Curiosidades felinas
Las vacaciones de
verano dan para pensar mucho, para hacer mucho, para no hacer nada en ese
mucho. De hecho, lo único que hacía era no hacer nada, salvo estar con mi gato,
hablando con mi gato y asomarme a la terraza con mi gato.
Donde podía observar
con anhelo y mucha gana como la piscina de mi vecino siempre estaba llena de
agua clara, mientras él se paseaba con su gata por el jardín y se tumbaba en la
hamaca durante horas, leyendo algún libro mientras a la sombra se relajaba.
Me había
acostumbrado en lo que llevaba de verano a esta rutina con él. No sabía ni su
nombre, siempre hablábamos a través de la distancia, si nos encontrábamos en nuestras
puertas, nos sonreíamos, pero apenas llevaba un par de meses aquí y teníamos
esa costumbre vecinal.
Vivo en una
urbanización de casas, donde pese a nuestras cortas distancias todos estamos lo
suficiente unidos para saber y ver que hace cada uno en sus zonas al aire
libre. Yo me encapriché de la casa de la piscina, quizás por mi anhelo de querer
báñame en este sofocante verano que me estaba dejando totalmente derretida, y
en el que las duchas cada vez eran más intensas. Apenas acababa de salir de la
bañera, cuando enseguida el sudor volvía a embadurnarme. Necesitaba una piscina
con urgencia.
El chico de la
piscina apenas había entablado contacto con ninguno de los vecinos de la zona,
y en el grupo vecinal tampoco solía hablar salvo cuando yo comentaba alguna
cosa sobre fallo de redes. Por lo que, se puede decir, la única persona con la
que tenía algún tipo de trato, era yo.
No fueron pocas las
veces, desde que empezó el verano, en las que me pillaba en la terrada con mi
gato y un libro en el regazo, mirando en su dirección, sorprendiéndome con una
sonrisa.
Minutos posteriores
aprovechaba para dejar su libro, quitarse las gafas de sol y zambullirse en el
agua.
Y… soy humana, estoy
soltera y las hormonas en verano sabemos que bailan claqué, por lo que mi boca
se abría de una forma sutil pero evidente cada vez que mis ojos lo observaban
meterse en el agua, nadar, salir, y mirarme con una sonrisa.
Podría tener mi
edad, unos treintaypocos, quizás alguno más, pero me quedaba embelesada y lo último
en lo que mi cabeza pensaba era en su fecha de nacimiento.
El nacimiento que sí
le miraba era aquel que ascendía de la parte baja del abdomen, ese vello oscuro
que subía y subía hasta llegar a su pecho, mojado, fuerte. Necesitaba otra ducha
después de la ducha.
Selby, no puedes
seguir mirándolo así, te va a denunciar por acoso. Me dije a mí misma.
Pero no podía dejar
de mirarle. El bañador de pantalón se le pegaba totalmente al cuerpo y se le
marcaba todo. TODO. T O D O. Y mis ojos iban y venían de su cara a su bañador
imaginado toda clase de guarrerías sin control bajo la mirada juzgadora de mi
gato, que se ponía a mi lado intrigado por mi reciente obsesión insana de poner
la cara pegada a la red.
Podía percibir como
sonreía con sordina cada vez que me pillaba con los ojos mirándolo. Su gata,
una persa blanca muy señorial, se ponía tumbada en el sol a resplandecer su
pelaje mientras su dueño iba a lo suyo.
Mi gato, sin
embargo, sentía cierto interés por el estado tan excitado de su humana. Me ronroneaba,
me restregaba la cabeza, pensando el pobre mío que me ocurría algo. Pero no,
cariño, tu humana estaba más en celo que cuando a ti te cortaron las
pelotillas.
Me acomodé la
terraza para estar el mayor tiempo posible en ella, incluso puse una manguera
con la que, a falta de piscina, me remojaba mientras tomaba el sol o me ponía
bajo la sombrilla para leer. Un día, que me asomé y él aún no estaba, decidí
quitarme la parte de arriba para tomar el sol sin marca. Me quedé medio dormida
bocarriba con un libro en la cara. Cuando abrí los ojos vi a mi vecino mirándome,
mientras se pasaba la mano por encima del bañador y sonreía con picardía. Se me
endurecieron los pezones al instante y todo el calor de golpe se acomodó en mi
cara. Me tapé con el bikini lo más rápido que pude y me metí en casa.
Volví a salir
después de comer y el estaba, como era habitual, tomando el sol con sus gafas
oscuras. Mi gato se pegó a la red y maulló a su gata, haciendo que él girase la
cabeza en mi dirección y me viese.
Sonrió. Sonreí como
una gilipollas y me dediqué a bañarme bajo la manguera, pero con el bikini
puesto, obviamente.
Volvió a meterse en
la piscina, haciendo uso de su sensualidad para ponerme como una moto y dejarme
embobada mirando. El pelo se le pegaba a la cara y se lo apartaba con demasiada
clase como para no mirarlo más detenidamente. El bañador empapado parecía ceder
y que en cualquier momento se le iba a bajar, y ahí estaba yo, salivando,
rezando varios ave marías para que se le cayese.
Estuvimos así un par
de semanas. Hasta que un día en lugar de salir durante el día me dio por salir
de noche a la terraza a leer en el kobo y disfrutar un poco de la brisa
calenturienta que corría. Mi sorpresa fue enorme cuando lo vi en el agua
haciendo un movimiento con la mano que claramente era una paja.
Me quedé estática
unos segundos, incapaz de reaccionar mientras el bloqueo me incapacitaba para
otra cosa que no fuese sentir un calor naciente en la parte baja de mi vientre,
que se empezaba a propagar por los muslos. Se percató de mi presencia al
sentirse observado y paró, sonrió y salió de la piscina para dejarme clara la
idea de que estaba notablemente empalmado y que sí, se estaba pajeando en el
agua.
Ni corto ni perezoso
se tumbó en la hamaca y, desde mi distancia, podía ver como su erección seguía
activa y él no dejaba ni de mirarme ni de sonreír. Incluso optó por pasarse la
mano varias veces por ella, agarrándola y apretándola con su mano por encima
del bañador.
Tragué saliva,
nerviosa, avergonzada, excitada. Y me di la vuelta.
Los días posteriores
seguíamos igual, sonrisas, miradas, y saludos a distancia. Pero con los días la
confianza a distancia se fue… intensificando, y ambos teníamos una ligera
facilidad para mojarnos mientras nos mirábamos y nos poníamos en posturas
provocativas.
Una mañana llamó a
mi puerta, cuando supe su nombre por primera vez. Jorge. Me comentó que con la
única persona que tenía algo de contacto era conmigo y que tenía que salir un fin
de semana entero por trabajo, que si podía hacerle el favor de vigilar a su
gata y que, a cambio del favor, podría usar la piscina. Acepté sin pensarlo.
Después de hablar
con él y saber que su gata estaba tan castrada como el mío, decidí llevarme a
mi gato a su casa y me fui allí esos dos días, a sabiendas de que él estaba al
tanto de mi pequeña ocupación. Hablábamos por whatsapp a cada rato para saber
como se encontraba Meisy, su gata, y le mandaba fotos para que estuviera lo más
tranquilo posible.
Disfruté lo
indescriptible en esa piscina, y me echaba unas buenas siestas en la hamaca
bajo la sombrilla, mientras el sol caía.
Cerré los ojos el
domingo y me dejé llevar por el gustito del calor y el silencio que inundaba
toda la terraza. Sólo se escuchaban los pájaros, las chicharras y el ronroneo
de Dopinder, mi gato, y Meisy.
Me siento observada
y abro los ojos para encontrarlo delante de mí, en bañador, mojado, y mirándome
fijamente mientras sonríe con los ojos ahora en mis pechos. Me había quitado el
bikini por comodidad y ahora él sonreía, con una erección en sus pantalones
mientras me observaba tensarme.
Se puso de rodillas,
me abrió las piernas y empezó a besarme los muslos despacio sin dejar de
ejercer contacto visual, subiendo, lentamente, con sus manos por mis muslos,
mis caderas, mi estómago, hasta llegar a mis pechos y agarrarlos. Gemí cuando
sus dedos pellizcaron mis pezones erguidos, suspiré cuando sentí la calidez de
su lengua en el centro de mi placer, relamiendo, poco a poco, con una
parsimonia insufrible, recorriendo todo mi coño deleitándose en hacerlo
despacio.
Me arqueé, agarrando
su cabeza con mis manos mientras presionaba mi pelvis contra su cara, haciendo
que profundizase con su lengua en mi interior, succionándome, chupándome, lamiéndome
lentamente en una agradable tortura placentera que, aumentó considerablemente,
cuando introdujo uno de sus dedos en mi interior.
Entraba y salía sin
dejar de acompasar esas arremetidas con su lengua y su boca abarcando todo mi
sexo empapado. Su otra mano bailaba entre mis pechos y mi muslo, que lo puse
alrededor de su cuello para evitar su escapatoria.
Subía y bajaba con
su boca sobre mí, haciéndome llegar a lo más alto hasta que a un suspiro de
alcanzar el orgasmo me desperté con la mano en las bragas. Pero con la atenta
mirada de Jorge y una sonrisa clara en su cara.
Había tenido un
sueño erótico con él. En su jardín. En su hamaca. Me había tocado con el oral
de mis sueños y para colmo, ahí estaba él, mirándome, totalmente vestido y
sonriendo, pero… con una erección en sus pantalones. ¿Cuánto rato llevaba ahí viéndome
tocarme en sueños con una teta fuera? Porque parecía muy gustoso con lo que
había visto.
-
No te
esperaba tan pronto. – Dije incorporándome con la poca dignidad que me quedaba
ya hoy.
-
Te
comenté por el chat que venía de camino, pero no respondías. – Carraspeó divertido.
– Veo que estabas teniendo un sueño de lo más placentero.
De repente la idea
de tirarme a la piscina con el flotador, de cabeza, era muy suculenta, pero tenía
que ser adulta y pensar rápido una respuesta que mantuviera la poca dignidad
que me quedaba. Me habían pillado con el carrito del helado, sí. Estas cosas
pasan.
Pero es que sólo me
pasa a mí, y ahí estaba el problema.
-
Llevo
unos días durmiendo muy mal y con la tranquilidad que había aquí no he podido
evitar dormirme.
-
Casi te
corres. – Me suelta de golpe con total confianza. – Me da pena haberte
despertado.
No podía articular
palabra, me estaba comiendo la vergüenza, y es que no sabía qué responder a
esto.
-
A ver…
que igual te estabas imaginando lo que no es, Jorge. – Intenté una táctica de
escape poco efectiva.
-
Te he
visto con la mano en las bragas del bikini, un pecho fuera y salivando con la
boca abierta mientras gemías. No es que me deje mucho margen a la imaginación.
-
Somos adultos
y… - ¿Qué le digo? ¿Qué soñaba que me comía el coño? Me quiero morir. ¿Por qué
la tierra no se abre cuando más lo necesito?
-
No te
preocupes mujer. Sí sé que no hace mucho me observabas haciendo lo mismo desde
tu terraza. – Me dijo con total tranquilidad. – Son momentos de relajación
donde aflora la necesidad.
-
… Ya… -
La cosa definitivamente podía empeorar mi vergüenza. No sólo era una salida,
ahora también mirona. – Yo siento mucho…
-
No lo
sientas. A mí me ha parecido divertido el espectáculo. – Miró hacia abajo y
miré con él.
-
Ya veo…
- De repente me había vuelto retrasada y no podía articular una frase
coherente. – Meisy se ha portado muy bien.
-
He visto
que estaba muy tranquila al llegar, hecha un ovillo junto a tu gato. Aunque sin
duda la que más ha disfrutado de la piscina has sido tú, ¿verdad? – Mal por ese
camino, porque intenté desviar la atención a la gata y no funcionó. – Ahora que
hay confianza puedes venir siempre que quieras, te agradezco mucho el favor que
me has hecho, y ellos se llevan bien.
Me estaba invitando
oficialmente a la piscina, lo cual era mi sueño, pero por una razón de, llamémosle
vergüenza, quería irme a mi casa a llorar abrazada a Dopinder.
Le agradecí el
ofrecimiento y le dije que volvería, pero pese a su insistencia de pedir algo y
cenar, me fui a mi casa a intentar rebuscar en el armario una dignidad nueva
que ponerme.
Por la noche salí a
la terraza con mi gato y me tumbé en la tumbona que tenía para leer, y con el
libro en mi regazo me quedé mirando hasta su jardín, viéndolo aparecer en
bañador. El cual se quitó al darse cuenta que yo le estaba observando.
Valiente hijo de
puta, esto era provocación directa.
Me estaba poniendo
mala. Un frote de muslos por aquí, un labio mordisqueado por allá, los pezones
tersos a través de la tela de la camiseta… cuando menos lo esperé tenía la mano
dentro de las bragas acariciándome la humedad entre mis piernas. Total, era de
noche, estaba oscuro, ¡cómo me iba a ver!
Ilusa.
Siempre te ven,
tienen una especie de infrarrojos para la masturbación. Es un hombre, Selby,
siempre te verá.
Pero yo estaba
viendo ante mí a un tío de 1,85 metiéndose en el agua con el pelo pegado en su
piel, chorreando como lo estaba haciendo yo, y clavar los ojos en mí mientras
nadaba sonriendo. Saliendo de la piscina con una erección monumental que ni
corto ni perezoso, se agarró con la mano al llegar a la hamaca.
La puso mirando hacia
a mí, antes de tumbarse en su plenitud y para que le viese bien empezó a
masturbarse mientras no apartaba los ojos de mi terraza.
Yo sólo podía pensar
en el sueño tan placentero que me había regalado y entre verle e imaginarle no
se me ocurrió otra cosa que ponerme de pie y quitarme las bragas en un contoneo
sutil pero innecesario.
Abrí las piernas con
la tumbona mirando hacia él y me empecé a acariciar la entrepierna, subiendo
los dedos a mi boca, impregnándolos en mi saliva y volviendo a mi sexo,
acariciando despacio con la boca entre abierta, sacando con mi mano libre mis
pechos subiendo mi camiseta. Ya no había vuelta atrás ni vergüenza, era una
provocación mutua y suculenta que nos apetecía y excitaba a ambos.
Sin dejar de
acariciarse con la mano, lo vi coger el móvil con la otra y al instante me
llegó una notificación. Era él.
Jorge:
¿Te gusta lo que ves? Porque yo no puedo
dejar de mirarte y de pensar en ti desde que te vi en mi jardín dándote placer.
Selby:
Me gusta todo lo que veo y todo lo que he
soñado esta tarde mientras estabas en mi cabeza.
Jorge:
Te espero en mi
casa. Ya.
No respondí. Paré en
seco lo que estaba haciendo y me fui hasta su puerta, que me esperaba entre
abierta.
Apareció por el umbral
y me llevó al jardín, me sentó en la hamaca y como si, hubiese indagado en mi
cabeza y hubiese andado despierto en mis sueños, me bajó las bragas, abrió mis
piernas y se puso entre ellas.
Me olió mientras
sentía su respiración en mis muslos, con sus dedos clavándose en mi carne,
subiendo con sus labios pegados a mi piel mientras mi respiración agitada me
anticipaba por encima de mis posibilidades lo que ansiaba mi cuerpo. Quería su
boca, y la quería ya.
Pero se apartó, no
sin antes pasarme la mano abarcando todo mi coño para soltarme, y dejarme
indefensa ante su necesidad.
Fue hasta mi
camiseta y me la sacó por la cabeza dejando mis pechos al aire, él estaba
totalmente desnudo mientras que a mí apenas me cubría una minifalda enroscada
en la cintura.
Semidesnuda y
expuesta para él me acarició la cabeza y puso a la altura de mi cara su erección,
rozándome la boca mientras sus dedos se entremezclaban con mi pelo y me agarraba
mordiéndose los labios con deseo.
Quería metérmela en
la boca, lo sé, pero esperaba algún tipo de “invitación”, a lo cual curiosa
como cual felino, la agarré y la puse en mis labios, rozándola por ellos
mientras sacaba la lengua y posaba su polla sobre la misma.
Emitió un gemido
ronco cuando miró, visualizando lo que iba hacer.
La introduje en mi
boca lentamente, rozándole con los labios lo posible ejerciendo la presión
justa para que notásemos como entraba en mi interior. Aguantaba la respiración
por la necesidad imperiosa de clavarla con fuerza en mi garganta.
-
Quiero…
quiero que te toques – Le miré cuando su polla tocó el fin de mi garganta. – Pero
no se te ocurra correrte… eso déjamelo a mí.
Sacaba y metía su miembro
en mi boca, llevando el compás con sus manos sobre mi cabeza, mientras yo se la
comía y le pajeaba a su vez con la mano. Subía y bajaba la fina piel que le
cubría, envolviendo con mis labios, rozándole con mi lengua, jugando con mi
mano desde su polla a sus huevos arrancándole gemidos de gozo.
-
Joder… -
Parecía sumido en un sueño tan onírico como el que tuve yo con él, sólo que
este era real. – Quédate ahí. – Se le escapó un gruñido mientras presionaba mi
cabeza contra él unos segundos cortándome la respiración, saltando mis lágrimas.
– Así, traga toda.
Me apartó, se puso
de rodillas entre mis piernas y me observó, de la cara a los pechos y de ellos
a mi coño, donde jugaba con mis dedos despacio.
-
Ábretelo
con los dedos. - Y simplemente obedecía
cada una de sus palabras como una orden ilícita. – Acaríciate mientras te observo.
Y lo hice, me pasé
los dedos desde la entrada a mi clítoris, moviendo en círculos despacio,
sintiendo como me embriagaba el placer y el deseo, ansiando más. Queriéndolo a
él.
Mi respiración se
aceleraba con mis caricias, él seguía acariciándose despacio la polla mientras
no apartaba los ojos de todo cuanto yo hacía, y con un manotazo de repente,
apartó mi mano y hundió su cara entre mis muslos.
Gemí, sobresaltada,
cuando su boca me acogió con fuerza y lujuria, lamiendo toda mi humedad hasta
entonces, resbalando su lengua por mi sexo, de abajo hasta arriba y vuelta a
repetir, parándose en el cúmulo de nervios que me daba tantísimo placer. Cogiéndolo
con los labios, succionando, aleteando con la punta de su lengua tras meter un
par de dedos en mi resbaladiza y estrecha entrada.
Me penetró fácilmente,
entrando y saliendo con ellos de mi interior sin dejar de prestar atención con
su lengua.
Llevó mis pechos a
mi boca, diciéndome sólo con ese gesto que quería que me los lamiese para él
mientras se divertía entre mis piernas.
Haciendo caso a todo
él, aproveché el tamaño de mis tetas para ponerlas contra mi boca y lamer
despacio hasta pillar mis pezones con los dientes.
Podía morir ahí
mismo que sería entre el más tremendo de los placeres.
No dejó de prestar
atención a mi sexo ni un solo segundo, pero se limitaba a aflojar el ritmo
cuando notaba mi tensión acumularse en la parte baja de mi vientre, queriendo
alargar lo posible mi orgasmo y obligándome a la necesidad de alcanzarlo con
desesperación.
No podía soportarlo
más, necesitaba correrme. Agarré su cabeza contra mi coño y restregué mi cara
buscando alivio en la fricción, y se dio cuenta al instante de lo que
pretendía, pues me facilitó el trabajo, y dijo contra mi coño quiero que te
corras en mi boca.
Fue suficiente escucharlo
junto a sus atenciones para coger y dejarme ir al fin, liberando un orgasmo
reprimido entre gemidos, pellizcando mis pezones casi sin darme apenas cuenta,
mientras no dejaba de lamer y follarme con los dedos hasta dejar toda mi
humedad en su cara.
Me relajé unos
minutos después, cuando mi ritmo cardiaco se estabilizó tras el orgasmo, pero
no penséis que él dejó de acariciarme. Seguía muy lentamente pasando los dedos
por toda la plenitud de mi sexo.
Me cogió en brazos y
me llevó hasta la mesa que había bajo el techado, donde tenía un condón esperándonos,
y me puso contra ella, de espaldas a él. Se puso el preservativo y me dio un
azote de advertencia para que abriese las piernas y me inclinase para darle
acceso.
Hice caso,
obediente, y sentí como se posicionaba entre mis muslos, agarrando mis nalgas
con una mano y con la otra llevando la punta de su polla hasta la entrada
empapada de mi coño.
Entró tan
jodidamente lento que era tortuoso. Intenté empujar mi cuerpo hacia atrás para
facilitar más profundidad, pero con una risa maliciosa en mi oído me presionó
contra el filo de la mesa obligándome a sentir la plenitud de su polla con
lentitud, calma, tensión y necesidad. Disfrutaba claramente llevándome al
límite de las ganas.
Se me hizo eterno y
placentero hasta que al fin la tuve en mi interior toda ella, llenándome por
completo, y creyendo que iba a seguir su ritmo de tortura con lentitud, me
sorprendió dándome una estocada tras salir, profunda, dura, salvaje. Otra.
Saliendo y volviendo a entrar de golpe, arrancándome gemidos de placer y
sorpresa, lloriqueando entre jadeos por más. Necesitaba más, mucho más, quería
que me follase sin control con todas sus fuerzas.
Pero él disfrutaba
de mi tormento, y lo hacía así, a su ritmo, sabiendo que me desesperaba.
-
Dímelo y
lo haré. – Susurró nuevamente en mi oído con su cuerpo pegado al mío. – Quiero escuchártelo.
-
Joder, fóllame
sin control. – Logré decir perdida en el mar del deseo y el ansia.
Y así lo hizo,
entonces sí se liberó sus ganas de mí y me empezó a follar de forma salvaje y
ruda agarrándome, sabiendo que me dejaría sus dedos marcados en mi piel durante
días.
Con una mano en mi cadera
y con otra en mi cuello apretando, salía y entraba de mi cuerpo sintiendo ambos
como sudábamos al unísono, entre jadeos, gemidos, respiraciones mezcladas,
sonando de fondo el choque de nuestros cuerpos con cada embestida. Llegando a
lo más hondo de mí, con su boca en mi oreja, sus dientes por mi cuello, con su mano
en la garganta, me tenía totalmente prisionera contra la mesa dispuesto hacer
conmigo lo que le diese la gana, que era algo que ambos ansiábamos.
-
Tócate
mientras te abro. – Me dijo entre jadeos.
Y obedecí como la
buena chica que era. Mientras me embestía con rudeza una y otra vez y me
cortaba cada vez más un poquito más la respiración, me estimulaba el clítoris con
mi mano, trazando pequeños círculos que me estaban llevando a la cima.
-
Eso es…
córrete con mi polla dentro de ti.
Y así lo hice. Mi
cuerpo se tensó en su plenitud, acumulando el deseo y las ganas, hasta que no
pude soportar más su bombeo y mis caricias y me estrellé de lleno en el
orgasmo.
La presión de mi vagina
apretándole con mis espasmos orgásmicos fueron suficiente para que él se dejase
llevar y se corriese apretándome cuando podía contra él, con sus manos en
dichas zonas, cadera y garganta, mezclándose nuestros gemidos, aminorando el
ritmo los dos hasta que poco a poco, nos dejamos caer y nos quedamos quietos
unos segundos.
Echó la cabeza en mi
cuello y me beso dulcemente todo él mientras salía de mi interior y me
acariciaba despacio el culo.
Pensé que nunca hay
que subestimar la curiosidad felina que me llevó a observarlo desde mi terraza.
¿O era él quién me observaba a mí?