Mi maestro
¿Por qué le miro a los ojos y su
expresión no me deja claro qué siente?, como si estuviera tan tranquilo
mientras que yo noto mi corazón en el pecho a punto de salirse.
No puedo apartar la vista de sus
manos que suben con suavidad por mis piernas, llegando hasta mis bragas y
agarrando el encaje de la cintura para tirar suavemente hacía abajo, hasta
desprenderme de ellas.
El nudo en mi garganta crece, la
excitación entre mis piernas aumenta y puedo notar en el interior de mis muslos
como me voy humedeciendo cada vez más.
"Esto querías, ¿verdad?" me dice mientras su mano
acaricia mi intimidad y uno de sus dedos se posa en mi entrada, presionando
para entrar. Un gemido sale de mi boca, que callo mordiéndome el labio y
echando la cabeza hacía atrás.
"Vamos...vamos... vamos…"
Abro los ojos y me encuentro cara
a cara con mi profesor, mirándome con una sonrisa burlona como si supiese
perfectamente que estaba soñando.
"Vamos, ¿Algo interesante que compartir sobre tus sueños?, quizás
quieras explicarnos por qué estabas sonriendo"
No podía hablar. Toda la clase me
miraba y podía oír los murmullos, en todas las direcciones, sobre mí. Sonrojada
apreté las piernas, cerrando los muslos lo más posible consciente de que me
había mojado las bragas este sueño, otra vez.
Y es que llevaba varias semanas
soñando lo mismo, día tras días y por mucho que durmiera no lograba descansar,
lo cual me pasaba factura en clase haciendo que me quedara frita sobre la mesa.
Pero el problema no era ese, todos nos habíamos dormido alguna vez, todos
habíamos tenido un sueño erótico alguna vez y todos nos habíamos visto en una
situación embarazosa alguna vez. El problema era que mi sueño erótico había
sido con mi profesor, el cual tenía delante sonriéndome de manera pícara como
si pudiera leer tras mis ojos mis pensamientos.
Desde que vi esos ojos oscuros
que se clavaban en mí y esa barba tan bien cuidada, podía ponerle cara en mis
sueños a esa persona que me follaba noche tras noche sin piedad. Tras la fina
camisa que siempre solía llevar, mal metida en el pantalón vaquero, podía
entreverse que pese la edad se mantenía fuerte. La corbata quizás complementaba
la absurda obsesión que tenía siempre de fantasear con ellas. ¡Maldita sea!
No sentía nada por mi profesor,
solamente una atracción sexual que parecía sacada del cliché más antiguo del
mundo. "Alumna seducida por el maestro"
podría decirse, pero no era así. No me había seducido, simplemente me atraía
experimentar algo nuevo, diferente, dejar atrás la vida clásica y habitual con
mi novio y dejarme llevar por alguien que me ponía y me atraía físicamente
cumpliendo muchas fantasías en una. La principal era el hecho de que fuera
mayor que yo, alguien que me podría enseñar cosas que aún ni podía imaginar.
Pero la mente era una traicionera
y desde que le vi no para de jugarme malas pasadas, y dejar que este profesor
entre en ella. Y no sólo se cuela en mi mente, mis sueños y mis fantasías, si
no que ansío con toda mi alma que se cuele en mis bragas.
Quizás él lo sabía y una parte de
él era lo bastante lista para darse cuenta de mis pensamientos. De ver que cada
vez que me miraba inconscientemente miraba al suelo avergonzada, porque me
imaginaba esos labios sobre mi cuerpo, esos ojos mirándome mientras me follaba
una y otra vez, y mirar sus manos me hacía estremecerme pensando en lo que
podría hacer con ellas.
"Shiva, ¿Qué acabo de preguntarte?" volvía otra vez
a la carga. nuevamente me había quedado pasmada sumida en mis sucios
pensamientos y pegándome mentalmente por seguir soñando despierta sobre ponerle
los cuernos a mi novio con mi profesor.
"Hoy te quedarás aquí cuando todos salgan, tenemos que ponerte al
día sobre los temas en los que últimamente no rindes."
Me estremecí y me imaginé una sonrisa
en sus labios. "¿De verdad me
lo había imaginado?" pensé.
No pude concentrarme en toda la
puta clase y lo único en lo que podía pensar era en estar a solas con él, en
que la lengua se me iba a trabar, me iba a sonrojar e iba parecer una
imbécil...
Sonó el timbre.
Casi por inercia, y rezando para
que no se acordara, me metí en la fila de compañeros que salían por la puerta,
pero no funcionó. Noté la mano de mi profesor agarrarme el brazo suavemente y
tirar de mi para sacarme de ahí.
"Creo recordar que ibas a quedarte a recuperar las horas perdidas
en las que te echabas a dormir.". Tragué saliva... "perdidas dice... ¡ja! si él
supiera..."
Cuando la clase estaba vacía cogió una de las sillas de la primera fila y, sorprendiéndome la puso al lado de la suya. "Siéntate". Lo hice, sabiendo que a un profesor hay que obedecerlo y darle respeto.
"Bueno, Shiva... ¿Has atendido algo de lo que he explicado
hoy?"
Negué con la cabeza. Sinceramente
no tenía idea alguna. "Hablábamos
sobre el infierno de Dante, los pecados capitales y hoy dimos más importancia a
la Lujuria". Tragué saliva, nerviosa, excitada, intrigada... pero por
mucho que intentaba estar atenta, mis ojos se iban a sus manos, las cuales
movía del libro y dejaba a la vista en sus pantalones. No pude evitar centrar
mi vista en su paquete, hasta que me di cuenta que me estaba mirando y retiré
la cara que me ardía en rojo.
"Acércate... Mira aquí y lee".
Podía notar la calor de su cuerpo pegado al mío, como sus ojos se clavaban en mí y como sus manos casi me rodeaban.
Empecé a leer "El segundo círculo del Infierno se
encuentran aquellos que han pecado de lujuria. Dante condena a estos
"malefactores carnales" por dejar que sus apetitos sobrepasaran
su razón." Tragué saliva, notando como su mano me acariciaba el
brazo y me impulsaba a seguir leyendo "Estas
almas están condenadas a ser impelidas por un fuerte viento que las embiste
contra suelo y paredes, las agita y las hace chocar entre ellas sin descanso,
de la misma forma que en vida se dejaron llevar por los vientos de la
pasión." Esto último me costó leerlo, no podía articular palabra
cuando la mano de mi profesor se posaba en mi muslo y me acariciaba suavemente
hacía arriba, poniéndome más nerviosa de lo que por sí ya estaba.
"¿Qué opinas, Shiva? ¿crees que alguien debe ser castigado por
dejarse llevar por sus instintos más humanos? ¿Castigarías a una persona por
someterse al placer? o por el contrario... ¿Te opondrías a conocerlo?"
Respiraba con dificultad. Y era más
que evidente que ansiaba lanzarme sobre él, pero algo me decía que no debía,
por mucho que quisiera y fantaseara, ahora a la hora de la verdad, no podía
moverme.
"Creo... creo que es excesivo un castigo" logré decir
mientras me mordía el labio y notaba mi cara arder en el color escarlata. "Al fin y al cabo es un sentimiento
humano, algo que..."
"No sólo es un sentimiento humano, es algo primitivo, animal, algo
que puede llevarse sin control y con desenfreno proporcionando placeres que
pueden llegar a someternos... en verdaderos pecados". Me miró de
arriba abajo, mientras su mano se metía en la cintura de mi pantalón. "Si yo ahora sucumbiera a esos placeres
y me dejase llevar por el frenesí sexual podría dejarte desnuda, abrirte las
piernas y meterme dentro de ti una y otra vez, sin embargo... eso no sería ni
ético, ni moral, ni correcto. Eso sería motivo de castigo."
"¿Por qué?" Solté sin darme cuenta, como si se hubiera
escapado de mis labios presos de mis deseos.
"¿Por qué, dices? porque soy mayor que tú, porque soy tu profesor
y tú eres mi alumna y por qué no sabría si tu... querrías que me adueñara de tu
cuerpo sobre mi mesa."
Apreté los muslos cuando sentí su
mano entre ellos y sus palabras tan cerca de mi cara. Tragué saliva mirando
abajo, viendo como su mano me manoseaba, como iba acaparando más parte de mi
cuerpo y familiarizándose con él.
"Dime Shiva, ¿dice algo de la infidelidad el segundo
círculo?"
"Francesca de Rímini, esposa de Gianciotto Malatesta, se enamoró
de su hermano pequeño Paolo y mantuvieron un romance por el cual fue
castigada".
"Y tú, ¿Qué opinas del adulterio? ¿Crees que es un pecado?"
Todas sus absurdas preguntas,
dichas con ese tono tan sumamente atrayente, me estaba desmoronando y poco a
poco iba aflojando las piernas dando paso a su mano para que... me hiciera lo
que quisiera. No podía responder, mi mente me recordaba que yo tenía pareja y
él era mi profesor, lo cual, por alguna extraña razón me excitaba mucho más.
"El placer de lo prohibido. Debió pensar Francesca y otros muchos
que acabaron ahí. Y no puedo culparles. Somos animales, al fin y al cabo, y
actuamos de manera irracional en X aspectos de nuestra vida. Créeme Shiva, no
me importaría ir al infierno ahora mismo si con ello te arrastro conmigo."
Me quedé perpleja, casi sin
respiración y mirándole a los ojos me mordía el labio hasta notar la sangre
caer por este.
Su lengua me lamió, y dejándome
accedí a lo que él me estaba ofreciendo.
Me cogió en brazos levantándome
de la silla y me posó sobre su mesa, desparramando por el suelo los papeles que
tenía y tirando los libros, entre ellos el de "La divina Comedia". Abrió mis piernas y se puso en
medio de ellas mientras una de sus manos me agarró las muñecas en mi espalda,
impidiendo que me moviera. Sentía la lengua por mis labios, cómo sus dientes se
iban clavando en mi carne pegando pellizcos con ellos que me estremecían, cómo
poco a poco consiguió meter la boca en el escote de mi camisa y tirar de los
botones que la cerraban.
Su nariz rozaba mi canalillo,
aspiraba mi aroma y seguro que podía escuchar mis latidos con fuerza tras mi
pecho. Cada vez me inclinaba más hacía él, notando la tirantez en mi espalda y
mis hombros, me pegaba a él más atrayendo mi cintura hacía la suya, pudiendo
percibir como abultaba su erección a través de la tela vaquera.
"Me estoy saltando las reglas, me estoy saltando el juramento, me
estoy saltando mis principios... y lo peor de todo es que eso me hace desearte
muchísimo más. Tus ojos cuando me miras, tu cara cuando te observo, como te
pones nerviosa con mi presencia... los años me han enseñado a leer el deseo en
las mujeres, y no hay duda alguna de que ansias esto tanto como yo. Te va el
riesgo, el peligro, lo prohibido y experimentar, pero todavía no has sabido
darte cuenta."
Me soltó las manos y me bajó los
pantalones junto las bragas blancas, y me tumbó sobre la mesa.
"Pero hoy te darás cuenta de lo que puedo enseñarte a través de
ese camino".
Se aflojó la corbata, la enrolló
en mis manos privándome de movilidad y terminó de abrirme la camisa. Sólo el
sujetador me tapaba. Pasaba su lengua por mi escote, sacando mis pechos del
sujetador y mordisqueándome los pezones, para volver a continuar su camino con
la lengua dejando su saliva por mi piel, hasta llegar a mi zona íntima.
Me miró, sonriente, victorioso y
seguro de sí mismo y de lo que iba a hacer, y poniendo mis piernas sobre sus
hombros enterró su cara en mi sexo, dando lametones en mi clítoris y jugando
con él, a la vez que sus dedos rozaban mi entrada.
Me arqueaba, me mordía, gemía
entre quejidos que no se podían entender y suplicaba que no parase. Pero no lo
haría. Se había propuesto darme placer y hacerme sentir el pecado pleno por si
íbamos al infierno, como algunos de los personajes que acabábamos de leer.
Sus manos me apretaban los pechos
mientras su boca me daba oleadas de placer entre mis piernas, y mis manos
atadas se posaban en su cabeza acariciando su pelo.
No pude soportarlo más y me dejé
llevar entre espasmos, corriéndome en su boca mientras él me apretaba más
contra él. Se puso de pie, se desabrochó el pantalón y se sacó su erección,
dejándome anonadada ante aquello, y me penetró despacio, sintiendo cada una de
las sensaciones que le proporcionaba meterse en mi interior. Una vez dentro
empezó a moverse cada más y más rápido.
Me cogió de la cintura y salió de
mí, me colocó a cuatro patas sobre la mesa, se subió encima de rodillas y
volvió a penetrarme mientras me agarraba el culo y me daba pequeños azotes que,
lejos de dolerme, me excitaban cada vez más.
"Dios, si... si debo ir al infierno al menos disfrutaré este
paraíso mientras tanto, pequeña." Susurraba en mi oído, mientras
sus quejidos de placer y respiración entrecortada se mezclaba con la mía.
Seguía entrando y saliendo, cada
vez más fuerte, más deprisa, con desesperación. Sus manos dejaban su marca en
mi piel, en la blancura de mi culo y cuando sentí mi cuerpo tensarse, supe que
me volvería a correr, pero esta vez acompañada. Pues con una última embestida
me dejé llevar y él salió de mi derramándose sobre mis cachetes y bañándome por
completo de él.
Paso tiempo hasta que nuestra
respiración se normalizó, fui consciente de lo que habíamos hecho y cómo, y un
martilleo sobre culpa y morbo resonaba en mi cabeza. Ninguno dijo nada hasta
que al salir yo por la puerta, escuché de fondo como me decía...
"Te has convertido en una mis alumnas favoritas, Shiva. Y otro día
quiero enseñarte algunas cosas más."
Fin.
Bastante morboso, del tipo profesor-alumna o profesora-alumno que siempre ha habido, hay y habrá en todas las fantasías. Bien narrado y, aunque vuelve a pecar de todo pasar casi sin motivo, en éste lo arreglas utilizando a Dante y la Divina Comedia, lo cual dio un toque de realismo muy bienvenido. Chapó por eso.
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