Recomendación

Empujo, abrazo y beso

Empujo, abrazo y beso Hace unos años monté una copisteria con una amiga, Susana. Yo tenía en mente una heladeria, así que un dí...

martes, 6 de agosto de 2024

Curiosidades Felinas +18

 

Curiosidades felinas

Las vacaciones de verano dan para pensar mucho, para hacer mucho, para no hacer nada en ese mucho. De hecho, lo único que hacía era no hacer nada, salvo estar con mi gato, hablando con mi gato y asomarme a la terraza con mi gato.

Donde podía observar con anhelo y mucha gana como la piscina de mi vecino siempre estaba llena de agua clara, mientras él se paseaba con su gata por el jardín y se tumbaba en la hamaca durante horas, leyendo algún libro mientras a la sombra se relajaba.

Me había acostumbrado en lo que llevaba de verano a esta rutina con él. No sabía ni su nombre, siempre hablábamos a través de la distancia, si nos encontrábamos en nuestras puertas, nos sonreíamos, pero apenas llevaba un par de meses aquí y teníamos esa costumbre vecinal.

Vivo en una urbanización de casas, donde pese a nuestras cortas distancias todos estamos lo suficiente unidos para saber y ver que hace cada uno en sus zonas al aire libre. Yo me encapriché de la casa de la piscina, quizás por mi anhelo de querer báñame en este sofocante verano que me estaba dejando totalmente derretida, y en el que las duchas cada vez eran más intensas. Apenas acababa de salir de la bañera, cuando enseguida el sudor volvía a embadurnarme. Necesitaba una piscina con urgencia.

El chico de la piscina apenas había entablado contacto con ninguno de los vecinos de la zona, y en el grupo vecinal tampoco solía hablar salvo cuando yo comentaba alguna cosa sobre fallo de redes. Por lo que, se puede decir, la única persona con la que tenía algún tipo de trato, era yo.

No fueron pocas las veces, desde que empezó el verano, en las que me pillaba en la terrada con mi gato y un libro en el regazo, mirando en su dirección, sorprendiéndome con una sonrisa.

Minutos posteriores aprovechaba para dejar su libro, quitarse las gafas de sol y zambullirse en el agua.

Y… soy humana, estoy soltera y las hormonas en verano sabemos que bailan claqué, por lo que mi boca se abría de una forma sutil pero evidente cada vez que mis ojos lo observaban meterse en el agua, nadar, salir, y mirarme con una sonrisa.

Podría tener mi edad, unos treintaypocos, quizás alguno más, pero me quedaba embelesada y lo último en lo que mi cabeza pensaba era en su fecha de nacimiento.

El nacimiento que sí le miraba era aquel que ascendía de la parte baja del abdomen, ese vello oscuro que subía y subía hasta llegar a su pecho, mojado, fuerte. Necesitaba otra ducha después de la ducha.

Selby, no puedes seguir mirándolo así, te va a denunciar por acoso. Me dije a mí misma.

Pero no podía dejar de mirarle. El bañador de pantalón se le pegaba totalmente al cuerpo y se le marcaba todo. TODO. T O D O. Y mis ojos iban y venían de su cara a su bañador imaginado toda clase de guarrerías sin control bajo la mirada juzgadora de mi gato, que se ponía a mi lado intrigado por mi reciente obsesión insana de poner la cara pegada a la red.

Podía percibir como sonreía con sordina cada vez que me pillaba con los ojos mirándolo. Su gata, una persa blanca muy señorial, se ponía tumbada en el sol a resplandecer su pelaje mientras su dueño iba a lo suyo.

Mi gato, sin embargo, sentía cierto interés por el estado tan excitado de su humana. Me ronroneaba, me restregaba la cabeza, pensando el pobre mío que me ocurría algo. Pero no, cariño, tu humana estaba más en celo que cuando a ti te cortaron las pelotillas.

Me acomodé la terraza para estar el mayor tiempo posible en ella, incluso puse una manguera con la que, a falta de piscina, me remojaba mientras tomaba el sol o me ponía bajo la sombrilla para leer. Un día, que me asomé y él aún no estaba, decidí quitarme la parte de arriba para tomar el sol sin marca. Me quedé medio dormida bocarriba con un libro en la cara. Cuando abrí los ojos vi a mi vecino mirándome, mientras se pasaba la mano por encima del bañador y sonreía con picardía. Se me endurecieron los pezones al instante y todo el calor de golpe se acomodó en mi cara. Me tapé con el bikini lo más rápido que pude y me metí en casa.

Volví a salir después de comer y el estaba, como era habitual, tomando el sol con sus gafas oscuras. Mi gato se pegó a la red y maulló a su gata, haciendo que él girase la cabeza en mi dirección y me viese.

Sonrió. Sonreí como una gilipollas y me dediqué a bañarme bajo la manguera, pero con el bikini puesto, obviamente.

Volvió a meterse en la piscina, haciendo uso de su sensualidad para ponerme como una moto y dejarme embobada mirando. El pelo se le pegaba a la cara y se lo apartaba con demasiada clase como para no mirarlo más detenidamente. El bañador empapado parecía ceder y que en cualquier momento se le iba a bajar, y ahí estaba yo, salivando, rezando varios ave marías para que se le cayese.

Estuvimos así un par de semanas. Hasta que un día en lugar de salir durante el día me dio por salir de noche a la terraza a leer en el kobo y disfrutar un poco de la brisa calenturienta que corría. Mi sorpresa fue enorme cuando lo vi en el agua haciendo un movimiento con la mano que claramente era una paja.

Me quedé estática unos segundos, incapaz de reaccionar mientras el bloqueo me incapacitaba para otra cosa que no fuese sentir un calor naciente en la parte baja de mi vientre, que se empezaba a propagar por los muslos. Se percató de mi presencia al sentirse observado y paró, sonrió y salió de la piscina para dejarme clara la idea de que estaba notablemente empalmado y que sí, se estaba pajeando en el agua.

Ni corto ni perezoso se tumbó en la hamaca y, desde mi distancia, podía ver como su erección seguía activa y él no dejaba ni de mirarme ni de sonreír. Incluso optó por pasarse la mano varias veces por ella, agarrándola y apretándola con su mano por encima del bañador.

Tragué saliva, nerviosa, avergonzada, excitada. Y me di la vuelta.

Los días posteriores seguíamos igual, sonrisas, miradas, y saludos a distancia. Pero con los días la confianza a distancia se fue… intensificando, y ambos teníamos una ligera facilidad para mojarnos mientras nos mirábamos y nos poníamos en posturas provocativas.

Una mañana llamó a mi puerta, cuando supe su nombre por primera vez. Jorge. Me comentó que con la única persona que tenía algo de contacto era conmigo y que tenía que salir un fin de semana entero por trabajo, que si podía hacerle el favor de vigilar a su gata y que, a cambio del favor, podría usar la piscina. Acepté sin pensarlo.

Después de hablar con él y saber que su gata estaba tan castrada como el mío, decidí llevarme a mi gato a su casa y me fui allí esos dos días, a sabiendas de que él estaba al tanto de mi pequeña ocupación. Hablábamos por whatsapp a cada rato para saber como se encontraba Meisy, su gata, y le mandaba fotos para que estuviera lo más tranquilo posible.

Disfruté lo indescriptible en esa piscina, y me echaba unas buenas siestas en la hamaca bajo la sombrilla, mientras el sol caía.

Cerré los ojos el domingo y me dejé llevar por el gustito del calor y el silencio que inundaba toda la terraza. Sólo se escuchaban los pájaros, las chicharras y el ronroneo de Dopinder, mi gato, y Meisy.

Me siento observada y abro los ojos para encontrarlo delante de mí, en bañador, mojado, y mirándome fijamente mientras sonríe con los ojos ahora en mis pechos. Me había quitado el bikini por comodidad y ahora él sonreía, con una erección en sus pantalones mientras me observaba tensarme.

Se puso de rodillas, me abrió las piernas y empezó a besarme los muslos despacio sin dejar de ejercer contacto visual, subiendo, lentamente, con sus manos por mis muslos, mis caderas, mi estómago, hasta llegar a mis pechos y agarrarlos. Gemí cuando sus dedos pellizcaron mis pezones erguidos, suspiré cuando sentí la calidez de su lengua en el centro de mi placer, relamiendo, poco a poco, con una parsimonia insufrible, recorriendo todo mi coño deleitándose en hacerlo despacio.

Me arqueé, agarrando su cabeza con mis manos mientras presionaba mi pelvis contra su cara, haciendo que profundizase con su lengua en mi interior, succionándome, chupándome, lamiéndome lentamente en una agradable tortura placentera que, aumentó considerablemente, cuando introdujo uno de sus dedos en mi interior.

Entraba y salía sin dejar de acompasar esas arremetidas con su lengua y su boca abarcando todo mi sexo empapado. Su otra mano bailaba entre mis pechos y mi muslo, que lo puse alrededor de su cuello para evitar su escapatoria.

Subía y bajaba con su boca sobre mí, haciéndome llegar a lo más alto hasta que a un suspiro de alcanzar el orgasmo me desperté con la mano en las bragas. Pero con la atenta mirada de Jorge y una sonrisa clara en su cara.

Había tenido un sueño erótico con él. En su jardín. En su hamaca. Me había tocado con el oral de mis sueños y para colmo, ahí estaba él, mirándome, totalmente vestido y sonriendo, pero… con una erección en sus pantalones. ¿Cuánto rato llevaba ahí viéndome tocarme en sueños con una teta fuera? Porque parecía muy gustoso con lo que había visto.

-        No te esperaba tan pronto. – Dije incorporándome con la poca dignidad que me quedaba ya hoy.

-        Te comenté por el chat que venía de camino, pero no respondías. – Carraspeó divertido. – Veo que estabas teniendo un sueño de lo más placentero.

De repente la idea de tirarme a la piscina con el flotador, de cabeza, era muy suculenta, pero tenía que ser adulta y pensar rápido una respuesta que mantuviera la poca dignidad que me quedaba. Me habían pillado con el carrito del helado, sí. Estas cosas pasan.

Pero es que sólo me pasa a mí, y ahí estaba el problema.

-        Llevo unos días durmiendo muy mal y con la tranquilidad que había aquí no he podido evitar dormirme.

-        Casi te corres. – Me suelta de golpe con total confianza. – Me da pena haberte despertado.

No podía articular palabra, me estaba comiendo la vergüenza, y es que no sabía qué responder a esto.

-        A ver… que igual te estabas imaginando lo que no es, Jorge. – Intenté una táctica de escape poco efectiva.

-        Te he visto con la mano en las bragas del bikini, un pecho fuera y salivando con la boca abierta mientras gemías. No es que me deje mucho margen a la imaginación.

-        Somos adultos y… - ¿Qué le digo? ¿Qué soñaba que me comía el coño? Me quiero morir. ¿Por qué la tierra no se abre cuando más lo necesito?

-        No te preocupes mujer. Sí sé que no hace mucho me observabas haciendo lo mismo desde tu terraza. – Me dijo con total tranquilidad. – Son momentos de relajación donde aflora la necesidad.

-        … Ya… - La cosa definitivamente podía empeorar mi vergüenza. No sólo era una salida, ahora también mirona. – Yo siento mucho…

-        No lo sientas. A mí me ha parecido divertido el espectáculo. – Miró hacia abajo y miré con él.

-        Ya veo… - De repente me había vuelto retrasada y no podía articular una frase coherente. – Meisy se ha portado muy bien.

-        He visto que estaba muy tranquila al llegar, hecha un ovillo junto a tu gato. Aunque sin duda la que más ha disfrutado de la piscina has sido tú, ¿verdad? – Mal por ese camino, porque intenté desviar la atención a la gata y no funcionó. – Ahora que hay confianza puedes venir siempre que quieras, te agradezco mucho el favor que me has hecho, y ellos se llevan bien.

Me estaba invitando oficialmente a la piscina, lo cual era mi sueño, pero por una razón de, llamémosle vergüenza, quería irme a mi casa a llorar abrazada a Dopinder.

Le agradecí el ofrecimiento y le dije que volvería, pero pese a su insistencia de pedir algo y cenar, me fui a mi casa a intentar rebuscar en el armario una dignidad nueva que ponerme.

Por la noche salí a la terraza con mi gato y me tumbé en la tumbona que tenía para leer, y con el libro en mi regazo me quedé mirando hasta su jardín, viéndolo aparecer en bañador. El cual se quitó al darse cuenta que yo le estaba observando.

Valiente hijo de puta, esto era provocación directa.

Me estaba poniendo mala. Un frote de muslos por aquí, un labio mordisqueado por allá, los pezones tersos a través de la tela de la camiseta… cuando menos lo esperé tenía la mano dentro de las bragas acariciándome la humedad entre mis piernas. Total, era de noche, estaba oscuro, ¡cómo me iba a ver!

Ilusa.

Siempre te ven, tienen una especie de infrarrojos para la masturbación. Es un hombre, Selby, siempre te verá.

Pero yo estaba viendo ante mí a un tío de 1,85 metiéndose en el agua con el pelo pegado en su piel, chorreando como lo estaba haciendo yo, y clavar los ojos en mí mientras nadaba sonriendo. Saliendo de la piscina con una erección monumental que ni corto ni perezoso, se agarró con la mano al llegar a la hamaca.

La puso mirando hacia a mí, antes de tumbarse en su plenitud y para que le viese bien empezó a masturbarse mientras no apartaba los ojos de mi terraza.

Yo sólo podía pensar en el sueño tan placentero que me había regalado y entre verle e imaginarle no se me ocurrió otra cosa que ponerme de pie y quitarme las bragas en un contoneo sutil pero innecesario.

Abrí las piernas con la tumbona mirando hacia él y me empecé a acariciar la entrepierna, subiendo los dedos a mi boca, impregnándolos en mi saliva y volviendo a mi sexo, acariciando despacio con la boca entre abierta, sacando con mi mano libre mis pechos subiendo mi camiseta. Ya no había vuelta atrás ni vergüenza, era una provocación mutua y suculenta que nos apetecía y excitaba a ambos.

Sin dejar de acariciarse con la mano, lo vi coger el móvil con la otra y al instante me llegó una notificación. Era él.

Jorge:

¿Te gusta lo que ves? Porque yo no puedo dejar de mirarte y de pensar en ti desde que te vi en mi jardín dándote placer.

Selby:

Me gusta todo lo que veo y todo lo que he soñado esta tarde mientras estabas en mi cabeza.

Jorge:

Te espero en mi casa. Ya.

No respondí. Paré en seco lo que estaba haciendo y me fui hasta su puerta, que me esperaba entre abierta.

Apareció por el umbral y me llevó al jardín, me sentó en la hamaca y como si, hubiese indagado en mi cabeza y hubiese andado despierto en mis sueños, me bajó las bragas, abrió mis piernas y se puso entre ellas.

Me olió mientras sentía su respiración en mis muslos, con sus dedos clavándose en mi carne, subiendo con sus labios pegados a mi piel mientras mi respiración agitada me anticipaba por encima de mis posibilidades lo que ansiaba mi cuerpo. Quería su boca, y la quería ya.

Pero se apartó, no sin antes pasarme la mano abarcando todo mi coño para soltarme, y dejarme indefensa ante su necesidad.

Fue hasta mi camiseta y me la sacó por la cabeza dejando mis pechos al aire, él estaba totalmente desnudo mientras que a mí apenas me cubría una minifalda enroscada en la cintura.

Semidesnuda y expuesta para él me acarició la cabeza y puso a la altura de mi cara su erección, rozándome la boca mientras sus dedos se entremezclaban con mi pelo y me agarraba mordiéndose los labios con deseo.

Quería metérmela en la boca, lo sé, pero esperaba algún tipo de “invitación”, a lo cual curiosa como cual felino, la agarré y la puse en mis labios, rozándola por ellos mientras sacaba la lengua y posaba su polla sobre la misma.

Emitió un gemido ronco cuando miró, visualizando lo que iba hacer.

La introduje en mi boca lentamente, rozándole con los labios lo posible ejerciendo la presión justa para que notásemos como entraba en mi interior. Aguantaba la respiración por la necesidad imperiosa de clavarla con fuerza en mi garganta.

-        Quiero… quiero que te toques – Le miré cuando su polla tocó el fin de mi garganta. – Pero no se te ocurra correrte… eso déjamelo a mí.

Sacaba y metía su miembro en mi boca, llevando el compás con sus manos sobre mi cabeza, mientras yo se la comía y le pajeaba a su vez con la mano. Subía y bajaba la fina piel que le cubría, envolviendo con mis labios, rozándole con mi lengua, jugando con mi mano desde su polla a sus huevos arrancándole gemidos de gozo.

-        Joder… - Parecía sumido en un sueño tan onírico como el que tuve yo con él, sólo que este era real. – Quédate ahí. – Se le escapó un gruñido mientras presionaba mi cabeza contra él unos segundos cortándome la respiración, saltando mis lágrimas. – Así, traga toda.

Me apartó, se puso de rodillas entre mis piernas y me observó, de la cara a los pechos y de ellos a mi coño, donde jugaba con mis dedos despacio.

-        Ábretelo con los dedos. -  Y simplemente obedecía cada una de sus palabras como una orden ilícita.  – Acaríciate mientras te observo.

Y lo hice, me pasé los dedos desde la entrada a mi clítoris, moviendo en círculos despacio, sintiendo como me embriagaba el placer y el deseo, ansiando más. Queriéndolo a él.

Mi respiración se aceleraba con mis caricias, él seguía acariciándose despacio la polla mientras no apartaba los ojos de todo cuanto yo hacía, y con un manotazo de repente, apartó mi mano y hundió su cara entre mis muslos.

Gemí, sobresaltada, cuando su boca me acogió con fuerza y lujuria, lamiendo toda mi humedad hasta entonces, resbalando su lengua por mi sexo, de abajo hasta arriba y vuelta a repetir, parándose en el cúmulo de nervios que me daba tantísimo placer. Cogiéndolo con los labios, succionando, aleteando con la punta de su lengua tras meter un par de dedos en mi resbaladiza y estrecha entrada.

Me penetró fácilmente, entrando y saliendo con ellos de mi interior sin dejar de prestar atención con su lengua.

Llevó mis pechos a mi boca, diciéndome sólo con ese gesto que quería que me los lamiese para él mientras se divertía entre mis piernas.

Haciendo caso a todo él, aproveché el tamaño de mis tetas para ponerlas contra mi boca y lamer despacio hasta pillar mis pezones con los dientes.

Podía morir ahí mismo que sería entre el más tremendo de los placeres.

No dejó de prestar atención a mi sexo ni un solo segundo, pero se limitaba a aflojar el ritmo cuando notaba mi tensión acumularse en la parte baja de mi vientre, queriendo alargar lo posible mi orgasmo y obligándome a la necesidad de alcanzarlo con desesperación.

No podía soportarlo más, necesitaba correrme. Agarré su cabeza contra mi coño y restregué mi cara buscando alivio en la fricción, y se dio cuenta al instante de lo que pretendía, pues me facilitó el trabajo, y dijo contra mi coño quiero que te corras en mi boca.

Fue suficiente escucharlo junto a sus atenciones para coger y dejarme ir al fin, liberando un orgasmo reprimido entre gemidos, pellizcando mis pezones casi sin darme apenas cuenta, mientras no dejaba de lamer y follarme con los dedos hasta dejar toda mi humedad en su cara.

Me relajé unos minutos después, cuando mi ritmo cardiaco se estabilizó tras el orgasmo, pero no penséis que él dejó de acariciarme. Seguía muy lentamente pasando los dedos por toda la plenitud de mi sexo.

Me cogió en brazos y me llevó hasta la mesa que había bajo el techado, donde tenía un condón esperándonos, y me puso contra ella, de espaldas a él. Se puso el preservativo y me dio un azote de advertencia para que abriese las piernas y me inclinase para darle acceso.

Hice caso, obediente, y sentí como se posicionaba entre mis muslos, agarrando mis nalgas con una mano y con la otra llevando la punta de su polla hasta la entrada empapada de mi coño.

Entró tan jodidamente lento que era tortuoso. Intenté empujar mi cuerpo hacia atrás para facilitar más profundidad, pero con una risa maliciosa en mi oído me presionó contra el filo de la mesa obligándome a sentir la plenitud de su polla con lentitud, calma, tensión y necesidad. Disfrutaba claramente llevándome al límite de las ganas.

Se me hizo eterno y placentero hasta que al fin la tuve en mi interior toda ella, llenándome por completo, y creyendo que iba a seguir su ritmo de tortura con lentitud, me sorprendió dándome una estocada tras salir, profunda, dura, salvaje. Otra. Saliendo y volviendo a entrar de golpe, arrancándome gemidos de placer y sorpresa, lloriqueando entre jadeos por más. Necesitaba más, mucho más, quería que me follase sin control con todas sus fuerzas.

Pero él disfrutaba de mi tormento, y lo hacía así, a su ritmo, sabiendo que me desesperaba.

-        Dímelo y lo haré. – Susurró nuevamente en mi oído con su cuerpo pegado al mío. – Quiero escuchártelo.

-        Joder, fóllame sin control. – Logré decir perdida en el mar del deseo y el ansia.

Y así lo hizo, entonces sí se liberó sus ganas de mí y me empezó a follar de forma salvaje y ruda agarrándome, sabiendo que me dejaría sus dedos marcados en mi piel durante días.

Con una mano en mi cadera y con otra en mi cuello apretando, salía y entraba de mi cuerpo sintiendo ambos como sudábamos al unísono, entre jadeos, gemidos, respiraciones mezcladas, sonando de fondo el choque de nuestros cuerpos con cada embestida. Llegando a lo más hondo de mí, con su boca en mi oreja, sus dientes por mi cuello, con su mano en la garganta, me tenía totalmente prisionera contra la mesa dispuesto hacer conmigo lo que le diese la gana, que era algo que ambos ansiábamos.

-        Tócate mientras te abro. – Me dijo entre jadeos.

Y obedecí como la buena chica que era. Mientras me embestía con rudeza una y otra vez y me cortaba cada vez más un poquito más la respiración, me estimulaba el clítoris con mi mano, trazando pequeños círculos que me estaban llevando a la cima.

-        Eso es… córrete con mi polla dentro de ti.

Y así lo hice. Mi cuerpo se tensó en su plenitud, acumulando el deseo y las ganas, hasta que no pude soportar más su bombeo y mis caricias y me estrellé de lleno en el orgasmo.

La presión de mi vagina apretándole con mis espasmos orgásmicos fueron suficiente para que él se dejase llevar y se corriese apretándome cuando podía contra él, con sus manos en dichas zonas, cadera y garganta, mezclándose nuestros gemidos, aminorando el ritmo los dos hasta que poco a poco, nos dejamos caer y nos quedamos quietos unos segundos.

Echó la cabeza en mi cuello y me beso dulcemente todo él mientras salía de mi interior y me acariciaba despacio el culo.

Pensé que nunca hay que subestimar la curiosidad felina que me llevó a observarlo desde mi terraza. ¿O era él quién me observaba a mí?

 

 

 

martes, 19 de diciembre de 2023

Un bonito reencuentro +18

 

Los viajes son lo suficiente cansados como para querer dejarte una noche en coma.

Llegué por la tarde a la ciudad donde estaba mi familia, y me fui directa al bar de siempre donde esta vez, había un nuevo camarero que me resultó realmente simpático y agradable.

Le pedí un café, y entonces llegó una amiga con la que había quedado por teléfono un buen rato antes, y se sentó a mi lado.

  • -        Ron cola, Francis. – Dijo ella agarrando mi cara y dándome un sonoro beso. – Dichosos los ojos.
  • -        Te echaba de menos. – Le dije mientras bebía de mi taza.
  • -        ¿Qué haces tomando eso a estas horas? Necesitas un copazo.
  • -        No quiero inaugurar mi viaje con una borrachera.
  • -        Que poca confianza en ti misma. – Se dirigió al camarero. – Ponle un puerto un Larios con Berry.
  • -        ¡Que no!
  • -        ¡Que sí! – Sentenció ella dando un golpe de mano en la mesa. – Que llevamos meses sin vernos, joder, necesitamos celebrarlo.
  • -        Está bien – Suspiré. – Pero sólo una.

El camarero me sonrió y puso la copa, cargando un poquito más de la cuenta por lo que yo me percaté, bajo la insistencia de mi amiga diciendo que echase más.

Lo que se dijo en un principio de que fuese una, obviamente fue una utopía. Acabamos con una detrás de otra y llegó un punto donde yo ya empecé a sentir los efectos amorosos del alcohol.

Nuestras risas llenaban el local, las carcajadas cargadas de ganas y felicidad hacía que todo el que estaba nos mirase chismorreando. Salvo Francis.

Se apoyó en las sillas de ambas, estando él de pie, y comenzó a hablar con mi amiga, para después dirigirme una mirada cargada de sonrisa a mí.

Me levanté y fui al baño, con intención de irme a casa al volver de éste. Pero cuando fui a coger mi chaqueta y mi bolso, me encontré con otra copa recién puesta y la mano de Francis apretando mi hombro.

  • -        A esta invito yo, guapa.

Miré a mi amiga y sonreí, brindando con ella. Al terminar si que si que me fui a casa.

Entré dando tumbos y me tiré en la cama, sin pararme a ponerme ni el pijama, estaba tremendamente bebida como para intentar estar de pie quitándome la ropa.

Al día siguiente me desperté fresca como una lechuga y me pegué una ducha que me dejó mejor aún. Miré mi móvil donde tenía un mensaje de un número que no conocía dándome los buenos días.

Cuando pregunté me percaté que era Francis, al cual le había dado mi móvil mi amiga. Ya que le conocía y confiaba en él, por lo que no vi problema en ello.

Sin embargo, no le contesté. Llamé a mi amiga y quedamos en mi puerta a eso de las 16. Me recogió y nos fuimos a tomar café al mismo bar de la noche anterior.

Francis no había llegado aún, solía ir más tarde, me contó Olga. Así que estuvimos envuelta en chismes. Mayormente suyos. De mí sólo aprovechaba mi sequía para compadecerse por mí y mi deplorable vida sexual.

  • -        Pues anoche uno no paraba de hacerte ojitos.
  • -        Sí, tendría unas copas de más y no atinaba a pestañear.
  • -        Que sí, tonta, que te miraba mucho.
  • -        Tía, íbamos borrachas como una cuba, yo también miraría.
  • -        Que no, que me refiero a que le gustabas.
  • -        Sí, para invitarle a más.
  • -        Dios, es imposible hablar contigo.
  • -        Tu ves folleteo en todas las esquinas.
  • -        Te digo que ese quería tema contigo.

Quité importancia con una mano y me levanté al servicio. Al volver Francis ya estaba en la barra y con el delantal corto puesto.

  • -        Hombre la perdida en combate. Espero que no te molestase mi atrevimiento de pedir tu número y escribirte.
  • -        Nah, no te preocupes, es que no suelo mirar mucho, por eso no contesté.
  • -        Le di tu móvil porque me preguntó por ti esta mañana cuando vine a desayunar. – Dijo ella excusándose. – Francis piensa igual que yo.
  • -        ¿En qué?
  • -        Sobre el chico de anoche.
  • -        Y dale.
  • -        Conozco demasiado a mi clientela como para saber que el de anoche quería acompañarte a casa, cielo.
  • -        Que espere sentado.
  • -        Suele estar más de pie, y por ahí viene. – Dijo Francis mientras hacía un gesto con la cara y se daba la vuelta para coger una botella de licor.

Se puso a mi lado y pidió “lo de siempre” a Francis. Aparté la vista y miré a mi amiga que se estaba intentando morder la lengua para no soltarme nada.

El chico en cuestión me miraba una y otra vez, tras haber cogido su copa siguió haciéndolo.

Eran las 6 de la tarde, ¿Quién tenía ganas de beber a esa hora?

En ese momento de duda vi a Olga levantarse hasta la barra y pedir una copa de balón con ginebra y tónica.

Claro, me dije.

No soy una bebedora habitual, de hecho, no suelo hacerlo, más allá de un buen vino blanco. Pero cuando venía aquí siempre me arrastraban a los antros de perversión alcohólico.

Vino hacía nuestra mesa con dos copas en la mano, suspiré con los ojos en blanco.

  • -        Yo no quiero beber tan temprano, cuando sean las 22 estaré hecha un despojo.
  • -        Bebe, te hace falta.
  • -        Pues no, no me hace, pero trae ya que está ahí.
  • -        Nos han invitado… - Dijo bajito. – A cambio de…
  • -        ¿De?
  • -        De tu número.
  • -        Me vas a hacer cambiar de móvil, no puedes prostituir mi número por una bebida.
  • -        Ese chico es muy persuasivo. ¿Tu has visto que ojos?
  • -        Sí, pegados en la cara. – Alcé la copa y sonreí, ya que me fijé en el que nos estaba mirando.
  • -        Le gustas.
  • -        Me he dado cuenta.
  • -        Y es muy guapo.
  • -        También me he dado cuenta.
  • -        Pues te va hablar por teléfono.

Olga se encogió de hombros y bebió de su copa. Empezamos a hablar de cosas sin mucha importancia, recordando viejos tiempos, enfrascándose en sus fracasos amorosos, y cómo no, en los míos. Una copa detrás de otra. El chico se sentó a mi lado, en nuestra mesa, sin dejar de apartar sus ojos de mí pese hablar con mi amiga.

Yo tenía un subidón del alcohol, y las mejillas me ardían. Me tiraba indirectas lascivas que me hacían beber más rápido de la cuenta, y mi propio calor corporal me estaba embriagando. Empezaba a estar lo suficientemente borracha como para imaginar cosas obscenas con él chico del bar en los propios baños.

Mi excitación crecía, y encharcaba mis bragas de mi propia humedad y deseo. Apreté los muslos mientras me inclinaba un poquito más en la mesa dejando que el escote del jersey verde que llevaba, diera un buen plano de mis pechos calientes por la bebida en mi sangre.

Agarré mi copa en esa posición y pegué un trago, sintiendo como el calor que emanaba en mi garganta bajaba por ella y mi pecho. Me relamí los labios cuando los ojos verdes de Jesús se clavaban en mi boca. Mi pintalabios intacto, no marcaba ni el cristal, y seguía perfecto como cuando me lo puse antes de salir.

Su pelo moreno revuelto, junto a sus ojos verde y su espesa barba, lo hacían bastante atractivo, aunque no tanto como el hecho de su interés en mi desde que me vio el día anterior.

Pasé por alto que hiciera un día que lo conocía, Francis había dado una versión de ese chico a Olga y ella se fio de ambos, ya que de otro modo me hubiera puesto el freno. Sin embargo, me alentó a irme con él cuando se aproximaban las 10 de la noche, y ella se quedó con Francis.

Jesús me acompañó a casa y durante el camino me echó el brazo por el hombro de una manera territorial, que, dado el barrio, le agradecía. Llegamos a mi bloque, donde al abrir la puerta se colocó detrás de mí, sintiendo su calor en mi espalda en aquella noche fría de diciembre.

Le dije que pasara, cuando se quedó en el umbral esperando una invitación, me apoyé de espalda a la pared y él se puso delante de mí, apoyando su mano en la pared, quedando nuestros cuerpos a una distancia extremadamente cercana y peligrosa.

Nuestra respiración estaba agitada, y yo pasé una de mis manos por su cara, bajando hasta su pecho, acariciando su chaqueta.

Me mordí el labio inferior mientras mis ojos seguían descendiendo hasta su entrepierna. Me relamí viendo como mi pose y mi provocadora mirada le estaba haciendo entrar en calor.

Era demasiado contenido, demasiado silencio fingido y demasiada ignorancia para ambos que sabíamos de sobra lo que queríamos. Quiénes éramos.

Se acercó a mi cuello y aspiró mi olor, tragué saliva, con mis manos en su pecho, intentando mentalmente resistirme, pero me costaba al tener su olor embriagándome.

  • -        Déjame hacerlo… - Susurró en mi cuello.

Me estremecí, tragué saliva, e intenté desechar de mi cabeza todas las escenas que nos habíamos imaginado ambos. Era demasiado. Aquello estaba siendo una prueba de fuego.

  • -        Sólo esta vez. – Repitió.
  • -        Jesús… no sé si…
  • -        Déjate llevar.
  • -        ¿Estás seguro? – Gimoteé. – no creo que quieras…
  • -        ¿Crees que esto es no querer? – Cogió mi mano y la llevo a entre sus piernas. – Créeme que quiero… lo ansío.
  • -        Me odias…
  • -        ¿Ves odio ahora? – susurró en mi oído, mientras lo rozaba con sus labios.
  • -        Sé que me odias, me lo has hecho saber. Muchas veces.
  • -        Odio no poder volver a tenerte.

Se abalanzó a mi boca, me besó, presionando su cuerpo contra el mío, notando la dureza bajo sus pantalones, clavándomela en mi cuerpo. Metió sus dedos entre mi pelo, y apretó en un tirón volviendo el beso suave y frenético, profundo, intenso, gimoteando ambos bajo la necesidad, la presión entre nuestras piernas, las ansias de devorarnos y fundirnos.

Nos separamos unos segundos, que pareció un castigo eterno tanto tiempo separados, otra vez. Agarré su chaqueta, tiré de él para mí, reclamando su boca, lamiendo sus labios, mientras él entreabría para dejar paso a nuestras lenguas.

Me agarró los muslos, para cogerme a pulso y me abracé a su cuello. Con mi espalda pegada aún en la pared, teniendo su peso sobre mí.

  • -        ¿Vamos a casa? – Pude decir tras unos minutos besándonos.
  • -        Nada me gustaría más.

No dejé de sentir sus ojos clavados en mi cuerpo, pese a estar de espaldas yo mientras subíamos.

Me movía por instinto felino, acentuando mis movimientos de un lado a otro, contoneando mis curvas.

Me costó atinar con la llave dentro de la cerradura, entre el alcohol y lo difícil que me resultaba ordenar mis pensamientos, no me paré en pensar muy bien aquello de “la última en mi casa”.

El alcohol me soltaba, estaba soltera, necesitada y aquel chico me había caído demasiado bien desde que su sonrisa me cautivó en el bar.

Le pedí que se sentara en el sofá, tras dejar la chaqueta en la percha, mientras iba por la bebida, pero no me hizo caso. Me siguió hasta la cocina, lo sentí detrás de mí, pegado a escasos centímetros, sintiendo su respiración en mi cuello por el lado donde me aparté el pelo. Tragué saliva, nerviosa. Riéndome flojito, un poco cortada pero con una excitación latente entre mis piernas que mojaba mi ropa interior.

Mi pecho subió en un gran suspiro profundo que solté cuando su mano se puso sobre la mía para coger su copa.

-        Gracias. – Me dijo soltando su esplendida sonrisa.

-        Vamos al sofá.

Me cedió el paso hasta el salón, y volví a sentir sus ojos clavados en mi culo que ondeaba de un lado a otro con pasos cedidos pero torpes por el alcohol.

Nos sentamos y sus ojos se clavaron en mi pecho, sin disimulo alguno, me miró las tetas con lascivia mientras se relamía el licor de los labios. Dejó su copa más cerca de la mía, y puso su mano encima de mi muslo mientras se acercaba más a mi cara.

A escasos centímetros de mi cara sentí su respiración azotar mis labios, con sus ojos recorriéndome de arriba abajo. Miré de soslayo su entrepierna y no pude apartar los ojos de la erección que abultaba el pantalón.

Se dio cuenta de mi interés y cogió mi mano con la suya, poniéndola entre sus piernas, sobre su miembro duro.

Tragué saliva, con mis ojos vagando de sus ojos a nuestras manos. Comenzó a moverla, frotándose suavemente con mi mano, mientras mi respiración se agitaba y él disfrutaba con mi alteración.

Con su mano libre apartó el jersey por mi hombro y lo bajó, dejando mi clavícula al aire libre, donde posó sus labios y sacó su lengua, recorriéndome hasta el cuello, donde comenzó a besarme, notando su polla palpitar bajo mis dedos.

Lo sentía excitado, cachondo, casi tanto como yo, que notaba mis bragas molestarme, arderme mi entrepierna, sentía mi coño empaparse pidiendo atención.

Abrí las piernas para que su mano subiera por el interior de mis muslos, y posó su mano en mi sexo, la dejó ahí, arrancándome un gemido ahogado contra su boca.

Siguió subiendo su mano por mi cuerpo, hasta llegar a mis tetas, donde acogió una con su mano, apretando, masajeando, tirando del escote hacia abajo para dejar mis pechos al descubierto sólo con sujetador.

Me di cuenta entonces de que mi mano se encontraba huérfana en su erección, y me aparté un poco de él, me puse de rodillas entre sus piernas y le desabroché el pantalón mientras no dejaba de mirarle a los ojos relamiéndome los labios.

Acariciaba mi cabeza, aguantando los impulsos por agarrarme fuerte del pelo, mientras se mordía el labio y su cara era un libro abierto de erotismo y excitación.

Se puso de pie para bajarse los pantalones, y puse mi cara a la altura de su cintura, tiré de los pantalones hacia abajo, pasé mi cara por su ropa interior mientras suspiraba, con la boca entreabierta y me observaba desde ahí arriba, acariciando mi pelo y apretando mi cabeza contra él.

Tiré de su ropa interior y liberé su polla dura, que rozó mi boca, arrancando un gemido de su garganta. La agarré con la mano y le indiqué con mi otra mano en su muslo que se sentara.

Lo hizo y colocada entre sus piernas acerqué mi cara a su erección, llevándola a mi boca. Pasé la lengua de abajo arriba, enroscando mi lengua en la punta de su polla, envolviéndola con mis labios y apretando para acogerla en mi boca, bajando despacio, mientras él suspiraba y se inclinaba hacia adelante para subirme la falda hasta dejar mi culo al aire, con mis minúsculas bragas de encaje blancas.

Me dio un azote, apretó mi nalga, y me animó con su mano a seguir en mi travesía.

Cuando la noté presionando el fondo de mi garganta escuché su gemido ronco, sintiendo su mano en mi cabeza, apretando suavemente. Miré por encima de mis gafas para ver su cara, su expresión ansiosa y excitada, que me pedía a gritos en silencio que continuase. Necesitaba más de mí. De mis labios.

Continué un sutil baile con mis labios envolviendo su polla con mi boca, chupando, lamiendo, de arriba abajo, de abajo a arriba, despacio, hasta el fondo, volviendo a sacarla, rozándola por mi boca, mi mejilla, acariciando con la lengua de la base hasta la punta, volviendo a bajar, hasta llegar a sus testículos, lamiéndolos, chupándolos, metiéndolos en mi boca succionando mientras le masturbaba con la mano cerca de mi cara.

Me acariciaba, sin dejar de observarme con la boca entreabierta, y sentía la presión de sus dedos en mi pelo, conteniéndose por no apretar para no hundirme la cara por completo en él.

Quería llevarle al límite, volverlo loco de ganas, darle placer, y cuando lo tuve justo donde quería, paré, con una cara frustrada por respuesta de su parte.

Me levanté la falda y me monté a horcajadas encima de él, restregándome en un vaivén en su dura polla. Mis tetas fuera del jersey y del sujetador ya rozaban su cara, donde sacaba su lengua para alcanzarlas. Me agarró el culo para clavarme más en él, intensificando la fricción.

El movimiento de adelante y hacia atrás de mis caderas lo estaba enloqueciendo, y el placer que yo sentía me estaba alzando en una nube que me acogía, alejándome de la realidad. Yo gemía con la boca entre abierta, mientras el llevó su mano a mis pechos, agarrando uno, para pellizcar los pezones y llevarlos hasta su boca.

Succionaba uno mientras con la mano apretaba el otro. Mi respiración se aceleraba, y cada vez ansiaba más.

Se dio cuenta y aprovechó un descuido mío para apartarme de encima de él, levantarse y tumbarme sobre el sofá, abrió mis piernas y de rodillas en el suelo acercó su cabeza hasta el interior de mis muslos.

Me olió, pasando su nariz y su boca por mi coño, que tenía las braguitas empapadas y totalmente pegadas por la humedad, hundió su boca en ellas, y sus manos recorrieron el camino de mis piernas, eterno a mi parecer, hasta llegar a mis muslos. Cubrió de besos el trayecto y, con una de sus manos, acarició mi sexo despacio notando lo mojada que estaba.

Sonrió satisfecho cuando pasó un dedo y se empapó de mí, llevándolo posteriormente a su boca. Apartó mis bragas a un lado con la otra mano, y acercó la cara para pegar sus labios con los míos.

Me acogió con su boca, sacó su lengua y me recorrió haciéndome sentir espasmos de ansiedad deseosa por mi cuerpo. Suspiré, gimoteé, mientras notaba como sus dedos y su lengua se abrían paso en mi interior. Apartaba mis labios vaginales con sus dedos para darle rienda suelta a su lengua, que me recorría de abajo arriba, dedicando más atención al clítoris, mientras uno de sus dedos rozaba mi entrada, totalmente lubricada.

Entró en mí, y pocas arremetidas después introdujo el segundo dedo, follándome con ellos mientras su boca me devoraba. Yo me sentía enloquecer, y apretaba su cabeza todo cuanto podía contra mí, sin dejarle quitar la cabeza de mi coño.

Flotaba en una nube de éxtasis hasta que reconocí aquella sensación que me presionaba el estómago, que me secaba la boca de coger aire con tantas ganas y esa desesperación por liberarme, por lo que enrollé mis dedos en su pelo y tiré de el cuando mi orgasmo estalló en su cara.

Gemía sin control, retorciéndome bajo sus atenciones, y sentía mi cuerpo frágil como si fuera a desmayarme de la intensidad previa.

Se apartó de mí y yo le indiqué que se sentase, me coloqué encima de él de espaldas y me subí la falda, momento que aprovechó para ver mi culo en primer plano y arrancarme las bragas, rasgándolas. Cogí su polla y la llevé a mi entrada donde me la fui metiendo despacio, sabiendo que sus ojos estaban hechizados con ese movimiento y que los tenía clavados viendo como su polla desaparecía de su vista para introducirse en mi interior.

Cuando la noté llenándome por completo me senté sobre él. Aprovechó para agarrar mi culo y controlar el movimiento de sube y baja. Agarró mi pelo en una coleta y me tiraba con cada arremetida, queriendo controlar todos mis movimientos buscando su propio placer. Me azotaba clavando sus dedos en mi carne desnuda.

Yo llevé mi mano a mi sexo y tracé pequeños movimientos en circulo para estimular la parte más irascible de mi ser.

Él movía sus caderas, arremetiendo contra mí por mucho que fuese yo la que subía y bajaba. Y cada embestida de él me hacía notar su polla en mis riñones de tremenda profundidad.

Escuchaba su respiración agitada, como resoplaba y bufaba moviéndome a su antojo. Tiró de mí hacia atrás para tener acceso a mi cuello y me susurró un “te he echado de menos” en mi oído.

Aquello me catapultó al séptimo cielo otra vez, y con su mano ahora agarrándome los pechos y conmigo tocándome, me volví a dejar ir mientras él se tensaba y aceleraba el ritmo para notar como, tras apretarle la polla con mi coño, se corría dentro de mí con un gemido ronco en mi cuello, tirando tanto de mi pelo que sentía la tensión en mis sienes.

Ambos exhaustos nos quedamos inertes, incapaces de seguir con ese ritmo entre sudores y jadeos, pero me levanté, me puse de frente a él mientras sentía su semen chorrear de mi interior, y me volví a sentar a horcajadas sobre su miembro, aún duro, palpitando nuestros sexos, fundiéndonos en un beso intenso e íntimo, lleno de tantas cosas que nos había quedado por decir meses atrás.

Me abracé a su cuello, el me agarró por la cintura, y pegados estuvimos un buen rato fusionando nuestras lenguas mientras nuestra respiración volvía a normalizarse.

Poco después nos apartamos de mutuo acuerdo, y sonreímos en silencio.

  • -        No sé como le voy a explicar a Olga que ya nos conocíamos de antes.
  • -     Y mucho mejor de lo que ella cree… - Me respondió el sonriendo y abrazándome aún más fuerte. – No quiero volver a dejarte escapar.

Ya pensaría más tarde, como íbamos a hablar Olga y yo de este bonito reencuentro.

domingo, 22 de octubre de 2023

Una buena vecina +18

 

Una buena vecina

 

Vivo en un bloque de 4 pisos, y este fin de semana nos hemos quedado sólo dos vecinos en él.

Los otros dos se fueron a pasar el puente a la ciudad y nos hemos quedado solos. Y así es como da comienzo a esta pequeña historia.

 

Fran había salido por la mañana a hacer la compra y se dejó las llaves dentro, y como era festivo en el pueblo nadie trabajaba, por lo que tenía dos opciones, o convertirse en Spiderman y subir por la pared hasta un tercero para entrar por la ventana, o irse a casa de alguien.

Le vi en la puerta de su piso, con la compra en sus pies, después de escucharle subir y quejarse varias veces maldiciendo las putas llaves y cerraduras. Así que subí a ver si podía echarle una mano.

  • -       ¿Necesitas ayuda con algo? – Le dije mientras me plantaba detrás.
  • -       Me he dejado las llaves dentro, y acabo de llamar y no me pueden mandar ninguno hasta el lunes.
  • -       ¿No hay de urgencia?
  • -       Con la cosa de la fiesta del pueblo, se ve que no. Así que no sé qué hacer.

Nos llevábamos bien, nos conocíamos de hacía años y era una persona de fiar, así que no tuve que pensarlo mucho.

  • -       ¿Por qué no te quedas en mi casa hasta el lunes?
  • -       ¿Enserio?
  • -       Claro. – Le cogí la bolsa de la compra. – A cambio sólo tendrás que invitarme a una buena comida, o cena, con la compra que llevas aquí.
  • -       Tengo vino.
  • -       Ah, eso lo compensa todo. – Sonreí.

Nos fuimos a casa, le indiqué que pasase hasta el salón, donde le pedí que se sentara.

Sin embargo, me siguió hasta la cocina para guardar su compra en mi nevera.

Es cierto que había comprado vino. Cantidad ingente de vino para una sola persona.

  • -       ¿Pensabas tener visita o cogerte un coma etílico?
  • -       Quería ponerme ciego este puente mientras veía porno como un ermitaño solitario. – Me dijo con ironía.
  • -       Si te emborrachas te pierdes la mejor parte del porno.
  • -       ¿Ah sí?, ¿Cuál?
  • -       La de masturbarte hasta correrte sin dejar de mirar de forma consciente.
  • -       Estás muy puesta tú en ello.
  • -       Vivo sola. Estoy soltera. ¿Cómo crees que voy a subsistir sin porno?
  • -       Em… - Le noté incomodidad mientras que yo hablaba con soltura de ese tema. – Es que no sé… no te veía yo muy… hablando de ese tema…
  • -       Venga, que somos adultos. ¿Acaso te crees que soy una monja de la caridad? Por el amor de dios, tengo más de 30 años, me masturbo desde que era niña, Fran.
  • -       Qué curioso. – Me dedicó una sonrisa mientras me quitaba de las manos una de las botellas de vino, y la metía en el congelador. – Yo también.

El clima era raro. Tan pronto hacía calor, como frío, y era impredecible la ropa que uno tenía que ponerse. Además, en determinadas partes del piso hacía más frío y en otras parecía la parte previa al infierno. Me puse un pijama de pantalón largo y fino con una camiseta de tirantes, y por inercia, me puse la parte de arriba sin sujetador.

Estuvimos hablando buena parte de la mañana tomando un café en el sofá. Fran tenía muy buena conversación, no sólo era atractivo a simple vista, que, aunque me llamó la atención la barba (como era habitual en mí), poder hablar con alguien físico más de 15 minutos sin tener ganas de enterrarle vivo, ya era todo un logro.

Ambos coincidíamos con la opinión de que irse fuera de casa a pasar el puente, era algo ridículo. Cuando precisamente era el mejor momento para desconectar y descansar del día a día. En casa, donde mejor se está.

Al café le siguió otro café, pero ya descafeinado, y cuando nos quisimos dar cuenta había pasado la mañana y se acercaba la hora del medio día.

En el salón corría la brisa al abrir la ventana de la cocina, que se comunicaba creando una corriente de aire, y en ese momento sentí como mis pezones se endurecían, por el escalofrío, bajo la fina camiseta de tirantes.

Le miré intentando no llamar la atención, pero sus ojos me miraron fugaces a mis pechos y carraspeó dando un trago a su café, el cual pensé se había terminado ya.

Me sentía ligeramente inquieta sintiendo sus ojos sobre mí, pese a que los intentaba quitar constantemente y evitaba no mirar, pero creo que la vista se le iba sola.

  • -       Ahora enserio – Atraje su atención a mi cara - ¿Por qué tanto vino?
  • -       Lo del porno era verdad. – Se puso muy serio. – O al menos era mi intención hasta que el destino decidió dejarme en la calle porque me olvidé las llaves.
  • -       ¿No se te ocurre mejor plan con vino que ver porno?
  • -       ¿Estando solo? – Hizo una mueca. – No la verdad.
  • -       Joder… - Me reí y me llevé las manos a la cara. – No sé… una buena cena con alguien, un poco de música para el ambiente, una buena peli… siempre hay algo.
  • -       Yo estoy solo.
  • -       Pues no entiendo por qué. – se me escapó con una sonrisa.
  • -       Podemos compartir el vino y el porno si quieres.
  • -       ¿Y en qué orden?
  • -       Eso lo decides tú.
  • -       Muy gracioso. – Me puse de pie cuando sentí un estremecimiento en mi estómago que me viajó hasta la garganta, endureciendo aún más mis pezones. – ¿Preparo algo de pasta?
  • -       Me parece bien. – Pero seguía sin quitarme los ojos de mi delantera, salvo para mirarme a los ojos y sonreírme, volviendo a mis pechos.
  • -       Saca el vino del congelador, o tendremos que chupar la botella.
  • -       Estaría curioso… - Se puso en pie y una parte de mí, se preguntó con qué intención iría ese último comentario.

Me sentía observada mientras me movía por la cocina con soltura, recogiendo todo lo que necesitaba para hacer unos simples tallarines en salsa carbonara.

Él pasó por mi lado, rozándome con la mano sutilmente la cintura, hasta llegar al congelador donde sacó la botella de vino blanco helada y la puso en la encimera.

Le indiqué donde estaban las copas y fue por ellas, llenándolas y ofreciéndome una mientras hacía la comida y se sentaba en un taburete a mirarme.

  • -       ¿Te puedo ayudar en algo?
  • -       Eres mi invitado especial, tu a beber y a mirar.
  • -       Teniendo en cuenta que lo compré para mirar porno, me resulta mejor este plan.
  • -       Lo malo es que te quedas sin orgasmos.
  • -       Oh, no sé… hasta que no comamos no sé si puedo decir eso. La pasta es una de mis debilidades.
  • -       Espero que te guste mi comida entonces. – Fui consciente de que mi comentario iba con doble sentido, y él creo que lo percibió.

Estuve preparando todo y charlando de cosas mundanas con él, mientras nos tomábamos el vino. Parecía que había tenido el don de saber cuál era mi favorito, y ahí estábamos, compartiendo una copa mientras yo sentía el alcohol entrar y provocarme ligereza mental. O lo que es lo mismo, fue deshaciendo los filtros para hablar y ser yo misma, lo que me podía convertir en una borrica de campo.

  • -       ¿Y tienes alguna debilidad más por ahí con la que yo te pueda ayudar? – Bebí y me pasé la lengua por los labios. – Lo digo para intentar mitigar un poco este mal rato de quedarte en la calle.
  • -       En verdad no estoy en la calle, me has acogido tú. – Bebió. – Pero sí, tengo alguna que otra debilidad más.
  • -       ¿Cómo cuáles?
  • -       Las morenas/pelirrojas.
  • -       Vaya.
  • -       Las gafas sutiles y grandes.
  • -       Oh…
  • -       Las mujeres con buenas… carnes para agarrar…
  • -       … - Tragué saliva, en silencio, y bebí del vino nuevamente.
  • -       Las mujeres que escuchan metal, aunque sean las 2 de la madrugada…
  • -       No me digas… estas paredes son de papel.
  • -       Te sorprendería todo lo que he llegado a escuchar, vecina.
  • -       ¿Cómo que cosas? – Me apoyé en la encimera de frente a él, sabiendo que mis pechos reposaban en ella y se sobresalían ligeramente por la camiseta.
  • -       Me consta que es cierto lo que me has dicho antes. – vio la confusión en mi cara. – Que disfrutas bien incluso sola.
  • -       Oh… Cualquiera diría que me describes a mí.
  • -       Y bueno, llegados a ese punto de esa sonata musical…

La olla hirviendo para la pasta nos interrumpió, haciendo que le diera la espalda y él se callase dando un sorbo de vino mientras clavaba sus ojos en mí.

Desde hacía años llevábamos tonteando en más de una ocasión cuando nos cruzábamos en el bloque, coincidíamos en algún lado, o nos veíamos por las reuniones. Pero tenerle en casa y hablar de este tema con tanta soltura, me estaba resultando un poco… excitante.

  • -       ¿Qué?
  • -       ¿Qué de qué? – Me respondió confuso.
  • -       Que, llegado a esa sonata musical, ¿qué?
  • -       Pues que uno no es de piedra precisamente, y se necesita ayuda extra para coger el sueño.
  • -       ¿Tienes problemas para dormir?
  • -       Cuando suena Iron Maiden y escucho a mi vecina gemir de fondo, me cuesta un poco dormir, sí. – Se rio.
  • -       ¿lo siento? – Pregunté sin saber muy bien que decir, apretando un poco los muslos por imaginarme lo que podría pensar de mí.
  • -       No lo sientas, me ayudabas a conciliar el sueño.
  • -       Ah, ya veo… la técnica milenaria.
  • -       La misma que utilizas tú, sí.

Cuando acabé de servir la comida en los platos le mandé al salón, se sentó y me puse a su lado para dejarle el plato en su sitio, agachándome lo suficiente como para poner mis pechos a la altura de su cara. Carraspeó.

  • -       ¿Más vino?
  • -       Sí, por favor. – Dije mientras me sentaba.

Todo el que me conozca sabe que un exceso de vino, o alcohol, en mi sangre me hace soltarme un poquito más de la cuenta, y más cuando tienes en tu casa a tu vecino, el cual te escucha correrte. Podría ser divertido para una mente como la mía que, encima, estaba nublada por exceso de vino blanco.

Quería ser una buena anfitriona este fin de semana, hasta que el pobre Fran pudiera entrar en su casa.

Cabe decir que la comida estuvo con miraditas, dobles sentidos y sonrisas, mientras los platos se vaciaban y el vino también.

¿Qué ocurre con el vino? Que entra muy bien, sobretodo sentada, pero cuando te levantas te abofetea el alcohol de lleno. Y ese fue mi caso al levantarme de la mesa para llevar mi plato a la cocina y fregarlos. Insistió en hacerlo él, pero era el invitado, tenía que estar mimado.

Le indiqué que se sentara en el sofá que iba a preparar café para bajar este pequeño pedete de vino, y riéndose accedió. Puse la cafetera mientras fregaba los platos y él estaba en silencio.

Llegué al salón con una bandeja con el café, la leche y el azúcar, me incliné a servírselo y sus ojos se plantaron en mis tetas descaradamente.

  • -       ¿Algo que te guste?
  • -       Joder, si me las plantas así.
  • -       ¿Así como? Te estoy sirviendo el café. – Me reí.
  • -       Pero es que están muy cerca y estas…sin…
  • -       ¿Sin?
  • -       Sin sujetador.
  • -       Que observador eres.
  • -       Tienes los pezones a centímetros de mi cara y van a traspasar tu camiseta, ¿Cómo no quieres que mire?
  • -       Es que estoy más cómoda sin eso puesto.
  • -       Me parece estupendo.
  • -       Bebe café y deja de mirarme las tetas, o esto será raro.
  • -       ¿Más raro que meter a tu vecino en casa y hablar de porno y de debilidades, mientras me apuntas con tus tetas?
  • -       Es verdad, no puede ser más extraño. Pero por otro lado… - Me senté y cogí mi taza. – Nos conocemos desde hace más de 8 años, hay confianza. Y, además, me has escuchado correrme, eso es un plus.
  • -       Joder, eres bien directa.
  • -       Estás en mi sofá mirándome las tetas. No te quedas atrás en ser directo.

Brindamos con café, ¿eso es posible?, y nos quedamos traspuestos en el sofá ambos viendo una película mala de antena 3.

Nos despertó el sonido de mi móvil. Sofía me llamaba para quedar, pero le dije que tenía mejores planes, que no me apetecía estar por ahí en un lugar lleno de gente. Y que tenía visita este finde.

Estuvimos hablando del problema de no tener ropa limpia en casa y se nos ocurrió la fantástica idea de mirar por la ventana de mi habitación hacia la suya, donde el tendedero se comunicaba, y jugamos a pescar la ropa con las pinzas de la comida y el cepillo de barrer.

Fue gracioso.

Y por la noche preparé una pizza que había comprado él ese día y nos sentamos a ver una película en HBO. La película elegida tenía escenas subiditas de tono, y se hizo un poco complicado verla con él sentado a mi lado y posando su mano en mi muslo a cada rato sin darse apenas cuenta.

 

  • -       Para esto, ¿no es mejor ver porno?
  • -       ¿En compañía? Eso se ve a solas.
  • -       En compañía puede ser divertido.
  • -       No sé yo…

Tragué saliva. Me empezaba a poner nerviosa, no sé si por su presencia con esas escenas y por lo que se cruzaba en mi cabeza, pero cada vez tenía más ganas de arrancarle la ropa.

  • -       Tendrás que dormir conmigo, a todo esto, ya que no tengo más camas.
  • -       ¿Y el sofá?
  • -       Es incómodo, tiene más años que nosotros.
  • -       ¿Te arriesgas a dormir en la cama con tu vecino?
  • -       ¿Es que vas a abusar de mí o matarme?
  • -       No haré nada que no quieras.
  • -       Pues no quiero que te dejes la espalda en el sofá. Mi cama es grande, cabemos los dos.
  • -       Tú decides, es tu casa.

Voy a ahorrarme todo el proceso e iré directa al tema que quiere mi querido lector.

Fran y yo nos metimos en mi cama, cada uno en una parte de ella, separados por una almohada impertinente que nos recordaba que no habría contacto entre nosotros. Pero ya se sabe, uno dormido no tiene control total de sus actos, y la almohada acabó en alguna parte del suelo.

Yo tiendo a pegar el culo a todo lo que tengo cerca en la cama cuando estoy dormida, y me acurruqué en forma de cucharita, pegando mi culo a su barriga.

Además, tengo la maldita costumbre de mover el culo reiteradas veces en esa postura, y empezó a despertarme algo duro y que palpitaba en mis nalgas. Abrí los ojos y miré por encima de mi hombro para recordar que Fran estaba ahí, e inconscientemente, este me echó el brazo por encima y me agarró una teta.

Joder. Entre el tonteo, el tacto, como estaba mi vecino, y las ganas de contacto humano que yo tenía, sumado a una polla dura pegada a mi culo, mis pezones no tardaron en endurecerse.

La presión sanguínea corría por mi cuerpo desesperada y desatada, instaurándose en mi entrepierna, donde empezaba a latir. Moví un poco más el culo, restregándome con él inocentemente. Me apretó contra él mientras se sujetaba más a mis pechos.

Lo sentí gimotear y suspirar en mi cuello, agarré su mano y la llevé lentamente a mi entrepierna, colándola por debajo de mi pijama y mis bragas. La apresuré con mis muslos y me removí sutilmente para rozarme con sus dedos, intentando no despertarle mientras sentía el placer y el morbo de estar masturbándome con su mano. Pero se tuvo que dar cuenta, porque al poco noté su respiración diferente y lo escuché despertarse. Me hice la dormida, fingiendo estar sonámbula mientras le restregaba el coño en su mano y gemía, ahora que estaba despierto, para que me escuchara.

Su polla latía contra mi culo, soltaba algunos espasmos involuntarios deseando librarse de la tela. Pero seguí con el juego, a ver hasta dónde podía llegar sus ganas conmigo.

Continué restregándome con él, apretando su mano contra mi coño, frotándome una y otra vez mientras que, a la vez, le rozaba la polla con el culo.  Hasta que no pude soportarlo más y me corrí en sus dedos, y escuché su respiración en mi cuello desesperada y suplicando atención, llena de ganas y frustración.

Llevé su mano empapada de mí a mi boca, y empecé a chupar lentamente sus dedos envolviéndolos con mi lengua, bajo su atenta mirada, ya que se había inclinado para verlo.

Estaba deseando follarme, podía intuirlo por su respiración y por su erección que me presionaba intentando entrar en mí.

Lamí sus dedos, los chupé despacio, y seguí removiendo el culo lentamente frotándome con él.

  • -       Joder… - Le escuché decir. – me cago en la puta…

Me di la vuelta y le pegué mis tetas en su pecho, y con los ojos cerrados, fingiendo estar dormida, seguí chupándole los dedos, y le eché la pierna por encima para abrazarle.

En esta posición, su erección palpitaba directamente en mi sexo, y me moví sutilmente frotándome con su polla. Yo gemía, y a él se le entrecortaba la respiración, que la tenía sostenida en el pecho y la dejaba escapar en forma de gruñido.

Me quedé estática y al rato conseguí dormirme, aunque él dudo que lo pudiera hacer fácilmente. Ya que escuché que se levantaba e iba al baño durante un rato.

Sonreí maliciosa al creer saber el porqué.

 

Al día siguiente me levanté antes que él y me fui a preparar el desayuno. Yo me tomé el colacao, y para él preparé café.

Vino al rato y se sentó en el taburete de la encimera, más callado de lo normal.

  • -       Buenos días. ¿Has dormido bien? – Le pregunté mientras le servía una taza.
  • -       Buenos días. – Sonrió. - Sí, bastante bien, sí… ¿Y tú? ¿Buenos sueños?
  • -      Me he despertado muy relajada, así que supongo que he dormido, descansado y soñado bien. ¿Y tú? ¿dormiste bien?
  • -       Sí… em… - Tragó saliva. – Muy bien.

Estaba nervioso, y yo disfrutaba sabiendo lo que había pasado la noche anterior.

El día transcurrió más o menos como el anterior, con buena conversación, música, vino al medio día, pero esta vez por la tarde, no nos dormimos en el sofá. Y la película que puse, “por error” no era otra que 365 días.

La película es mala con todas sus letras, pero mala de ridícula, sin embargo, sus escenas sexuales son prácticamente pornográfica.

No hablábamos, sólo nos quedábamos perplejos observando la pantalla mientras su mano se ponía sobre mi muslo y nuestras respiraciones se agitaban por la presencia del otro con esto en pantalla.

Abrí un poco las piernas, me recogí el pelo en un lado dejando libre mi cuello, me removí en el sofá y respiré profundo. Me miró de reojo.

Me puse la mano en la entrepierna y me apreté ligeramente a expensas de que se diera cuenta de falta de decoro.  

  • -       Esto no es porno, pero… - Metí mi mano en la ropa mientras me miraba y le clavaba los ojos en los suyos. – Da ganas también de correrse si hay compañía.
  • -       ¿Qué haces…? – Tragó saliva y observé como crecía lo que tenía entre las piernas.
  • -       Tu plan de vino y orgasmos este fin de semana, me parece estupendo. ¿te molesta que me toque contigo aquí?
  • -       No… Es que no me esperaba esto. – Su nerviosismo e inquietud era palpable a los ojos, y se llevó la mano a su polla para apretarla por encima de la ropa. - ¿Y a ti te molesta?
  • -       ¿Qué me toque yo? – Pregunté inocente. – No, me viene bien tenerte de público. Ya que me has escuchado alguna vez, que menos que veas el espectáculo completo.
  • -       ¿Y qué me toque yo?
  • -       ¿Eso quieres? ¿Tocarte también conmigo aquí?
  • -       Me llevas calentando desde anoche.
  • -       Sólo que esta vez estoy despierta y no finjo estar dormida. – Sonreí y le guiñé un ojo mientras me sacaba la mano de las bragas y posaba los dedos en sus labios a ver su reacción.

Me lamió los dedos y supe que tenía las mismas ganas que yo. Me reafirmé.

Me senté a horcajadas sobre él, pegué mis tetas en su cara y comencé a restregarme sobre su polla presionada por la ropa interior. Agarré sus manos y las puse en mis pechos, pero no tardó en llevar una a mi culo mientras me miraba moverme deliberadamente sobre él.

Seguí frotándome contra él, cada vez más deprisa, gimiendo mientras chupaba sus dedos como si fuera su erección, con él cada vez más excitado y la boca entre abierta dejado escapar gruñidos de deseo entre respiración entrecortada.

Estaba cerca del orgasmo, iba a correrme sólo con el roce sobre él y me frené. Me aparté de encima y me puse de rodillas entre sus piernas, mirando a través de mis pestañas, por debajo de las gafas, esperando ver su reacción.

La esperada. Tantas ganas como yo.

Acaricié y acogí su paquete en mi mano, apretando teniendo el control sobre él, que estaba con las piernas abiertas inquieto, mirándome, nervioso, excitado. Metí la mano y la saqué, la masajeé de arriba abajo, para después rozarla por mis labios, pasarla por mi boca, mi mejilla y llevarla a mi boca donde empecé a lamer desde abajo hasta arriba.

Le veía con la boca entre abierta, suspirando, deseando que me la metiera entera, pero le hice esperar un poco.

Seguí pajeando con mi mano, lentamente, recorriéndola con la lengua de abajo arriba, envolviendo la punta con mi lengua, y volviendo a empezar, llegando en alguna vez hasta sus huevos y succionando, chupando, mientras mi mano subía y bajaba dándole placer.

  • -       Joder… - Puso la mano sobre mi cabeza. – Si sigues haciéndome esto… no sé cuánto autocontrol tendré.

Pero yo no hablé. Seguí haciendo lo mismo gimiendo mientras lo hacía, hasta que, en una de las veces, por sorpresa, me la metí en la boca hasta la garganta y me quedé quieta son su polla palpitando en mi fondo.

Gimió, gruñó, noté como inconscientemente con cuidado, movía sus caderas contra mí para follarme la boca. Agarré sus muslos y le dejé quieto, para mover la cabeza yo, haciéndole una mamada bajo su atenta mirada, con él acariciando mi cabeza.

Cuando estaba a punto de correrse paré, esa tensión en su cuerpo me avisaba que si continuaba iba a terminarse aquel juego. Me aparté, me quité la parte de debajo de ropa, y me tumbé en el sofá abriendo las piernas.

No tardó nada en poner su cara entre mis muslos, recorriéndolos con sus labios mientras me clavaba los dedos en ellos, y pasando su cara por mi ya mojado coño.

Metí mis dedos entre su pelo y tiré de él, restregué su boca en mi sexo, que impulsaba yo con mis caderas, y me empecé a frotar un poco hasta que él me paró.

  • -       Shh, ahora me toca a mí.

Acarició mi coño despacio, con sus dedos y la palma de su mano y me estremecí de ganas de verlo ahí dándome placer. Abrió mis labios vaginales y pasó la lengua. Un espasmo me recorrió el cuerpo, que no pude controlarlo. Siguió, lamiendo despacio mientras yo tiraba de su pelo y me removía lo que podía bajo sus manos y su boca. Me lamía, de abajo arriba, entreteniéndose en la parte nerviosa que llevaría el control de mi placer.

Se apartó, pasó un dedo y me lo metió. Sacó, metió, sacó, metió… incluyendo un segundo dedo para follarme despacio mientras volvía a acercar su boca hasta mi coño, para devorarme mientras yo me revolvía y gemía bajo sus atenciones.

Sentía como la respiración se me aceleraba, como empezaba a perder el control y me aproximaba al momento del clímax. Algo presionando en mi pecho recorrió mi cuerpo hasta mi sexo donde explotó en un orgasmo, dejando escapar el aire contenido en mi garganta mientras me corría en su boca y pegaba mis caderas contra él, que no dejaba de comerme.

Cuando sintió que ya me había dejado ir lo suficiente se apartó, con su boca brillante de mis fluidos y se sentó en el sofá, con su polla esperando atenciones.

Me incorporé y me senté sobre él, montándolo como una amazona bien domada, y me apoyé en sus hombros para colocarme y dejar que su erección se metiera dentro de mí por ella misma.

Entró con facilidad por lo mojada que estaba, y me quedé sentada sobre él con ella dentro. Quieta.

Comencé a moverme lentamente actuando con fricción sobre él y, con mis tetas fuera, rozando por su cara mientras intentaba acogerlas con su boca.

Subí y bajé, una y otra vez, subiendo y posando mis tetas en su cara mientras restregaba su boca, bajé para clavarme en ella y restregarme mientras agarraba mi culo y me empujaba para seguir. No sabía quién llevaba el control en ese momento, pero el caso es que ambos estábamos pasando todos los umbrales de placer, excitación y morbo.

Subía y bajaba, el impulsaba sus caderas contra mí para que la penetración fuese aún más profunda, y sujetándome las nalgas así, me folló con fiereza haciendo que me deshiciera con cada embestida hasta mi interior. Con cada arremetida más gemía, y es que no se puede describir con palabras las clases de placer que podía sentir en esa postura estando, literalmente, entre sus manos.

Creía llevar yo el control, pero él se apoderaba de mí cuando me follaba a voluntad pese a estar yo encima, haciendo que me desarmara en su pecho cayendo contra él y que él siguiera penetrándome.

Volví a sentir esa sensación tan agradable y desesperante, tan familiar, el deseo de correrte cuando estás tan cerca, la necesidad de liberarte y quedarte totalmente satisfecha, y poco a poco me fui acercando más y más hasta que no pude aguantarlo más y me volví a correr con su polla dentro de mí, apretándole con mis paredes vaginales, provocando el orgasmo en él.

Una mezcla de mis gemidos, los suyos, sus quejidos y gruñidos, hubieran alertado a los demás vecinos si hubieran estado ahí.

Seguía el movimiento, cada vez más despacio ya mientras lo sentía latir e inundarme con su semen dentro de mí, y como entraba y salía lentamente con su polla empapada de ambos hasta estar totalmente satisfechos y calmados.

Salió de mí, e inconscientemente nos besamos despacio, lento, muy sensual, cuando curiosamente no nos habíamos besado en todo el sexo. Solo nos separamos para hablar un momento.

  • -       Eres una buena anfitriona.
  • -       Y una buena samaritana.
  • -       Dese luego que sí… si lo llego a saber, me dejo las llaves antes.

Y ambos soltamos una risita mientras volvíamos a besarnos aún pegados.