pelo, conteniéndose por no apretar para no hundirme la cara por completo en él.

Quería llevarle al límite, volverlo loco de ganas, darle placer, y cuando lo tuve justo donde quería, paré, con una cara frustrada por respuesta de su parte.

Me levanté la falda y me monté a horcajadas encima de él, restregándome en un vaivén en su dura polla. Mis tetas fuera del jersey y del sujetador ya rozaban su cara, donde sacaba su lengua para alcanzarlas. Me agarró el culo para clavarme más en él, intensificando la fricción.

El movimiento de adelante y hacia atrás de mis caderas lo estaba enloqueciendo, y el placer que yo sentía me estaba alzando en una nube que me acogía, alejándome de la realidad. Yo gemía con la boca entre abierta, mientras el llevó su mano a mis pechos, agarrando uno, para pellizcar los pezones y llevarlos hasta su boca.

Succionaba uno mientras con la mano apretaba el otro. Mi respiración se aceleraba, y cada vez ansiaba más.

Se dio cuenta y aprovechó un descuido mío para apartarme de encima de él, levantarse y tumbarme sobre el sofá, abrió mis piernas y de rodillas en el suelo acercó su cabeza hasta el interior de mis muslos.

Me olió, pasando su nariz y su boca por mi coño, que tenía las braguitas empapadas y totalmente pegadas por la humedad, hundió su boca en ellas, y sus manos recorrieron el camino de mis piernas, eterno a mi parecer, hasta llegar a mis muslos. Cubrió de besos el trayecto y, con una de sus manos, acarició mi sexo despacio notando lo mojada que estaba.

Sonrió satisfecho cuando pasó un dedo y se empapó de mí, llevándolo posteriormente a su boca. Apartó mis bragas a un lado con la otra mano, y acercó la cara para pegar sus labios con los míos.

Me acogió con su boca, sacó su lengua y me recorrió haciéndome sentir espasmos de ansiedad deseosa por mi cuerpo. Suspiré, gimoteé, mientras notaba como sus dedos y su lengua se abrían paso en mi interior. Apartaba mis labios vaginales con sus dedos para darle rienda suelta a su lengua, que me recorría de abajo arriba, dedicando más atención al clítoris, mientras uno de sus dedos rozaba mi entrada, totalmente lubricada.

Entró en mí, y pocas arremetidas después introdujo el segundo dedo, follándome con ellos mientras su boca me devoraba. Yo me sentía enloquecer, y apretaba su cabeza todo cuanto podía contra mí, sin dejarle quitar la cabeza de mi coño.

Flotaba en una nube de éxtasis hasta que reconocí aquella sensación que me presionaba el estómago, que me secaba la boca de coger aire con tantas ganas y esa desesperación por liberarme, por lo que enrollé mis dedos en su pelo y tiré de el cuando mi orgasmo estalló en su cara.

Gemía sin control, retorciéndome bajo sus atenciones, y sentía mi cuerpo frágil como si fuera a desmayarme de la intensidad previa.

Se apartó de mí y yo le indiqué que se sentase, me coloqué encima de él de espaldas y me subí la falda, momento que aprovechó para ver mi culo en primer plano y arrancarme las bragas, rasgándolas. Cogí su polla y la llevé a mi entrada donde me la fui metiendo despacio, sabiendo que sus ojos estaban hechizados con ese movimiento y que los tenía clavados viendo como su polla desaparecía de su vista para introducirse en mi interior.

Cuando la noté llenándome por completo me senté sobre él. Aprovechó para agarrar mi culo y controlar el movimiento de sube y baja. Agarró mi pelo en una coleta y me tiraba con cada arremetida, queriendo controlar todos mis movimientos buscando su propio placer. Me azotaba clavando sus dedos en mi carne desnuda.

Yo llevé mi mano a mi sexo y tracé pequeños movimientos en circulo para estimular la parte más irascible de mi ser.

Él movía sus caderas, arremetiendo contra mí por mucho que fuese yo la que subía y bajaba. Y cada embestida de él me hacía notar su polla en mis riñones de tremenda profundidad.

Escuchaba su respiración agitada, como resoplaba y bufaba moviéndome a su antojo. Tiró de mí hacia atrás para tener acceso a mi cuello y me susurró un “te he echado de menos” en mi oído.

Aquello me catapultó al séptimo cielo otra vez, y con su mano ahora agarrándome los pechos y conmigo tocándome, me volví a dejar ir mientras él se tensaba y aceleraba el ritmo para notar como, tras apretarle la polla con mi coño, se corría dentro de mí con un gemido ronco en mi cuello, tirando tanto de mi pelo que sentía la tensión en mis sienes.

Ambos exhaustos nos quedamos inertes, incapaces de seguir con ese ritmo entre sudores y jadeos, pero me levanté, me puse de frente a él mientras sentía su semen chorrear de mi interior, y me volví a sentar a horcajadas sobre su miembro, aún duro, palpitando nuestros sexos, fundiéndonos en un beso intenso e íntimo, lleno de tantas cosas que nos había quedado por decir meses atrás.

Me abracé a su cuello, el me agarró por la cintura, y pegados estuvimos un buen rato fusionando nuestras lenguas mientras nuestra respiración volvía a normalizarse.

Poco después nos apartamos de mutuo acuerdo, y sonreímos en silencio.

  • -        No sé como le voy a explicar a Olga que ya nos conocíamos de antes.
  • -     Y mucho mejor de lo que ella cree… - Me respondió el sonriendo y abrazándome aún más fuerte. – No quiero volver a dejarte escapar.

Ya pensaría más tarde, como íbamos a hablar Olga y yo de este bonito reencuentro.

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