Desde el miércoles al sábado tuve
problemas para centrarme. Porque cada vez que cerraba los ojos o no tenía la cabeza
lo suficientemente ocupada, terminaba pensando en él, en Sergio, y en sus manos
sobándome y recorriéndome el cuerpo, embadurnado de aceites aromáticos,
relajantes, solos, en la misma habitación cargada de buenas vibraciones que nos
hacía flotar con el incienso.
Susana me había preguntado
varias veces cómo me había ido, y siempre le soltaba un escueto “bien”, sin
entrar en mucho detalle. Por otro lado, porque ni yo misma sabía cómo enfocarlo.
Intenté buscar por internet el masaje y tras no recordar el nombre, google
terminó por completarme la búsqueda y llevarme a distintos sitios. Me quedé
igual, sólo que con un ligero nerviosismo de pensar que sus manos volvieran a
recorrer todo mi cuerpo.
El sábado llegó relativamente
rápido y casi sin darme cuenta allí me encontraba, esperando en la sala de
espera a que Roberto me acompañase a alguna habitación. Era muy similar a su
hermano, pero sin esos ojos verdes que deslumbraban y hacían contraste con el
moreno de su piel y su pelo. Para poneros más en situación, ¿recordáis a Faruq
del Príncipe?, pues digamos que Sergio era su puta viva imagen. ¿Así como iba a
estar tan tranquilamente yo? Semejante maromo ponía nerviosa a cualquier hembra
que estuviera cerca de él y fuera heterosexual.
Al fin me llevó hasta la misma
habitación de la primera vez y me dejó ahí. Vi encima de las mesitas que había
en el cuarto varios botecitos de distintos colores, hierbas, pequeñas bolitas
que no supe identificar, y mientras me quitaba la ropa y me ponía la toalla me
preguntaba para que sería todo eso. Supuse, finalmente, que sería para el
masaje Shistu, shiatsu, shuzisu… ¿Cómo se llamaba? que me había dicho con anterioridad.
Me puse en posición y en pocos
minutos escuché unos pasos tras los que se abrió la puerta, cerró y habló
- -
Buenas, Rebeca. ¿Qué tal andas hoy?
- -
Cansada, pero seguro que con tus manos eso se
solventa. – Pensé en el énfasis que se podía leer en mi respuesta y apreté los
ojos en un acto reflejo.
- -
Algo podremos hacer. – Pude percibir una
sonrisa aún sin verle. –tengo aquí preparado varios tipos de aceites para el
masaje del que hablamos la última vez.
- -
Hmm. – Logré decir, porque me quedé perdida en
mis pensamientos imaginando sus manos por mi cuerpo.
Y no lo tardé mucho en experimentar.
Pocos minutos después sentí como me abría la toalla de la cintura y me dejaba
desnuda bocabajo en la camilla, a su merced.
El tacto del líquido templado
que caía en mi piel me hizo sentir un escalofrío, que se acrecentó cuando sus
manos se pusieron en mi espalda y comenzó a recorrerme la piel despacio,
lentamente, con suma dulzura, cuidado y atención.
Subía, bajaba, jugueteaba con
sus pulgares ejerciendo presión n determinados puntos, esturreando el aceite
hasta bajar a mi cintura y volver a subir siguiendo el mismo camino, hasta mi
cuello.
Me apretó con sus dedos, moviéndolos
mientras yo gimoteaba y sentía mi cuerpo librarse de la presión y la tensión
que me aprisionaban.
Dejó una sola mano ahí para
bajar la otra hasta mi culo, envolviendo mis nalgas con su mano, clavando sus
dedos, y acoger el cachete con la mano abierta, costándole pillarlo entero por
la magnitud de mi carne.
Poco a poco empecé a sentir
como sus manos iban descendiendo hasta mis muslos, siguiendo el camino despacio,
interior y exteriormente, hasta mis rodillas, mis piernas y finalmente mis
pies, donde al principio me costó mantenerme quieta debido a las cosquillas que
sentía.
Supliqué que ahí no tocara,
pero el insistió.
-
Relájate, pon la mente en blanco, siente las
caricias, no pienses en el aleteo de las cosquillas, una vez lo controles
podrás disfrutar. - Seguía focalizando
puntos de presión que me proporcionaban varias sensaciones por el cuerpo. – Déjate
llevar.
- -
Pero es que…
- -
Shhh – Y sentí como una de sus manos me impactaba
suavemente en una nalga.
- -
¿Pero qué…? – Logré decir.
- -
Relájate – insistió.
Un pellizco de excitación se
formó en mi estómago, un remolino de mariposas surgía en mi interior y aleteaba
por mi cuerpo buscando la salida, que se encontraba entre mis piernas. Me mordí
el labio intentando callar el liviano gemido que de mi amenazaba con salir.
- -
Date la vuelta.
Tardé en procesar aquello un
poco más de lo necesario, porque recordemos, estaba desnuda. Y yo nunca había
ido a un sitio de estos, pero dudaba, mucho, que esto fuera lo normal.
Me di la vuelta agarrando la
toalla para no dejar mis pechos al descubierto ni mi entrepierna, y me coloqué
como pude bocarriba.
El empezó a masajear mis
hombros, poniéndose pegado a mi cabeza, comenzando el masaje desde arriba.
Podía sentir su calor por lo extremadamente cerca que estaba, y siguió, pasando
sus manos por mi clavícula, hasta colar ambas manos por debajo de la toalla
blanca que me tapaba.
Esto ya no era profesional.
Sentía sus manos en mis pechos, acogerlos, sobarlos, estrujarlos y clavar sus
dedos en ellos. Cuando miré hacía su cintura comprobé que tenía una latente
erección bajo la ropa. Ay madre…
Se apartó cuando nuestras
miradas se cruzaron y se fue a la mesa por otro aceite, olía a lavanda
claramente, y apartando la toalla sin ningún tipo de pregunta, vertió varias
gotas en mis pechos, bajo mi atenta mirada que iba desde sus manos a su cara,
donde se formaba una pequeña sonrisa que me dedicaba, a sabiendas de que le
observaba.
Tragué saliva nerviosa,
excitada, sin saber cómo reaccionar, y veía como sus manos iban bajando por mi
vientre mientras llevaba su cuerpo al lateral de la camilla para acceder a mi
cintura.
Apartó el resto de toalla que
había y me quedé en bragas delante de él. Mis pequeñas braguitas rosas se
humedecían a su paso, a su atención, a su mirada, a sus caricias y cuando quise
darme cuenta estaba masajeando mis muslos, por debajo, por encima, en círculos con
sus dedos, apretando, con la mano abierta, estirando y recogiendo mi carne.
Cuanto más parecía que se
acercaba, mas volvía alejarse, y ese tira y afloja era el que me estaba
excitando de ver como el caramelo se alejaba tan pronto como lo ponía en mis
labios.
Bajó por la parte delantera de
mis muslos hasta mis rodillas, recorrió con sus manos mis piernas, echando
varias tomas de aceite esencial para mantener la humedad y la hidratación de la
piel y el masaje, y llegó hasta mis pies.
Esta vez se puso delante de
ellos, agarró mis tobillos cuando creí que iba a masajearlos, y tiró para sí,
arrastrando mi cuerpo por la camilla. Le miré sin saber que decir, y esperé su
siguiente paso.
Él me observaba, como un gato agazapado
observa a su presa antes de cazarla, pasándose la lengua por los labios
comprobando mi reacción, hasta que comprendió con mi actuación que no podía
negarme a él. Estaba estática, esperando con ansias sus caricias por otras…
zonas.
Así que abrió mis piernas lo
que pudo y pasó sus manos aceitosas por mis muslos, subiendo desde ellos hasta
las ingles, donde pasó sus pulgares, acercándolos a mi sexo y clavándolos en
él. Siguió con suaves toques con su dedo por encima de las bragas, mientras yo
le observaba e inconscientemente levantaba mis caderas de la camilla para
pegarme más a él.
Me movía sutilmente bajo su
mano, incentivando el frote de ambos en esa zona que tanto me gustaba y sin
poder controlar mis impulsos, llevé mis manos a mis pechos y los agarré.
El calor que yo desprendía y
la suavidad de los aceites en mi piel, hacía más fácil que se resbalasen entre
mis manos, costando que incluso pudiera acogerlos por completo.
Mis pezones endurecidos se me
clavaban, y tiraban de mi piel provocando la sensación de un tirón por el peso
de estos.
Cerré los ojos, eché la cabeza
cuanto pude hacia atrás en esa posición y me dejé llevar por el placer en sus
manos. Segundos, minutos… perdí la noción del tiempo cuando sentí que mi
orgasmo se aproximaba y él se retiraba. Joder.
Pero lejos de todo pronóstico
se arrodilló a los pies de la camilla, acercó su boca hasta mis muslos y
recorrió la parte interna con sus labios mientras con sus manos recorría mis
pantorrillas, hasta subir las manos la parte alta de mis piernas, agarrarlas y
abrirlas.
Acercó la cara a mi sexo y
aspiró mi olor mezclado con la lavanda, restregó su nariz por mi coño, lo que
me hizo sentir un escalofrío, y puso su boca contra mi sexo mientras agitaba la
cara pegada a él.
Abrió su boca, lo acogió con sus
labios por encima de la tela y me clavó los dientes suavemente. Comenzó a
comerme despacio por encima de la ropa interior mientras yo me revolvía y
llevaba una de mis manos a su cabeza para pegarle contra mí. Sé de sobras que
la humedad empapaba mis bragas y que él estaba disfrutando de ese momento de
placer tortuoso. Segundos después, sus manos viajaban a la cinturilla de la
tela para agarrarla, tirar suavemente y dejarme completamente expuesta bajo su
atenta mirada a escasos centímetros de él.
Con las bragas pendiendo de
uno de mis tobillos, volvió a subir sus manos hasta mis ingles, recorriendo mi
piel con suma delicadeza, acercándose cada vez más hasta que esta vez su boca
entró en contacto directo con mi coño.
Me recorrió de abajo arriba
con la lengua, llevándose con ella toda mi humedad, con sus dedos abrió mis
labios, después de chuperretear, mordisquear, lamer y succionar, y con ayuda de
su mano se dio acceso a la parte interna de mi coño.
Posó la punta de su lengua en
mi entrada y aleteó en ella, dándome pequeños espasmos de un placer que se
avecinaba potente. Subió con ella hasta la parte intermedia y lamió, arrastrándola
un poco más arriba hasta mi clítoris, que lamió despacio, succionando, mientras
clavaba sus ojos en los míos y me veía una frustración de placer tremenda en mi
cara.
Arrastró un dedo por la rajita
de mi sexo, mojándolo por completo y lo introdujo despacio en mi interior,
abriéndome, haciendo pequeños círculos con él dentro de mí, volviendo a posar
su boca en mi coño para acompañar en esa tortura que me estaba deshaciendo.
Desde arriba yo le miraba, observaba
su cabeza moviéndose lentamente entre mis piernas y como cerraba los ojos deleitándose
con mi coño empapado, de su saliva y mis jugos.
Su cara expresaba un inmenso
placer, casi tan grande como el que me estaba haciendo experimentar a mí.
Un segundo dedo le acompañó al
primero, metió ambos, entrando y saliendo despacio mientras su lengua
jugueteaba con el centro de mi deseo. No iba a poder aguantar esto más, y pocos
segundos después una sensación tan conocida como deseada me recorría la
columna, llegaba hasta mi cintura y el hachazo de placer me partía en dos
haciendo que me corriera en su boca, mientras gemía con mi mano pegada a mis
labios para que no se escuchara.
Relamió cada gota que salía de
mí y se apartó. Su barbilla empapada y su barba reluciente me hizo cosquillas
en mi estómago. Se puso de pie y paseó por mi lado, completamente empalmado presa
de sus pantalones.
Se puso en el cabecero de la
camilla, teniendo su paquete casi pegado a mi cabeza, y comenzó a masajearme
los pechos nuevamente, recorriendo con sus manos mis tetas, juntándolas, y subiéndolas
hasta mi boca para que sacase la lengua y la colara entre ellas. Gruñó al
verme.
Sergio
Sentí la necesidad de darle
placer. No lo entiendo aún, pero me perdía esa inocencia que desprendía, esa
voz gimoteante, esa mirada angelical que me observaba con ojitos dulces
desubicados.
Me salté todas las normas y
protocolos, claro está. Yo no iba por ahí manoseando a mis clientes y mucho menos
comiéndoles el coño y follándole con mis dedos. A estas alturas había sabido
controlar mis impulsos y el trabajo era solo eso, trabajo. Pero con Rebeca no
era así. Con ella algo primitivo se me despertaba y con ello la polla me
palpitaba.
Estaba duro desde hacía un
rato. Joder, me había pajeado varias veces desde que la conocí pensando en su
cuerpo y su culo, imaginando como serían sus tetas y su coño, y contra todo pronóstico
lo que descubrí fue mejor que mis propios pensamientos.
“Seguro que con tus manos eso
se solventa” ay, reina, si tú supieras lo que yo quería hacerte con mis manos…
No pude aguantar las ganas de quitar la toalla y terminé arrebatándosela, con
un miedo interior por si ella se sentía ofendida y me ponía una demanda por
acoso sexual que echaba a perder mi carrera como masajista.
Sin embargo, me dejé llevar
por los impulsos y los halos de confianza que ella me daba, y así terminé,
cediendo a mi instinto de cogerla por los tobillos hasta ponerla a mi merced y
comerle el coño con ganas hasta que se había corrido en mi boca con mis dedos
dentro de ella, sintiendo como me los apretaba con sus espasmos por el orgasmo.
Cuando acabé, las ganas de
meterle la polla en la boca me estaban echando un pulso, que tarde o temprano
iba a perder yo. Me paseé por su lado con mi polla a punto de reventarme los
pantalones y me coloqué pegado a su cabeza. Quería que ella lo viera, lo
deseara y fuera consciente de cómo estaba por su culpa.
Puse mis manos en sus tetas,
las mismas que ella antes había sobado mientras agarraba mi cabeza con una
mano, y las volví a manosear a mi antojo, acercándolas a su barbilla, mientras
ella me miraba ruborizada y sacaba la lengua para ponerla entre ellas.
Dios, que ganas de meterle la
polla en medio y correrme sobre ella entera. Mi sorpresa fue mayúscula cuando
vi sus manitas ir hasta mi paquete, acariciar por encima de la ropa y apretármela
con suavidad, como comprobando la dureza de mi rabo.
Rebeca
Se apartó y dejó mis pechos
libres de sus manos para agarrarse el paquete como si quisiera colocárselo de
alguna manera menos hiriente.
Puse los talones en la camilla
y me impulsé hacia arriba más para estar más cerca de él, me levanté un poco y
pasé mi boca por la tela, sacando la lengua para que viera como le rozaba con
ella aunque fuera por el pantalón.
Con sus brazos estirados a
ambos lados de su cuerpo observó como le desabrochaba el cinturón con habilidad
y abría el botón, bajaba la cremallera para dejar libre sus calzoncillos
abultados.
Pasé mi mano, apretujé y
comprobé la dureza de su miembro que se estremecía a mi tacto.
Posé mi boca desde abajo en
sus huevos y tiré de los calzoncillos para dejar libre su erección en mi cara.
Cuando lo hice él acarició mi pelo y acarició mi mejilla, sin perder de vista
como yo abría la boca y dejaba entrar la punta de su polla entre mis labios, teniendo
yo la lengua pegada al labio inferior, inclinando mi cabeza hasta darle acceso
para que pudiera colarse en mi garganta.
Fue entrando poco a poco,
sintiendo el camino que recorría la dura carne dentro de mi boca hasta tocar el
fondo de mí, mi campanilla, colándose en mi garganta completamente y notándose en
mi cuello la dureza de su erección.
Completamente estirada y
abierta de piernas, el comenzó a bombear dentro de mi boca follándome la
garganta, mientras sus manos viajaban a mis pechos y pellizcaban mis pezones
endurecidos, tremendamente sensibles, casi doloridos por la excitación.
Y siguió, continuó,
embistiéndome salvajemente la boca hasta que salió, sacó del bolsillo trasero
de su pantalón un condón y mirándole extrañada me susurró “llevo pensando en
follarte desde el primer día que te vi, joder”. Me estremecí, ardiendo por
dentro de imaginarle en mi interior, excitado por mí.
Me indicó que levantara las
piernas, se subió a la camilla de rodillas conmigo y con el miedo de que nos pudiéramos
caer, se acomodó pegado a mí. Se puso el condón y restregó su polla por mi
coño, dándome golpecitos con ella, mojándola con el látex puesto, abrió un poco
mis piernas y llevó la cabeza de su miembro a mi entrada, se posicionó y entró
despacio apretando los dientes. “Joder, que cerrada estás…” susurró y arrastró
cada palabra como si aquello le provocara más placer.
Una vez adaptados a nuestros
cuerpos, colocó mis piernas en sus hombros y me empezó a embestir despacio,
mientras agarraba mi barbilla y me metía dos dedos en la boca pidiéndome que le
chupara.
Mis tetas se movían con cada
embestida, la camilla amenazaba con ceder ante nuestro peso, pero a él no le
importaba esto último, estaba centrado en follarme hasta el fondo sin parar
mientras disfrutaba de mis tetas moverse y mi cara sonrojada.
Quise quitar varias veces la
mirada de la suya, pero me agarraba la cara para obligarme a volverla hacia él,
“mi… ra… mé” gimoteaba entrando y saliendo de mi mientras mi coño le apretaba,
sintiendo su carne moverse brusca y cálida.
Intenté aguantar los gemidos,
principalmente chupándole los dedos pero al final opté por ponerme la mano en
la boca a lo que él respondió sujetando mis manos y acercándose más a mi hasta
que yo estaba completamente cedida por su peso.
“Quiero escucharte gemir en mi
boca y ver tu cara cuando te corras con mi polla dentro de ti, llenándote entera”.
Puse los ojos en blanco sin
poderlo evitar ante el placer que me proporcionaba su follada y sus palabras.
Cogió una de mis manos y la
puso entre mis piernas, en mi coño “date más placer para mí”, y así, mientras
él entraba y salía de mi interior, yo me masturbaba dándome placer con mi mano,
acariciando mi clítoris en círculos, acelerando cada vez más hasta que la
respiración se me aceleró, me contraje, y le apreté con mi coño corriéndome con
él en mi interior. Pude ver luces centelleantes ante el orgasmo y como me
costaba recuperar el aliento mientras él seguía bombeando dentro de mi cuerpo
buscando ahora su propio placer.
Agarró mis tetas y arremetió
con más fuerza entre mis piernas hasta que vi la expresión de su cara abandonar
el control y ceder a la lujuria del placer. Con una mano en mis pechos y la
otra sujetando mis piernas se tensó, arremetió en profundidad y desanimó los
movimientos de su cuerpo dentro del mío.
Gruñía pegado a mi boca,
mordiéndome el labio inferior, mientras yo sentía, incluso a través del plástico,
como se corría y su semen me caldeaba mi interior.
Comenzó a besarme despacio,
algo que no había hecho en todo momento, mientras salía de mi interior agarrándose
el condón con una mano para que este no se saliera. Con cuidado abrí mis
piernas y le abracé la cintura mientras seguimos besándonos durante unos
minutos lentamente, normalizando nuestras respiraciones.
Cuando se apartó no pude
evitar sonreír, gesto que me devolvió, y mientras me vestía en silencio me
soltó una invitación para cenar ese mismo día.
Fin.
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