Mi vida es mas simple que el mecanísmo
de un chupete, quizás por eso sentí la necesidad de escribir aquél
encuentro en el baile de disfraces que celebró el instituto y en el
que participó la biblioteca del pueblo.
Me llamo Beatriz, tengo 28 años y
trabajo en la biblioteca de un pueblo de Málaga. Mi trabajo es muy
simple, pero realmente disfruto con el. Siento un placer enfermizo
rodeada de libros. Adoro leer, la literatura siempre fue mi pasión
desde niña. Además en mis ratos libres escribo relatos de poesia
para un taller que hacemos por la tarde dos veces en semana.
Todas las mañanas me siento antes de
abrir ,en mi mesa y mientras me bebo el café repaso algunos títulos
que han llegado nuevos y que empiezo a catalogar con su
correspondiente etiqueta.
Y así es como comienza esta
historia...
Aquella mañana se había levantado
viento, la lluvía amenazaba con caer a borbotones y decidí ir a por
la segunda taza de café mientras llegaba mi compañera. Apenas me
había sentado con ella, me había envuelto en el aroma de las
partículas de café y estaba cogiendo uno de los libros que me
quedaba por colocar, cuando Sandra entró rebufando con varios sobres
en la mano.
- Vengo del instituto del barrio – Levantó la mano con los sobres. - Este año quieren hacer algo diferente por el carnaval y nos han pedido que colaboremos. Ten - Me tendió el correo. - me lo acaba de dar el conserje del centro cuando he ido a recoger unos libros que les dejé la semana pasada.
Dejé mi taza de Darth Vader sobre mi
escritorio y abrí el sobre color vainilla. Efectivamente, entre
otras cosas "Se complacían al invitarnos al primer evento de
cine, literatura y fantasía que se llevaría a lugar el día 5 de
Marzo a las 20:00 en el centro de estudiantes de educación
secundaria obligatoria. Por favor, asistan con un disfraz de la
temática correspondiente.No falten. "
Quedaban unos días y teníamos que
poner los carteles del anuncio para que todo el que entrara a la
biblioteca decidiera ir. Aproveché mi escasa experiencia con el
diseño gráfico para crer varios carteles que quedaron sencillos
pero monos y entre Sandra y yo los pusimos esa mañana en varias
partes del barrio y de la biblioteca.
Era casi la hora de cerrar cuando
escuché la puerta de la sala abrirse y sin despegar los ojos del
ordenador donde estaba repasando el inventario del último mes,
respondí "no prestamos libros ya hasta la tarde".
Quizás al hablar tan flojito no me
escuchó, por eso no recibí respuesta. Ante la falta de esta levanté
la vista y vi a alguien de espalda mirando la estantería del género
de terror. En su mano tenía lo que parecía uno de los carteles. Me
acerqué a él y le llamé la atención con un carraspeo de garganta.
- ¿Te ayudo en algo?
- Estaba buscando un libro en
concreto. - Se dio la vuelta y me llamó la atención sus ojos
verdes y su barba tan bien definida, oscura y espesa.
- Claro, ¿cual buscas? - Y empecé a mirar antes de que me respondiera por la estantería.
- El juego de Gerald, de Stephen King. - Trague saliva. Me llamó mucho la atención por que no es un libro que pidieran muchos hombres en esta biblioteca. (Para quien no lo sepa, la protagonista vive un momento horroroso en una cabaña aislada en mitad del bosque donde está esposada al cabecero de su cama por su marido, el cual tiene unos deseos sexuales un tanto peculiares.)
- Lo tenemos prestado.
- Vaya...
- Sí, con la cosa de la película que ha hecho Netflix se ha disparado en peticiones.
- Ya... por eso quiero leerlo. ¿Y cuándo lo devolverán?
- Pues... deja que lo mire. - Me fui hasta mi mesa sintiendo que unos ojos me observaban de arriba abajo, y dando gracias por haberme puesto ese día esos vaqueros que tan buen culo me hacían. - Hay dos delante de ti, ¿Quieres reservar?
- Sí. - Sacó su cartera del bolsillo de atrás del pantalón.
- No hay nada como leer en papel, ¿eh? - Solté la primera gilipollez que me vino a la mente por que estaba de un nervioso que no entendía.
- ¿Cómo?
- Que digo que normalmente la gente que viene aquí no espera tanto turno para coger un libro y tiran de internet y el formato digital.
- Ah eso... no me gusta leer en una pantalla. - Y esa frase me enamoró. - Siempre he sido de los que les encanta el olor de los libros, el tacto de las hojas, el placer de sostenerlo en las manos... además, no tengo internet en casa hasta que me lo pongan a final de semana.
Y esta descripción tan normal, tan
sana, en mi mente estaba siendo de lo más lasciva y sucia. Por que
no dejaba de mirar sus manos y su boca y me pasaban por la cabeza
todo tipo de cosas que eran de todo menos normales.
- ¿Nunca te he visto por aquí?
- Soy nuevo en el barrio. Me llamo Sergio, encantado.
- Beatriz, igualmente. - Tendí la mano y nos saludamos. - Si me das tu carnet te hagop la reserva.
Me tendió el carnet y apunté sus
datos en el ordenador (lo cual no era necesario, pero quería
investigar después por Facebook o instagram. Lo sé, sueno a la
típica acosadora. Pero no, no iba a convertirme en Joe de You).
- Listo. - Se lo devolví. - En cuanto esté devuelto y te toque te aviso. ¿Es este tu número actual?
- Si. Puedes llamarme a cualquier hora.
- ¿Sólo para el libro? - Bromeé sin saber por que cojones había dicho eso.
- Para el libro, sí. - Y me sonrió. - Si se te ocurre alguna sugerencia sobre que leer mientras lo devuelven... también estoy abierto a otras posibilidades, claro.
Y eso me encendió la bombilla y me
hizo imaginar cosas que no eran.
Sin darme cuenta había pasado la hora
del cierre y ahí seguíamos. Me disculpé y le señalé el reloj de
la pared, diciendo que tenía que cerrar, pero que si quería volver
a las 16:30 estaríamos abiertos. Y que cualquier consulta que
tuviera podría llamar y se lo miraría sin compromiso.
Me fui a mi casa, comí, limpié la
cocina y cuando volví a la biblioteca por la tarde me metí en el
ordenador. Por supuesto nada más llegar había puesto la cafetera y
me había puesto un café doble. Abrí Facebook y miré el documento
donde había apuntado sus datos.
Tenía perfil. Pero sólo había puesto
uno de sus apellidos, aunque rapidamente lo localicé por la foto de
perfil que llevaba. Salía con un gatito la mar de mono y que le
restaba atención. Atención que después le dediqué mirando su
biografia y las fotos que había en sus albúms.
Actualicé la página de la biblioteca
y coloqué un post con el baile de disfraces del instituto.
Poco después miré su instragam pero
aquí el éxito fue nulo, pues tenía candado y quedaría muy poco
profesional de mi parte mandarle una solicitud.
Durante un rato llegaron varios
lectores, estuve distraida en un libro, atendí a varias personas, y
cerca de las 18 o así escucho la puerta y un olor familiar me llega
de nuevo. Era él.
- Buenas tardes, ¿Puedo usar el ordenador, verdad?
- Sí, pero tienes que apuntarte y firmar aquí. - Le di la hoja donde cada usuario que usaba internet tenía que firmar con sus datos. - El ordenador de la izquierda no lo toques que está roto.
Me dio las gracias y se sentó en el
segundo PC que había en la fila. Yo le miraba de reojo, vi que sacó
un pendrive, lo enchufó y estuvo escribiendo un buen rato. Me picaba
la curiosidad de a qué se dedicaba.
Poco antes de finalizar lo que
estuviera haciendo lo vi que entró en Facebook. En los ordenadores
de la biblioteca, nada más poner Facebook en la barra de búsqueda,
te sale la página de la biblioteca, y por lo que vi en mi ordenador
al segundo de meterse él, había empezado a seguirnos.
Compartió el post de los disfraces y
se dirigió a mi mesa, donde yo me hice la ocupada para disimular el
espionaje.
- Perdona. - Sacó de su bolsillo el cartel que le vi esta mañana. - ¿A esto puede ir cualquiera o es un baile privado o hay que hacer algo...?
- Colaboramos con el instituto del barrio, pueden acudir todos los interesados en la cultura. Es una manera de acercar a los más jóvenes con algo nuevo.
- ¿Tu irás?
- Eh... si, claro. Que remedio...
Durante los días siguientes al evento
apareció varias veces por allí, para usar el ordenador. Yo seguía
espiando su Facebook con una costumbre insana, y seguía observándole
mientras lo tenía cerca.
Y llegó el día del baile.
Eran las 7 de la tarde cuando me empecé
a vestir y me puse mi disfraz de Cisne negro. Una pequeña falda de
seda negra como si fuese un tutú, un corpiño negro de pedrería con
escote pronunciado, con los filos de seda como la parte de abajo,
medias y tacones negros. Opté por una máscara en lugar de
maquillaje, ya que odiaba esto último, y me pinté los labios de un
rojo intenso, que era una seña de identidad propia ya. Para rematar,
me hice un moño alto con varias horquillas con purpurina.
Sandra iba vestida de Julieta, de la
obra de William Shakespeare. No se estrujó mucho la cabeza la
verdad.
Nos encontramos en la entrada, cuando
yo aparqué mi coche en el aparcamiento de atrás y ella llegaba con
su hija mayor, Clara.
Fue una sorpresa cuando entramos, por
que pese a lo que esperaba no imaginaba que hubiera tanta gente y
tanta temática mezclada y bien llevada. Había varios cisnes, entre
ellos algunos negros y blancos. Disfraces de época, de la edad
media, algún romano... lo que mas resaltaba era ver que las máscaras
se habían adueñado del evento y me felicité mentalmente por mi
decisión. Tanto hombres como mujeres lucían máscaras de mano o
antifaces que tapaban sus rostros. El salón de actos estaba a tope,
tanto que pensé en que poca gente del pueblo se habría quedado
fuera del baile.
Las luces hacían un entorno recogido,
oscuro, fiestero. Había una fila de mesas que llegaban de una punta
a otra con todo tipo de aperitivos y bebidas, sin alcohol, donde
veías a mas de uno aprovechándose de lo lindo. En el centro, al
fondo, un pequeño escenario con un micrófono y varios altavoces
llamaba la atención por la ausencia de protagonista.
Cogí uno de los folletos de la entrada
donde salía el programa del baile y vi que ese escenario sería para
después, para pregonar el ganador del disfraz.
Estaba con mi vaso de té frío leyendo
el panfleto cuando un aroma familiar de días atrás me golpeó la
cara. Pero no le vi. Sólo estaba su perfume rondando el ambiente.
Pensé en la posibilidad de que estuviera disfrazado y le busqué,
fijándome con esmero en ver bajo las máscaras.
Volvía con Sandra cuando Raquel, una
de las lectoras asiduas a la biblioteca me llamó por mi hombro y me
entregó un papel. "Me ha dicho alguien sacado de Sailor Moon
vestido como el caballero del antifaz que te diera esto. Tu sabrás,
pero daba un mal rollo que te cagas". Raquel era lectora y
amiga, siempre comentábamos los últimos libros que llegaban a la
biblioteca. Esos libros que no puedes comentar con todo el mundo. Si
si. Esos libros son. Los románticos eróticos.
Por su descripción busqué una versión
del fantasma de la ópera pero con un detalle que me llamó la
atención. Alguna rosa. Pero antes leí el papelito "Si quieres
lo mismo que yo sabrás quien soy. Si quieres jugar, búscame en la
planta de arriba y me encontrarás.".
No tenía idea de quien podría ser
pero la curiosidad me podía, ¿Y si se habían equivocado?, cisnes
negros había varios y no tenía por que ser para mi a la que nunca
le pasan cosas así. Me lo pensé un rato y finalmente cedí.
Me perdí entre la sala y salí, tiré
escaleras arriba y me metí en la primera habitación que vi abierta.
Apenas había luz, mas que la tenue iluminación de las farolas que
entraban por la ventana. Vi a alguien de pie, junto a la pizarra,
vestido como había imaginado y una rosa roja sobre el escritorio.
Cerré la puerta tras de mi y me
acerqué hasta él sin mediar palabra. Y entonces el habló.
- Has venido. - Me tendió la mano. - ¿No dices nada?
Se acercaba a mi con paso despacio,
cogió la rosa del escritorio y la depositó en mi boca, cogiéndola
con mis labios de sus dedos. Yo le miraba a través de mi máscara, y
su voz y sus ojos eran inconfundibles, así como su olor.
- ¿No vas a hablar? - Pero yo estaba en una nube, me sentía como una de esas protagonistas dentro de los libros que solía leer. Algo extraño, sin sentido y raro en mi vida.
Sentía un torbellino en mi pecho y mi
estómago, una especie de presión que no sabía como quitarme.
Estaba nerviosa, tensa, avergonzada por estar ahí y que hubiera sido
un error. Por esa razón me costaba hablar.
Se puso detrás de mi y rozó mi cuello
con su barba, llegándome parte de su aliento a mi piel y erizando mi
piel. Bajaba sus manos por mis hombros desnudos y se pegaba más a
mi. Una excitación del momento desconocido y extraño resurgió de
mi cuerpo, haciendo que soltase un pequeño gemido que fue casi
insonoro tras la música de fondo que se escuchaba. Pero aunque mis
sonidos pasaran desapercibidos por el entorno, mi cuerpo me delataba,
y él estaba tocando unas teclas que facilmente me pueden alterar.
Su brazo rodeó mi cintura y me atrajo
contra él, pasaba la punta de su lengua por mi oído, aspiraba mi
olor desde mi cuello, y su otra mano libre estaba ya perdida bajo mi
falda explorando el final de mi muslo.
Abrí la boca desconcertada. Si esto
era un error que alguien me sacase de allí, pero si no era una
equivocación... ¿qué hacia yo ahí con el chico de la biblioteca?.
Agarré sus manos y las apreté contra mi cuerpo mientras las llevaba
a recorrer parte de mi piel bajo la tela del tutú. Puse una de sus
manos en mi entrepierna y noté como su miembro palpitaba bajo la
fina tela del pantalón contra mi culo. Le incité a que me tocara
mientras yo reposaba mi cabeza echada hacía atrás sobre su pecho.
Tiró parte de los papeles y el
almanaque que había sobre la mesa con un barrido de manos, todo muy
peliculero, y me subió encima, abrió mis piernas y rompió las
medias que llevaba. Pasó su nariz por mi ropa interior, rozó con
los labios y pegó pequeños mordiscos humedeciéndome cada vez más.
Yo clavaba mis tacones en su espalda, en la capa que llevaba, y
agarraba su cabeza entre mis piernas.
Me puso de pie y tiró del lazo del
corsé, abriéndolo y dejando mis pechos al aire cayendo sobre su
peso. Me agarró desde atrás, apretándo cada teta en su mano y las
juntó dando un leve masaje a ambas, mientras se distraía con su
lengua y sus dientes en mi cuello y mi oído.
Yo echaba el culo hacía atrás,
pegándolo más a su paquete y restregándome sutílmente contra el,
hasta que apartó sus manos de mi, cogió las mias y me apoyó contra
el escritorio. Me inclinó lo suficiente para abrir mis piernas y
subir la pequeña falda de seda, terminó de romper las medias y
acarició mi culo, dando más de un azote en el proceso y
sobresaltándome.
Llevé mi mano hacía atrás y acaricié
su miembro despacio por encima de la ropa, apretando contra ella y
rozando una y otra vez hasta que me cogió la mano y la apartó, para
bajarse la cremallera y librarla de su prisión. La llevó hasta mis
cachetes y poniéndola en medio apretó la carne contra ella y empezó
a moverse despacio. "Deseaba hacer esto desde que te vi ese día
y me quede mirando tu culo". Susurró antes de quitarse, un rato
después, de mi.
La llevó a la parte más sensible de
mi sexo y rozándome con ella la puso en mi entrada, donde apretó y
metió la punta, repitiendo el proceso varias veces mientras me
preparaba para él.
Yo echaba la cadera hacía atrás casi
por inercia, buscando más profundidad, más movimiento, buscando
más...
Me dio la vuelta y me subió sobre la
mesa, abrió mis piernas y se puso en medio. Me la metió hasta el
fondo de una embestida y abrí la boca casi sin darme cuenta dejando
escapar un quejido. Y empezó un fuerte baile de penetraciones y
salvajes embestidas. La escena era rara, surrealista, ilógica,
extraña... yo ahí con un conocido de la biblioteca, vestido de
época y una medio máscara, y yo con un tutú, los tacones y una
máscara como única ropa.
Puso sus dedos en mi boca, que lamí y
mordí despacio mientras le miraba a través del antifaz. Descendió
por mi cuello, agarrando y apretando despacio mientras me embestía
una y otra vez. Con una mano me apretaba la cintura y la otra había
bajado hasta mis pechos, los cuales cogía y apretaba sin ningún
tipo de cuidado.
Esa mezcla de dominación y
despreocupación me estaba volvíendo loca. Me dejé llevar y
mientras pasaba una de mis manos por su pecho bajo la ropa, la otra
la llevé a mi sexo y empecé a tocarme mientras me penetraba.
Movimientos lentos, suaves que se iban acelerando a medida que él
aceleraba sus embestidas. Poco tiempo pasó hasta que me dejé ir y
me corrí mientras gemía sin preocuparme del ruido que podía hacer.
Hacía rato que había dejado de ser
consciente de que estábamos en un espacio público y que podían
abrir la puerta en cualquier momento y descubrirnos.
El continuó, moviéndose casi con ira,
apretándose contra mi en cada movimiento hasta que noté como su
cuerpo se tensaba y salía de mi para correrse entre mis piernas.
Pequeñas gotas blanquecinas cayeron en mi tutú oscuro, cosa que
intentaría disimular más adelante. Se echó sobre mi y me levantó
la máscara y en mi boca susurró "La próxima vez será sin
máscaras".
Buen relato, sin más. Bien narrado, eso sí.
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