Mi
placer en tus manos
Mi trabajo como cuidadora de
la tercera edad me estaba creando una hernia en la espalda. Eso o terminaría con
la espalda partida por la mitad de tanto coger a pulso a señoras octogenarias
que ya requerían de ayuda por completo para incorporarse.
Entre eso y el trabajo de
limpiadora, cuando llegaba el fin de semana sentía mi cintura como si me
hubieran empotrado cuatro negros contra la encimera de la cocina.
No podía incorporarme sin
decir ¡Ay!
No podía agacharme sin decir
un ¡Ay!
No podía coger peso sin resoplar
el ¡Ay!
Y por supuesto meter mi brazo
por debajo del de la señora para hacer palanca y que esta se agarrase a mí, para
levantarse, me iba hacer que un día me comiera un labio intentando callarme el
quejido.
Así que aquella tarde cuando
hablé con Susana sobre lo que me pasaba, después de que me viera intentar coger
algo del suelo con los dedillos de los pies como si fuera yo la protagonista de
Aeon Flux, me pasó el número de
teléfono de Lola, la masajista a la que ella iba una vez en semana.
Pese a que los rollos estos de
los masajes no me los creía mucho, llamé esa misma tarde cuando ella se fue de
mi casa para pedir cita. El teléfono lo cogió su hijo, y anotó para el sábado a
las 11:15 dado que le pedí por favor que me hiciera un hueco un fin de semana.
Estaba a jueves, así que en un día estaría relajándome.
Eso o terminaría en urgencias
con una lumbalgia y diciendo más “ay” que una rumba flamenca.
El viernes sentí que mi
columna vertebral iba a despegarse, me acordé de Frida, iba a terminar con un
corsé como el de ella a este paso. Con lo pequeña que era aún no me entraba en
la cabeza como podía levantar señoras que me duplicaban el peso.
Cuando llegué el sábado a la
consulta me senté a esperar que me llamaran. Me abrió un chico, el que supuse
que era el que había cogido el teléfono, el hijo, pero este se fue para dentro
de una consulta con una chica y salió después de un rato a llamarme.
-
Pasa. – Me dijo con un gesto de la mano
mientras me indicaba una de las puertas al fondo a la derecha. – te dejo un
momento sola para que te desnudes y te tumbes en la camilla.
Se fue cerrando la puerta y le
hice caso. Una vez esperaba me fijé en lo cálida que era la habitación. Tonos grises
y blancos que hacían el espacio tan acogedor como limpio y relajante. Además,
había varios puntos en los muebles donde había una espátula de madera con
incienso.
Olía muy bien. Era una mezcla
de olores curiosa, relajante y cautivadora.
Metí la cabeza en el posa
cabezas y cerré los ojos, pensando en que ya aparecería Lola y me daría mi
masaje cuando escuché la puerta abrirse.
-
Bueno, pues ya estoy aquí. – Pero esta no era
Lola.
-
Em… - Saqué la cabeza mientras intentaba que
mis pechos no se movieran de donde los tenía presionados – Tú no eres Lola,
¿verdad?
-
No sé yo si a mi madre le hará mucha gracia que
la confundas con un hombre.
Madre mía que ojos. Me
hipnotizaron al verle. Ese verde agua me había dejado rota, y tanto sus
características morenas como pelo, piel y barba me dejaron anonadada. Se parecía
mucho al chico que me había atendido en la puerta.
-
Pero pensé que el masaje me lo daría ella, que
ella se lo da a mi amiga y es la que me ha recomendado que venga.
-
Mi madre se puso enferma hace tres días y no va
a venir por aquí hasta dentro de uno cuantos. – Me recorrió con los dedos la
espalda desde la parte baja de la cintura hasta el cuello. - ¿No te valgo yo?
-
Sí… claro. – Carraspeé nerviosa.
-
Pues relájate. – Vi que se alejaba de la
camilla y lo escuché andar por la habitación. - ¿Cómo te llamas?
-
Rebeca.
-
Rebeca, yo soy Sergio, encantado, cuéntame que
te ha hecho venir. – Su tono de voz era tranquilo, pausado, como susurrando
cada letra, y me daba una paz oírle…
-
Pues trabajo como cuidadora de ancianos – Sentí
algo templado caer en mi espalda. – Y pesan, joder si pesan, y es que tengo una
presión en la espalda que me llega hasta las cervi…
No pude continuar cuando sentí
sus manos presionar a ambos lados de mi cuello. Un escalofrío me recorrió y una
oleada de placer me azotaba. Pero un placer de liberación, de descanso, de
calma, de libertad de auténtica tranquilidad.
-
Aquí… ¿verdad? – Dijo casi en un susurro.
-
Sí… joder
-
Estás muy tensa.
-
Y tanto. – Bajaba sus manos poco a poco por mi
espalda, recorriendo los laterales, centrándose en mi cintura, para con los
pulgares presionados volver a ascender hasta el cuello y hacer círculos con
ellos presionando los puntos que sabía que requerían atención.
-
Dado el trabajo que tienes – Explicó mientras seguía
recorriéndome con sus manos y apartándose sólo para echar otros líquidos que
supuse eran aceites, porque olían de maravilla – Deberías mirarte los bonos de
descuento para venir a darte esto un par de veces a la semana. Tienes una
cantidad de nudos y presión acumulada que pocas veces he visto. ¿Cuánto llevas
sin hacerte un masaje?
-
¿Y si te dijera que nunca? – Estaba perdida en
sus manos y arrastraba las palabras con pesadez y desazón, de hecho, creo que
se me escapó algún que otro gemido que no pasó desapercibido por él. Lo supe
con su siguiente respuesta.
-
Pues ya ves que esto te está satisfaciendo mucho.
– Noté un cosquilleo en la parte baja de mi estómago al sentir su ronroneo en
mi oído. Se había agachado un poco para estar a mi altura.
-
Bueno no sé… ay dios, ahí, sí… - si tuviera los
ojos abiertos estarían en blanco, porque estaba sometida por completo en sus
manos y me estremecía con cada caricia.
-
Ahí, aquí… en todas partes necesitabas un buen…
- Hizo una pausa para acercarse un poco más a mi oído otra vez – repaso.
Y tragué saliva. Me puse
nerviosa al ver la reacción que me había provocado sus palabras. Claramente
estaba utilizando un juego de dobles sentidos conmigo y yo no sabía a qué se
debían tantas confianzas.
Veía mi melena oscura colgando
y sólo podía observar en esa posición aparte del pelo su calzado. Que a veces
se cambiada de postura para propinarme distintos masajes. O pasearse delante de
mí para ir hacía la mesa de aceites.
Yo… llevaba meses sin estar
con un tío, y entre las manos tan buenas que tenía, que el chico estaba de buen
ver y que yo estaba necesitada, estaba empezando a ponerme un poco nerviosa. Pero
hice caso omiso a esa parte de mí que siempre me mete en problemas con nombres
y apellidos.
-
Se te ve muy joven para hacerte cargo de tantos
cuerpos macerados por la edad. – Dejó caer que quería saber mi edad.
-
Bueno no te creas… tengo 30 años.
-
Vaya, aparentas menos.
-
Anda, gracias. – Sonreí, porque, aunque fuera
mentira que me quitaran años, ya era un plus cuando el tres estaba en tu vida.
-
Y tu pareces muy joven para la habilidad que
desprendes con las manos.
-
Llevo trabajando con mi madre desde que hice el
curso, y actualmente tengo 35 así que echa cuentas.
A
estas alturas no sé el tiempo que llevábamos, lo que sé es que me había evadido
tanto que había perdido hasta la sensación de estar ahogándome con mis propias
tetas. Me removí un poco incómoda, intentando incorporarme sin querer dejar muy
a la vista el pecho, porque aunque me había dejado una toalla para cubrirme,
con lo patosa que soy al levantarme temía lo peor.
-
¿Todo bien? – Paró mientras yo me removía.
-
Sí. – Respondí muerta de vergüenza – Es sólo
que … bueno, me hago un poco de daño por la postura en el pecho.
-
Ah, claro. – Carraspeó. – si quieres me voy un
momento y te incorporas y en unos minutos vengo y seguimos.
-
No, no. Sigue. – Y volví a aplastarme contra la
camilla. – Es sólo que no entiendo porque no hacen estas camillas con dos
agujeros también para las mujeres. Parece que sólo piensan en los cuerpos
lisos.
Le
escuché aguantarse una carcajada, pero siguió con su trabajo sin más.
Durante
unos minutos largos estuvimos en silencio, estaba tan a gusto, tan relajada y
tan tranquila, que no fui consciente de que me quedé dormida.
Y en
apenas esos minutos que dormí, confundí brevemente la realidad con el escenario
de Morfeo. Sergio seguía masajeándome, descendiendo cada vez más por mi
espalda, hasta llegar a mi cintura y bajar un poco la toalla que me cubría la
parte de abajo. Sentí el líquido templado del aceite caer en mis nalgas y como
sus manos me abarcaban mi culo enorme para esturrear y masajear esa zona. Me
restregué levemente contra la toalla anudada delante, justo debajo de mi
vientre. Gimoteé.
Volvió
a subir sus manos hasta mi cuello, agarró mis hombros y me indicó que me
levantara para ponerme boca arriba, dejando mis tetas libres para que él las
viera y las empezara a sobar dándome suaves y cálidas caricias que se
deslizaban como si fuese seda por los aceites esenciales.
Abrí
las piernas. La toalla cedió y se metió entre ellas dejando ver parte de mis
muslos, y entonces una de sus manos fue hasta uno de ellos, resbalando por él
hasta perderse en el centro, por debajo de la tela y acariciarme con la mano
cálida mi humedad que empezaba a mojarse.
Mis pezones
duros tiraban de mis tetas, me pesaban, y eran atendidos por sus dedos, hasta
que poco después posó su boca y mientras con su mano perdida en mi coño, me
devoraba.
-
Rebeca. – Escuché. – Hemos terminado.
-
¿Hum? –Pregunté aún desubicada.
-
Te has quedado dormida. – vi cómo se retiraba
hasta la mesa para lavarse las manos en el fregadero que había en la esquina.
¿te sientes más ligera?
-
Eh… - Dios había tenido un sueño erótico con
él. – Sí, joder estoy mucho mejor, gracias.
-
Pues pasa por recepción que mi hermano te
cobra. – Salió por la puerta con prisa. – Dile que te haga un bono, tendrías
que tratarte esos nudos un par de veces como te dicho.
Y cerró. No sé qué pude decir
dormida para que se fuera tan borde y serio de repente cuando nada más entrar
era bastante simpático.
Sergio
Me había llamado la atención
su voz, su manera de ponerse nerviosa, de extrañarse de ser yo quien le iba a
dar el masaje casi como si estuviera avergonzada. Pocas clientas venían así,
con esa timidez pidiendo a mi madre.
Me fijé claramente en el
tatuaje que lucía su hombro, un pequeño llamador de ángeles con sus alas, como
el de Lucía, mi ex, algo que no había visto mucho en un tatuaje. Así me sonaba
ella con esa voz dulce y pausada llena de timidez, como un ángel caído del
cielo que se abría paso por el mundo bajo mi mano.
Pude verle la cara cuando se
incorporó para mirarme y preguntarme sobre quien era Lola. Me fijé en su nariz
respingona y los hoyuelos que se le formaron en las comisuras cuando sonrió,
tímida, al gastarle aquella broma absurda. Sus ojos oscuros se clavaron en los
míos, casi viendo a través de mí.
Me llamó la atención ella, en
general, y la suavidad de su piel que daba gusto recorrer. Además, olía como el
mismísimo cielo, joder… que gilipollas me he puesto con ella. Pero he que
cuando he empezado a tocarla y ha comenzado a gemir, notaba mi polla dar
sacudidas bajo mis pantalones. He intentado no salirme del tiesto, no ir por
dobles sentidos, pero es que me estaba costando un mundo intentando averiguar
sus respuestas.
No se ha puesto a la defensiva,
no se ha puesto tensa, sólo un poco de nervios al responder con soltura.
Debo decir que cuando creí que
se levantaría para intentar liberar sus pechos de la prisión de carne y
camilla, casi me da un puto infarto. Deseaba que lo hiciera, deseaba ver esos
pechos que sobresalían por los lados de su torso, dando a entender la magnitud
de estos.
El problema ha venido cuando
se ha quedado dormida, y ha empezado a restregarse inconscientemente en la
camilla, gimiendo, pidiendo más, apretando y abriendo sus manos y agitando su
cintura como podía. Casi no quería despertarla, pero ella sí que me ha
despertado la polla a mi porque cuando la he dicho que habíamos terminado, he
tenido que darme la vuelta e irme a toda puta leche para que no se diera cuenta
del bulto que había en mis pantalones.
Un par de veces a la semana.
Le dije. Pero es que de verdad espero verla más, y seré yo quien la toque.
Necesito esa piel en mis manos, porque si yo le calmo a ella, ella me enciende
a mí.
-
Roberto – Me fui hasta mi hermano. – Cuando una
tal Rebeca te pida cita, ponla en mi agenda, siempre.
-
¿Ya te has encaprichado de alguna cliente? - Preguntó
con sordina.
-
No empieces.
Y me fui hasta el baño donde
necesité echarme agua en la cara porque me empezaba a arder todo.
Rebeca
No sé qué habría dicho dormida
dado mi facilidad para hablar en sueños cuando divagaba entre dos mundos, pero
creo que algo molestó a Sergio. Se fue muy de repente o quizás es que tenía una
cita que atender después de mí.
Cuando me vestí por completo
fui hasta el recepcionista y me esperé a que colgara el teléfono. Me sonrió, me
dijo la tarifa que debía y pagué, haciendo caso a la voz del masajista que me había
dicho que viniera dos veces por semana.
-
Me han hablado de un bono – quise saber -
¿Podrías adaptar uno a mis horarios de trabajo?
-
Te parece si te pongo… - Miró en la agenda de
Sergio, lo que pude corroborar al ver en el monitor del ordenador de reojo. – ¿sábado
y miércoles?
-
El miércoles por la tarde podría ser… ¿a partir
de las 18?
-
Perfecto. – Me sacó un papel. – Aquí tienes los
bonos disponibles, mensuales, trimestrales y de seis meses.
-
Hare uno mensual de momento.
-
Muy bien, te pongo estas citas para un mes.
Cuando salí de allí llamé a
Susana, la verdad es que el masaje me había dejado como nueva, y sentía una liberación
como cuando te quitas la mochila que pesa toneladas de los hombros y te dejas
caer en el sofá presa de la liberación.
Por suerte el miércoles llegó
pronto, cuando pasó el apocalíptico lunes, y después de terminar la jornada del
trabajo me fui a casa, me di una ducha, y a toda prisa me fui para el salón de
masajes.
Nuevamente el chico de
recepción me llevó hasta una habitación, otra distinta, y supuse que esta vez
el masaje me lo daría alguien diferente.
Pero no. Fue Sergio el que
entró. Reconocí su aroma cuando abrió la puerta y el airecillo trajo hasta mí
motas de su perfume.
-
¿Qué tal el trabajo, Rebeca? ¿Menos tensión?
-
Sí la verdad, mucho mejor. – Sentí nuevamente
el cálido líquido que caía sobre mi piel. – Pero tampoco me quiero acostumbrar
a esto de los masajes, no quiero ser una yonki.
-
No mujer, esto es salud para tu cuerpo y para
ti misma. – Apretó mi cuello y me tensé, aflojándonos ambos, el su agarre y yo
mi cuerpo- ¿Te duelen las cervicales estos días?
-
No. – Gemí mientras acomodaba mis brazos en los
laterales de la camilla. – dios que manos… te las cortaría y me las llevaría a
mi casa para tener placer constantemente.
Vale. Se me fue la lengua.
Tengo incontinencia verbal y cuando me pongo nerviosa, tensa, o demasiado
relajada, empiezo a soltar, sin filtro, lo que se me pasa por la cabeza. Un
problema genético que heredé de mis padres.
Su silencio me puso tensa. Me
sorprendió, incluso pensé que había metido la pata hasta el fondo y que era una
gran gilipollas que debía morderse la lengua.
Pero al fin habló.
-
Bueno, yo puedo darte placer siempre que
quieras y puedo conservar mis manos. – Dijo serio, en un tono ronroneante y que,
además, acompañó de un carraspeo. – ¿Has visto la variedad de masajes que hay?
-
No. ¿me recomiendas alguno?
-
El shiatsu, o pinda.
-
Me suenan a chino, lo siento.
-
A ver el shiatsu – Siguió recorriendo,
presionando mi espalda en el proceso – consiste en hacer como una especie de acupuntura,
pero con los dedos, ejerciendo presión por todo el cuerpo.
-
Ajá…- asentí, perdiéndome en sus manos
nuevamente. Dios como me elevaba al cielo.
-
El pinda se hace a partir del pulso del ombligo
y ayuda muchísimo a los músculos y eso te vendría de perlas a ti.
-
¿Y me lo puedes dar alguno? – Cada vez estaba
más sumida en el mar del descanso y no era ni dueña de lo que decía.
-
La próxima cita, así preparo con tiempo lo que
necesito. Si te parece, podríamos empezar con el shiatsu.
-
Bien… - Arrastré las letras mientras me dejaba
ir nuevamente en el contacto cálido de sus manos.
No sé en qué momento pasó,
pero sentí claramente que su mano subía por mi muslo, por debajo de la toalla
que me cubría, y que se posó en mi nalga derecha, apretando y masajeándome,
mientras yo abría los ojos de par en par y me ponía rígida. Cabe decir que yo
llevaba bragas, por supuesto. Pero que no tuvo reparos en correr un poco la
tela.
No, no era un sueño. El
silencio reinaba y yo estaba atenta, sintiendo mi pulso acelerarse y supuse,
que igual era un nuevo masaje dado que habíamos hablado de las variantes que
había. Así que le dejé continuar.
Con su mano en la parte baja
de la cintura y la otra bajo la tela, iba haciendo contacto apretando,
extendiendo y volviendo apretujar para presionar y llegar a chocar sus dedos
con los otros.
Me pareció escuchar un suspiro
por parte de él que no sé si fue cosa mía.
Con ambas manos sobre mi culo,
terminó subiendo la toalla hasta mi cintura lo que pudo, y me dejó al
descubierto mientras yo flipaba en colores y era incapaz de reaccionar.
Levanté la cara de la camilla
y le miré.
-
¿Qué… qué haces?
-
Estas muy tensa, Rebeca, este masaje correrá de
mi cuenta.
Me volví acomodar con mi cara
donde estaba y, aún desubicada, me intenté relajar.
Seamos sinceras… te viene un
tío de 1’90 moreno, con barba, semi despeinado, ojos verdes y con un cuerpo
para hacer ejercicio con él las 24 horas, y mucha queja no ibas a poner, ¿a qué
no?, pues eso me pasó a mí, que me dejé hacer. Total… corría de su cuenta.
La cosa se empezó a poner
interesante cuando sus manos, tímidamente, se colaron por el interior de mis
piernas y masajeaban mis muslos, por la parte adentrada.
Ahí yo pensé, “no será capaz”
pero coño, sí que lo fue. Me acarició con los dedos lentamente mi coño,
esperando claramente ver mi reacción. Lo primero que hice fue dar un
sobresalto. Pero me volví a quedar quieta, aguantando el aire, nerviosa, tensa,
rígida y excitada.
Siguió con su proceso de
relajarme, rozando un dedo por mí, arriba y abajo, mientras yo abría sutilmente
las piernas para darle más acceso.
Era consciente de que, en esa
situación, y con lo cachonda que me estaba poniendo ya el momento, mis bragas
iban a comenzar a mojarse en breves y que una vez aquello empezara, no habría
parte de mi coherente que supiera frenar lo que pudiera venir.
“Vamos a ver, Rebeca… no
pienses con el higo que luego te lían. Inconsciente”. Pero nada, la parte sin
cerebro de rebeca dio un tortazo a la lógica y la echó de la habitación, y me
dijo “abre más las piernas que este morenazo tiene trabajo que hacer, nena”.
Hice caso. Obviamente.
A estas alturas de la película
yo notaba mis pezones que iban a crear un nuevo par de agujeros en la camilla
que harían compañía al de la cara. Porque los tenía tan duros que me estaban
perforando hasta adentro por el propio aplastamiento de mi cuerpo.
Levanté, así, como quién no
quiere la cosa, un poco el culo y le di un mayor acceso a ver que continuaba
haciendo. Se olvidó de mi espalda. Irresponsable.
Pero le perdone cuando sus
dedos empezaron a frotar sutilmente mi coño, llegando hasta mi clítoris en esa
posición, por encima de las braguitas blancas que dejaban ver claramente la
humedad que empezaba a brotar de mi cuerpo.
Gemí, e hice caso a mi cuerpo
y comencé a mover las caderas para adaptarme a sus dedos. Presionó en la parte
baja de mi cintura con una mano mientras con la otra me tocaba.
Yo me mordía el labio,
apretaba los ojos y me agarraba a la camilla como podía. Hasta que en un par de
minutos sentí como una descarga de placer me azotaba y me presionaba en el
vientre para liberarse de mi cuerpo, corriéndome en mis bragas, mojándolas a
ellas y a sus dedos. Aun con mi coño palpitando pegado a su mano, siguió
haciendo un masaje desde este hasta subir a mi cintura y recorrer nuevamente mi
espalda, hasta llegar a mi cuello.
Se apartó unos segundos para
pulsar el botón de la camilla y subirla un poco más, hasta la altura de su
cintura. Lo sé porque se puso delante de mí y pude comprobar a escasos centímetros
de mi cara, como su erección abultaba los pantalones. Pero no dijo nada, ni él
ni yo. Y siguió con mi cuello mientras yo sentía el calor penetrarme la cara.
Cuando acabó, bajó la camilla,
se fue al fregadero a lavarse las manos y de espaldas a mí me dijo.
-
Bueno, el sábado puedo hacerte el shiatsu si
quieres. Así te informas por internet de como es.
-
Bien.
-
Dile a Roberto que te cobre solo la hora
establecida en el bono, que el tiempo extra corre de mi cuenta.
-
Gracias. - Espera, me he corrido en sus dedos ¿y
le doy las gracias? ¿estamos locos?
-
Un placer Rebeca, hasta el sábado.
Salió y me quedé en shock por
lo que acababa de pasar. Espera… ¿Qué acababa de pasar? Pues que un tío
buenorro y con unas manos angelicales te acaba de dar un orgasmo, idiota.
A veces la voz de mi cabeza
era sumamente fría. Y sin embargo yo, me encontraba la mar de caliente y no me
bastaba con eso… iba a terminar comprando un bono a plazo fijo y sin intereses
de seis meses si es que cada masaje iba a llevar un final feliz.
Me vestí y salí, llegué hasta Roberto
y cuando terminamos me despedí con un, “hasta el sábado”.
Fin de la parte 1.
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